Para llevarse una alegría
¡Cuánto me alegro! Había llegado a creer que la existencia de esas inscripciones y lápidas funerarias que rezan: "caídos por Dios y por la patria" sólo me molestaban a mí. Había llegado incluso a pensar que sólo las veía yo. En los casinos, en las universidades (por ejemplo, en la Facultad de Arquitectura Técnica de Madrid), en varias iglesias desperdigadas por el vasto territorio español. En fin, tantas y tan visibles. No me atrevía, sin embargo, a alterar el esfórzado" silencio que reina en España sobre este asunto de la guerra civil. A pesar de lo cual no podía evitar pensar que alguien debería hacer algo al respecto.En la provincia de Madrid tenemos, además de calles cuyo nombre evoca a caídos de un solo bando o batallas victoriosas del mismo, un enorme arco de la Victoria y un más monumental aún Valle de los Caídos. No soy partidaria de la destrucción de estatuas, edificios o monumentos del pasado. Son "depósitos de memoria" que nos lega nuestra historia, y pienso que, en la mayoría de los casos, deben ser respetados. Pero, al igual que los letrados de la Asociación Libre de Abogados -véase EL PAÍS de los días 31 de enero y 1 de febrero de 1994) no estoy conforme con el mantenimiento de unas lápidas en las que se presta homenaje a los caídos nacionales, y mucho menos aún bajo un régimen, la democracia, que supuso la equiparación simbólica de los dos bandos, la rehabilitación de los vencidos y el único intento de superación del trauma fratricida. Creo, por otra parte, que, contrariamente a lo que se ha venido pensando hasta ahora en muchos sectores de la sociedad, lo deseable sería tratar estos temas públicamente de una forma sana y dejar de esquivarlos perpetuamente, para poder así cerrarlos de una forma lúcida y sensata, definitivamente.-
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