El pecado de la servidumbre
Una jornada particular fue una película conmovedora de Ettore Scola: la historia de un amor insólito en un momento de la vida romana en el que la omnipotencia fascista transía hasta el fondo de las casas y de cada vida. Trasvasarla al teatro comporta los inevitables riesgos de la comparación entre una obra maestra lograda y una intentada. Sobre todo si la fascinación del original fuerza a la servidumbre en el escenario. El teatro y el cine -y la novela, por supuesto- son comunicables entre sí, y esta comunicación se ha producido miles de veces, y ha salido adelante muchas, a condición de que el que recibe la creación primera sepa digerirla y eso no pasa con esta versión de la Jornada particular . Su servidumbre al original es demasiado grande, incluso en un materialismo, en un realismo que ocupa en el escenario, sobre todo en la primera parte, más volumen que la intimidad, transformación y catástrofe vital de la pareja, en la que debe depositarse la emoción. Hay una parte que puede achacarse a lo difícilmente operable que es el escenario del Centro Cultural para un teatro intimista, de media voz o de emociones; pero esta dificultad se acentúa porque la concepción misma de la obra es errónea. El teatro tiene todavía un enorme campo de defensa dentro de sí mismo, con lo que es su propio arte y con todas las posibles aperturas que haga dentro de él y hacia su futuro; pero perderá la batalla cuantas veces entre el terreno de la técnica de los otros medios de transmisión dramática. No cabe duda de que la historia de Una jornada particular es teatral, como todo es teatral, porque el teatro es ilimitado: la condición previa es que la asuma como teatro, cosa que aquí no sucede.La prueba está en la misma representación. La emoción trasciende en cuanto la pareja implicada está cara a cara, o hasta cuerpo a cuerpo; cuando habla, se aproxima o se aleja -y en esta parte pura del arte teatral está lo mejor de la dirección de José Carlos Plaza, que es un director transido de una sensibilidad que a veces parece como si él mismo no quisiera dejar libre-, lucha por vencer lo que la separa... Cuando el cuerpo teatral reposa en un texto delicado y conmovedor y en unos actores; sobre todo en una actriz de la envergadura de Esperanza Roy, que es pura entraña teatral en todo cuanto emprende; hace trascender lo cómico, lo frívolo o lo profundo, y en este caso crea un patetismo humilde y un sentido de soledad y de necesidad de amor y de coinw nicación. Fernando Delgado pasa difícilmente la primera parte de la obra, y en la segunda consigue mejor los niveles de encuentro. También es cierto que en esa parte disminuye ligeramente la ruidosa movida escénica de la primera y permite la expansión de texto y actores. El punto donde se encuentra el teatro de verdad es tan sencillo y tan fácil de encontrar que lo muestra el mismo escenario cada vez que se le permite aparecer.
Una jornada particular
De Ettore Scola, Ruggero Maccari y Gigliola Fantoni. Versión de Carla Matteini. Intérpretes: Esperanza Roy, Amparo Pascual, Paula Borrell, Gabriel Garbisu, Macarena Pombo, Alberto de Miguel, Fernando Delgado, Carmen Vidal, Jorge Amich y la voz de Juan Pedro Carrión. Escenografía de Jorge Amich y Mariano Barroso, sobre una idea de Gerardo Vera. Vestuario y ambientación de Pedro Moreno. Dirección de José Carlos Plaza. Estreno: Centro Cultural de la Villa de Madrid. 26 de septiembre.
El público del estreno oficial, mostró también con sus silencios tensos y con la jerarquización de sus aplausos y sus ovaciones finales dónde o en quiénes estaba depositado el arte teatral que asomaba en cuanto podía.
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