Con la última película de James Ivory, la superficialidad llega a Cannes
ENVIADO ESPECIALEn Howards end, el culto y refinado pero ornamental y epidérmico cineasta norteamericano James Ivory vuelve a la cantera de las novelas de E. M. Forster sobre la sociedad victoriana decadente. A Ivory le hizo famoso la adaptación al cine de dos libros poco conocidos del escritor británico: Una habitación con vistas y Maurice. El cineasta los popularizó, pero éstos le habían devuelto el favor por adelantado, proporcionándoles dos sólidos entramados argumentales sin los que los filmes se hubieran venido abajo como castillos de naipes.
Con Howards end ocurre lo mismo que con las anteriores películas de Ivory, con otro favor añadido: la hondura de las creaciones de Vanessa Redgrave y Anthony Hopkins llena la vaciedad de la mirada del cineasta. Había ayer mucha expectación ante el retorno de Ivory al punto de arranque de su celebridad mundial. Pero la causa de la expectación, más que en el director estadounidense -algo apagado después del fracaso de Esperando a Mr. Bridge, con la que retornó al cine de su país-, estaba en el hecho de que Howards end es la primera película de Anthony Hopkins tras su Oscar por El silencio de los corderos, película que le ha convertido en pocos meses en uno de los actores con mayor cotización.A la fascinación que hoy genera en todo el mundo la figura de Hopkins se une en Howards end la curiosidad por verle enfrentado con su equivalente femenino en la escena y la pantalla británicas, Vanessa Redgrave, actriz de talla física, ética y profesional fuera de lo común, que se prodiga muy poco y que a medida que envejece, como le ocurre a Hopkins, perfecciona hasta llegar al virtuosismo su instinto histriónico.
Efectivamente, el encuentro entre ambos en Howards end es memorable y tiene la forma de un relevo. Vanessa Redgrave da todo de una vez, pues su personaje es fugaz y la actriz se vacía literalmente en los primeros y conmovedores 40 minutos del filme. Dice Vanessa Redgrave: "Para mí no tiene ninguna relevancia la duración mayor o menor de un papel. Lo que me importa es la función del personaje en la historia como conjunto. Lo que hago en Howards end dura poco, pero en el cine no hay muchas ocasiones de crear a una persona de verdad, que es a lo máximo que podemos aspirar en este oficio. Creo que ahora he contado con una de esas ocasiones. Esta posibilidad de crear da ambición y libertad al intérprete; y cuando se es libre actuando, se da libertad a los espectadores". Vanessa Redgrave desaparece de la pantalla pronto, en una escena final maravillosa, y el relevo en el mando de la imagen lo va tomando poco a poco, mediante una composición gradual y medidísima, Anthony Hopkins. Admira la capacidad de contención de este actor, que logró hacer creíble e incluso próxima la figura brutal y desmesurada del doctor Hannibal Lecter de El silencio de los corderos.
Dice el actor británico: "Las interpretaciones histéricas no sirven para nada, salvo para hacer que los actores nos volvamos más locos de lo que ya estamos".
Lo ha dicho con ironía. Y añade con seriedad: "El actor en el cine se encuentra en una situación muy delicada y vulnerable, por lo que ha de protegerse, amurallarse, y medir su actuación con la cabeza fría. Eso al menos es lo que yo hago. El actor debe ser quien tenga el control de su propia locura y no dejar este control a nadie, ni siquiera al director de la película. De los directores sólo acepto consejos prácticos, mecánicos: por dónde debo moverme en el plató, si a la derecha o a la izquierda, para no salirme del campo de la cámara. Pero crear, componer el personaje, es asunto exclusivamente mío. Cuando el director no acepta esta regla de juego, me voy, dejo de trabajar con él".
Hondura
James Ivory parece haber aprendido bien las lecciones de ambos intérpretes de la película, porque en Howards end les ha dejado libres y esto se percibe en la pantalla, porque en el resto del reparto se producen a veces altibajos. La película, por ello, adquiere una hondura considerablemente mayor que sus predecesoras. Y como ocurre muchas veces de lo que se dice, los verdaderos autores de la hondura de este filme tienen nombre propio: Redgrave y Hopkins; y están delante de la cámara, no detrás de ella.
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