Homenaje a los viejos maestros

J. V., La afición taurina se caracteriza por su veneración a los viejos maestros de la tauromaquia. El toreo es un arte sutil que se produce en la fugacidad de un instante y modifica la categoría de sus valores según las circunstancias que lo rodean. Un natural de un día puede ser calco de otro del día anterior, pero su valor no es el mismo: lo determinan la calidad del toro, el ambiente de la plaza, la subjetividad de quien lo contempla.

Por eso, tantas veces, los recuerdos de los aficionados se convierten en ensoñación. Hay lances lejanos que perviven en el recuerdo con igual o aún mayor fulgor que cuando fueron vividos. Por lo mismo, hay toreros que, a pesar de su vejez o de su desaparición, jamás se olvidan.

El paradigma es Joselito, en cuya memoria cada año, sin faltar uno -y ya son 66-, el 16 de mayo, aniversario de su trágica muerte en Talavera, toreros y aficionados guardan en la plaza un emocionado minuto de silencio.

Décadas atrás se organizaban festivales de homenaje a los viejos maestros. Solía ser para paliar su difícil situación económica, pero la convocatoria constituía siempre un éxito porque permitía al público demostrar su cariño por los toreros que les ofrecieron tardes de gloria.

Recientemente, ha cumplido 80 años el maestro Domingo Ortega y aún no se le ha dedicado el homenaje nacional que merece su importante biografía. En parecido caso están Marcial Lalanda, Luis Gómez El Estudiante, Pepe Luis Vázquez, figuras señeras que Henaron las cruciales épocas taurinas de la preguerra y la posguerra.

Los tres maestros gozan de buena salud y tienen resuelta su vida -no necesitan, obviamente, de ningún tipo de beneficio-, pero es injusto que la torería y la afición actual no les ofrezcan públicamente el testimonio de admiración y reconocuniento que manifiestan en privado cada vez que glosan sus personalidades toreras irrepetibles.