Una genialidad y buen hacer, la fórmula de Alcaraz para atrapar otros cuartos
El español solventa el duelo contra Rinderknech con autoridad (7-6(3), 6-3 y 6-4, en 2h 12m) y subraya la regularidad de este curso. Se enfrentará el martes a Lecheka


A veces, un detalle vale para transformar un compromiso que se antoja más bien anodino en un fotograma a guardar. A eso de las dos huele a aceite rancio de fritura, predomina un extraño orden en la Arthur Ashe y enseguida, cuando la gente todavía está terminando de llenar el buche por las horas, nachos, tacos y cantidades ingentes de salsas indescifrables de aquí para allá, Carlos Alcaraz se saca un conejo de la chistera. Lo que sucede después responde a la pura lógica; un triunfo más, no por ello sin desmerecer su gran valor; el de El Palmar ya luce en los cuartos del US Open. Pero solo por esa maniobra, una delicatessen en la casa del colesterol y lo grasiento, el capítulo contra Arthur Rinderknech (de 30 años y 82º) ha merecido la pena.
El número dos del mundo lo cierra en 2h 12m (7-6(3), 6-3 y 6-4) y se recordará por el chispazo de genialidad. “A veces practico esos golpes, no voy a mentir, pero no los entreno mucho. Si surge la oportunidad, lo voy a intentar en los partidos. He tenido la opción y, ¿por qué no? Creo que a la gente le gusta, y a mí me gusta jugar así al tenis. Me sale de manera natural”, concede a pie de pista el español, esta temporada sinónimo de consistencia. Ha alcanzado al menos los cuartos en los cuatro grandes y se dirige ahora hacia el checo Jiri Lehecka, de 23 años y 21º del mundo; duro de pelar, superior a Adrian Mannarino (7-6(4) 6-4, 2-6 y 6-2) y también exigente. Dos encuentros este año, Doha y Queen’s. Uno para cada uno.
De nuevo, Alcaraz interviene por la mañana y lo hace en el contexto de un día ideal. Ni rastro del viento, temperatura perfecta y gradas a rebosar en la central, donde esta vez se respira una atmósfera bastante más tenística. Las luces de neón, el desbarajuste y toda la parafernalia llegarán por la noche, cuando de verdad se activan los vampiros de Flushing Meadows. No tarda en hacerlo en el segundo turno el murciano, quien sale con ganas, se contonea y cuando el partido apenas ha empezado a despegar, ya se ha inventado un truco magnífico. En realidad, un recurso: frente al intento de pasante del francés, fantasía. Instinto. En suspensión, mano por detrás, rectificando. Homenajeando a un tal Roger Federer.

En medio de la dinámica actual, un tiro plano tras otro desde los costados, la imaginación y los destellos artísticos del español son una bendición; al mismo tiempo, un quebradero de cabeza para los adversarios, desconcertados porque el abanico de soluciones es tan amplio y tan atractivo, tan imprevisible, que sospechan que si Alcaraz no sale por un lado, terminará haciéndolo por otro. En todo caso, Rinderknech ya ha demostrado más de una vez que es un tipo bregado y sin complejos, valiente, ya de vuelta. Poco que perder, decía. Así que, liberado, sin imponerse cepos ni caer en las angustias del marcador, sencillamente lo intenta. Aquí estoy, hasta donde llegue. Que para algo ha venido la gente.
Sin fisuras, sin despistes
Al margen de la floritura, el pulso transcurre parejo hasta que a la hora de la verdad, al desempate, el galo peca: se agradece la osadía, pero cuando uno trata de hacer más de lo que sabe o puede, de lo que sus capacidades alcanzan, las cosas no suelen salir. Rinderknech se tiene en alta estima, pero no le faltan confianza, convicción ni atrevimiento tampoco a Alcaraz, que poco a poco va entrando en combustión y decantando un duelo que sigue sin descubrir fisuras en su juego. Otra línea recta para seguir engrasándose. De camino a los cuartos de final, su raqueta ha desprendido fiabilidad, buen tono y la respuesta acorde a lo que han ido planteándole los rivales. Lo necesario.

En esta ocasión, conforme se rompe la goma va deshilachándose la esperanza del elegante, retro y finísimo Rinderknech, quien aun así no vuelve la cara. ¿Por qué iba a hacerlo? Imperturbable él, a quien no es difícil imaginárselo tomándose un cóctel en la Costa Azul, de donde viene. Va cediendo, pero ni se despeina. Puestos a perder, mejor hacerlo así, siendo fiel a uno mismo e intentándolo, sin cobardías, entreteniéndose. Sucede que hoy por hoy, para desestabilizar a Alcaraz hace falta mucho más que el arrojo y esa pose; en el fondo, un catálogo de herramientas del que carece la gran mayoría. Se sabe, lo saben. Y el factor anímico también marca la diferencia. Sinner y él, objetivos remotos.
A diferencia de otros tiempos en los que Alcaraz solía sestear o desviarse con facilidad, el español está aprendiendo a aburrirse —esto es, a conjugar lo divertido con lo efectivo— y eso traduce su propuesta en una quimera para el resto. Basta de simple inercia, de dejar que la cosa sencillamente fluya, para ir resolviendo este último duelo y despejar otra ronda más, en dirección a la fase decisiva del torneo sin acusar susto, vaivén o derrapaje alguno. Transcurre el torneo con suma naturalidad: los desorientados caen, los que prometen siguen decepcionando (sea por la razón que sea) y la pareja inalcanzable, o sea, los dos sobradamente conocidos, van haciéndose más y más fuertes.
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