Un clásico
Cuando conocí a Pere Gimferrer aún se llamaba Pedro y estaba a punto de recibir su primer Premio Nacional de Literatura, concretamente por Arde el mar. Han pasado 20 años y Pere Gimeferrer se ha convertido en el poeta emblemático, es decir, en el barco insignia de las poesías del Estado de las autonomías.Tanto en la lengua castellana como en la catalana, Gimferrer ha encabezado la tendencia dominante derivada de la revuelta, que no revolución, formalista de los novísimos. Y encabezar esa tendencia no le ha impedido ser diferente, con ese don de la singularidad que emana de la soledad de fondo de los grandes creadores. La poesía ensimismada de Girnferrer está por encima de sus consecuencias en la cultura literaria, especialmente en la española.
En la poesía catalana, Girnferrer es un caso aparte que manipula un asombroso conocimiento de todos los patrimonios poéticos sin vincularse totalmente a ninguno. En lo que respecta a la poesía española, Girriferrer inauguró una tendencia y cambió de lengua dejando a su suerte una poesía mayoritariamente encerrada con el único juguete de la experiencia culta.
Lo que en Gimferrer fue visión de cambio en la lógica interna poética se convirtió luego, salvo excepciones, en simple retórica, a veces magistral retórica. Asociado a la imagen del rigor literario, poseedor de y no poseído por la obsesión culta, G'inferrer pertenece a esa raza de poetas esenciales, inseparables de su obra, que metabolizan todo cuanto saben, leen, viven o presienten.
El hecho de ser el poeta más premiado de este fin de milenio no es un signo de integración academicista, aunque él sea académico. Simplemente se trata del repetido y justo reconocimiento de una evidencia de calidad, de un todavía joven clasicismo singular e intransferible. Y es que los mejores clasicismos suelen ser así: singulares e intransferibles.
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