Policías y eusquera
Decía Blas de Otero -se murió, cualquier día, dentro de esa política cultural necrófaga al uso tan bien definida por Goytisolo, se le homenajea-: "Nos queda la palabra". Era la pilabra clandestina. Hoy ni eso podemos reivindicar. Tenemos solaririente la duda. La soledad y la duda.Un aluvión de críticas se ha volcado, desde la derecha y la izquíerda, convergentes siempre en determinadas cuestiones que suelen beneficiar a la derecha precisamente, contra los alumnos vascos que se niegan a convivir con policías en la enseñanza del eusquera. Al menos en nuestros medios político-cultural-periodísticos. Sabemos que nuestra intimidad no existe, que cada vez estamos más controlados. La policía no está sólo en la calle. Se mete diariamente en nuestros hogares, a través de la televisión fundamentalmente. Pregunto, solamente pregunto: "¿Por qué no enseñan eusquera a los policías que lo deseen en las academias especiales, a las que sólo ellos acuden?" Pregunto: "¿Podrían jóvenes vascos o andaluces asistir, siquiera corno oyentes, a las clases que dan a los policías en sus academias?" Los policías no son ciudadanos normales: tienen ordenanzas especiales, leyes y jurisdicciones especiales, visten de forma distinta a los ciudadanos normales, van armados, forman un mundo secreto que nadie puede inspeccionar, conocer, fuera de su ámbito. Se me dirá: ¿Y la convivencia con el pueblo? ¿Ha de negárseles? Eso supone marginarles, discriminarles. Perfecto; entonces llevemos esta convivencia a sus consecuencias últimas. Que vayan a la escuela pública. Que no reciban enseñanzas ideológicas especiales. Que convivan con los ciudadanos en las viviendas, en el trabajo, en la vida cotidiana, en las manifestaciones públicas, en los debates y discusiones colectivas: sin privilegios ni diferencias, sin leyes ni armas propias.
Porque si no es, si no puede ser así, nunca dejarán de ser policías. /
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