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Carlos Alcaraz: “No me siento el mejor”

El número uno del mundo reflexiona para EL PAÍS sobre su vida y carrera tras imponerse a Sinner en un pulso colosal, desde enero, y rematar un año fabuloso

Carlos Alcaraz en Turín, Italia. Foto: JAIME VILLANUEVA | Vídeo: epv
Alejandro Ciriza

Instantes antes de que Carlos Alcaraz (El Palmar, Murcia; 22 años) se disponga a responder, los integrantes de su equipo acceden al vestuario y bailotean una especie de conga mientras el número uno del mundo ríe y ríe a carcajadas. Uno de ellos, el técnico Samuel López, bromea e intenta recostarle sobre un par de almohadones: “¡Así, así, que hay que descansar!”. “¡Pues claro! Y luego quieres que vaya rápido al hotel… Anda, anda, ¡iros ya pallá!”. Al tenista se le ve feliz, a la par que sereno. Aún gira la rueda. La competición todavía no ha terminado, recuerda, y tiene a tiro otros dos premios golosos: esta Copa de Maestros que se dirimirá durante el fin de semana y el broche cercano de la Copa Davis, a partir del martes en La Fiera de Bolonia.

Poco antes desfilaba junto a la estancia su padre, también Carlos, siempre educado y discreto, a la vez que entusiasmado con la interminable ascensión de su hijo. No es para menos. Alcaraz, joven genio de la raqueta, es el mejor tenista del año, el que más triunfos (70) y trofeos ha logrado (8); también el más dominante, según establece la clasificación. Por segunda vez en su todavía corta carrera, cerrará el año en lo más alto del listado. En un intervalo de solo cinco años, su vida ha dado un giro radical: del pueblo a lo histórico. Sin embargo, se adivina que mantiene los pies firmes sobre la tierra y que la fama no ha distorsionado la normalidad de él y los suyos.

El chico humilde sigue ahí dentro. Este sábado (20.30, Movistar+) se medirá con Alexander Zverev en las semifinales, pero antes recibe y contesta a EL PAÍS con la voz gruesa de siempre y revela su timidez, a pesar de que sobre las pistas se desenvuelva con un descaro y un desparpajo sin comparación. Esa muñeca de goma es celestial. Única, se dice. El gran pulso anual con Jannik Sinner finalmente se ha resuelto a su favor. Iba trajeado para recibir el galardón, pero ahora lleva camiseta y pantalones anchos, y unos zuecos futuristas. Desprende autenticidad y sensibilidad.

Pregunta. Explíqueselo a los terrenales, por favor. ¿Qué tal se ve todo desde ahí arriba, siendo el número uno?

Respuesta. Al final, el número uno es el número uno y el ranking no engaña; significa que has sido el mejor durante todo el año, pero la realidad es diferente. Aunque estés ahí, puedes perder contra cualquiera o en las primeras rondas, porque esto va así. La clasificación muestra una cosa, pero la realidad de este deporte es muy distinta; eso sí, uno se siente genial cuando está en la cuuuuúspide [estira la vocal] y el verme ahí es increíble, aunque siento que todavía tengo que mejorar en muchas cosas.

P. ¿Cuánto hay de talento y cuánto de sacrificio?

R. El talento ayuda, pero pesa mucho más el trabajo. Si lo piensas, en el fondo ha habido muchos más jugadores que al final han llegado porque han puesto mucho más trabajo, que jugadores que tenían talento y luego no ponían ese trabajo que se necesita. El trabajar duro es lo más más importante, el dar lo mejor de ti cada día. Eso pesa más que el talento. Creo que, en mi caso, a lo largo de todos estos años ha habido más trabajo que talento, aunque de esto último no ha faltado [ríe con pillería].

P. No se habrá planteado usted también lo de ponerse la corona, como Lamine Yamal. ¿Qué le parece? ¿Va a veces demasiado fuerte su generación?

¿La corona de Lamine? No termino de verlo; me gusta que lo hagan otros, pero yo no lo siento”

R. No, no, no termino de verlo… Pero por el hecho de que no siento que yo sea el mejor del mundo. Me gusta ver ese tipo de cosas por parte de otra gente, pero yo no lo haría porque no lo siento.

P. ¿Sabe cuánto vale un café?

R. Sí, ¡claro!

P. Se lo comento porque la vida le ha cambiado radicalmente en solo cuatro años… ¿Hasta qué punto?

R. Así es, pero lo sé porque cada vez que vuelvo a casa, es como que vuelvo a la realidad. Ahí es cuando vuelvo a ser el yo de siempre, el que se va a una cafetería y se toma un café con los amigos, o bien para desayunar o almorzar con ellos. Yo le doy mucho valor a ese tipo de cosas, así que tengo esa doble perspectiva.

P. Se lo decía también porque su padre dice que debe seguir consumiendo el de 2 euros, que no es necesario tomarse el de 5. ¿Sabe de lo que le hablo? ¿Se lo aplica?

R. Lo aplico, lo aplico. Es verdad que a mí muchas veces no me gusta la polémica, el enfrentarme a alguien porque me cobren 6 o 7 euros y decir que es una estafa, así que lo pago, pero sabiendo que no es lo normal. El café es el mismo valiendo 1,20 o 1,50, que es lo que realmente cuesta ahora, que el que vale 7. Eso yo lo tengo claro.

P. ¿Sigue durmiendo en esa cama de 80?

R. Sí, ahí sigo, en la misma cama que se mostró en el documental [Carlos Alcaraz: A mi manera]. Ese es mi sitio todavía.

P. ¿Es feliz?

R. Sí, yo diría que sí. Ahora mismo lo tengo todo.

P. ¿Más o menos que antes, cuando comía kebabs con los amigos en la plaza del pueblo?

R. Mmmm… Igual. Al final, son situaciones distintas, pero todavía sigo teniendo esos momentos de ir a casa y cenar en cualquier sitio o cualquier cosa con mis amigos. Ahora tengo la oportunidad de ir a los mejores sitios del mundo y que se me reconozca, pero también está esa parte de ir a casa, así que diría que soy el mismo e igual de feliz.

P. ¿Es esta vida del estrellato como la imaginaba?

R. Es mucho más dura de lo que la gente piensa.

P. ¿Cree que la gente la idealiza mucho desde fuera?

R. Efectivamente. De pequeño tú tienes una idea, porque al final te quedas con lo que ves por la tele, así que sueñas con jugar en las grandes pistas, conseguir resultados y conocer a gente maravillosa. Todo eso es una parte, y está genial, pero la gente no ve lo que hay detrás de las cámaras. Los niños o los jóvenes que tienen ilusión, eso no lo ven, y con esto no quiero decir que sea bueno o malo, pero una vez que llegas todo te pilla por sorpresa: el entrenamiento invisible, lo que hay que hacer después de los partidos, la prensa, la presión, los nervios… Todo eso está ahí, pero no lo sientes hasta que lo vives. Diría que esto es mucho más duro de lo que pensamos, pero también tiene esa parte bonita.

Hay mucha gente que no se lo cree por cómo me expreso y por cómo juego, pero soy muy tímido

P. Y qué es más duro de llevar, ¿los rivales, los viajes y el calendario o la monotonía diaria?

R. Lo engloba todo, aunque sacaría a los rivales. El tema de analizar a los rivales o de cómo enfocas el partido es difícil, pero a la vez es bonito. Yo iría más al hecho de tener que ir viajando semana tras semana, al que tienes unos pocos días para adaptarte al sitio o que tienes que hacer y deshacer la maleta rápidamente para moverte; al final nunca llegas a acostumbrarte a un sitio y cuando empiezas a hacerlo, justo tienes que irte. El estar fuera lejos de la familia o los amigos es difícil, y obviamente está la monotonía; es siempre partido, entrenamiento, partido, entrenamiento, partido, entrenamiento… Todo eso al final se convierte en una rueda que puede llegar a cansarte mucho.

P. Se trata de una decisión vital, nada más y nada menos. ¿Se imagina así los próximos 15 años, como casi se le exige desde el exterior?

R. Al final intentamos no pensar de aquí a 15 años, cuando tenga 37, sino que se trata de ir año a año. Ojalá pueda estar en el mismo sitio dentro de cinco años, y no me refiero a lo del número uno, sino a que tenga las mismas ganas, la misma motivación y la misma vitalidad a la hora de ir a los torneos; ojalá suceda eso dentro de cinco y cuando llegue ahí, ya pensaremos en los cinco siguientes. Hay que ir poco a poco y ojalá pueda aguantar física y mentalmente para poder tener una carrera muy, muy larga, aunque para eso tengo que empezar a cuidarme desde ya mismo para seguir en el circuito siendo lo más viejo posible.

P. El otro día una exjugadora le preguntó en una rueda de prensa si tenía novia o no. ¿Llega a comprender el interés que genera, que tanta gente quiera saber cómo es y todo lo que hace?

R. Se ha expuesto mucho mi vida, así que tengo que saber lidiar con ello. Aun así, es verdad que hay muchas cosas que deben quedarse en el plano privado, porque es importante saber diferenciar lo que puedes o no mostrar a los demás. Sinceramente, yo soy muy natural y muestro muchas cosas, pero hay otras que es mejor guardártelas para sentirte seguro y tranquilo, aunque sea una burbuja pequeña en la que puedas sentirte a salvo; que no todo el mundo pueda tener acceso a esa información u opinar sobre esas cosas. Al final, ya sean positivas o negativas, todo influye mucho.

P. Lo lleva todo con mucha naturalidad. Desde fuera, da la sensación de que lo que se ve, es lo que hay de verdad. ¿Es así?

R. Sí, soy así. Tanto para bien como para mal, porque siempre hay gente a la que no le gustas, y eso es normal, al menos saben cuál es mi forma de ser. Yo soy así, y no estoy forzando un personaje ni poniendo una cara que no me apetece poner. Esta es mi manera de ser y de vivir la vida, de enfocarlo todo; es verdad que con mis amigos del pueblo, los de toda la vida, puedo llegar a comportarme de una manera un poquito diferente, pero eso es normal. En general, lo que se ve es lo que soy.

P. Le llueven día tras día los elogios. ¿No le abruma a veces que le repitan constantemente lo bueno que es?

R. Un poco, la verdad. Hay mucha gente que no se lo cree por cómo me expreso y por cómo juego o hablo enfrente de 15.000 o 20.000 personas, pero en el fondo soy una persona muy reservada… No, más que reservado, soy muy tímido.

P. ¿Tímido usted?

R. ¡Sí! [risas] ¿Lo ve? Soy muy vergonzoso, así que cuando tanta gente te elogia te gusta, pero a la vez no sé cómo llevarlo.

P. Cuente, ¿cómo es su día ideal?

R. Es muy difícil proyectarlo, porque hoy puedo decirle uno, mañana otro y dentro de tres meses uno distinto. Cada momento tiene su encaje. Ahora mismo le diría que me gusta ir a jugar al golf por la mañana, para estar tranquilo, y después irme a comer con mi familia o mis amigos y, a lo mejor, más tarde irme a tomar algo con ellos. También el estar jugando con ellos o los míos a juegos de mesa, sin salir de casa. Para mí, algo relacionado con estar en casa es lo ideal.

Siempre hay gente a la que no le gustas, y eso es normal. Pero para bien o para mal, yo soy así

P. ¿Qué le inquieta? ¿A qué le tiene miedo? Porque lo tendrá, ¿verdad?

R. Sobre todo temas personales, de familia, porque yo le doy mucha importancia a ser feliz y sentirse bien, y eso es lo que muchas veces más miedo te da. Eso es lo que más cosa me da. También el hecho de no reconocer las cosas tal y como están pasando. El tenis es mi vida y hay muchas situaciones en las que piensas muchas cosas y te agobias, y el no reconocer lo que está pasando realmente o la toma de decisiones a veces me abruman.

P. Con tanto tenis, no sé si le da tiempo a echar un vistazo a cómo está el mundo. Más bien revuelto, ¿no?

R. Bastante revuelto…

P. ¿Le gusta informarse, o mejor vivir en esta burbuja?

R. No soy de atosigarme a información, de enterarme todos los días de las cosas, pero sí que me gusta saber qué está pasando y cómo van las cosas, el mundo, mi país. Hay muchas situaciones y opiniones de gente, así que al final es muy difícil saber lo que está bien o está mal, lo que está pasando de verdad; también están ahí las mentiras, porque al final se dicen muchas mentiras sobre muchas cosas.

P. Para cerrar, ¿es posible sostener este ritmo y esta velocidad de crucero el año que viene?

R. Obviamente es difícil tener un porcentaje de más del 90% de victorias, ocho títulos, diez finales… Es complicado mantenerlo, pero estamos aquí para mejorar e intentar igualarlo, aunque si estuviera un poco por debajo no creo que pasase nada… O al revés, si estuviera un poco por arriba tampoco creo que pasase nada… [risas]. El objetivo es seguir con esta consistencia y con este ritmo, y vamos a trabajar para que eso ocurra.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.
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