A Alcaraz le faltó variedad, a Sinner le sobra ritmo
La final no fue de la brillantez y espectacularidad a la que nos tienen acostumbrados. Creo que tanto el uno como el otro acusaron la tensión


Cualquier aficionado que se hubiera perdido el desenlace de la final de Wimbledon entre Carlos Alcaraz y Jannik Sinner y sólo se hubiera podido incorporar en los momentos previos a la entrega del trofeo no habría sido capaz de deducir, por la expresión facial de los dos grandes tenistas, cuál de ellos había logrado el preciado título.
Si ejemplar fue el comportamiento de ambos jugadores hace algo más de un mes en la final de París, no menos lo fue en la de este domingo. Con sus distintos estilos en la pista —mucho más creativo y apasionado el de Carlos, más frío y estable pero igualmente demoledor el de Jannik— hay que destacar algo que tienen en común los actuales número uno y dos del mundo que los ennoblece no solamente a ellos, sino también al tenis en general: el hecho de que sean capaces de vivir la máxima rivalidad en el terreno de juego y que esto no les impida entender que no son enemigos, sino dos grandes luchadores que aspiran a los mismos altos retos y que se tienen un muy humano aprecio. La sonrisa de Carlos durante toda la ceremonia, sus bonitas palabras hacia Jannik y todo su equipo y familia no hacen sino engrandecer su figura tanto como lo hizo por su parte el italiano en París.
Nuestro jugador sufrió su primera derrota en una final del Grand Slam y no pudo defender con acierto su título en la hierba londinense. Fue su gran rival, quien tras algo más de tres horas de juego y cuatro sets consiguió coronarse por primera vez en Wimbledon y desquitarse de la mejor manera posible de su dolorosa derrota en París. Con este cuarto título se acerca peligrosamente, en esta lucha por ser considerado el mejor jugador de esta época, a los cinco grandes títulos que ostenta el español.
El partido no fue de la brillantez y espectacularidad a la que nos tienen acostumbrados estos dos jugadores. Creo que tanto el uno como el otro acusaron la tensión del momento en distintas fases del partido y eso dio lugar a porcentajes poco elevados de primeros servicios y a algunos errores evitables de más.
El transalpino, con su reciente derrota en Roland Garros todavía fresca en su memoria, acusó un cierto nerviosismo en los momentos decisivos del primer set. Carlos se aprovechó de ello y se adjudicó esta primera manga por 6-4. En esos momentos tuve la sensación, y creo que igual que yo gran parte del público, de que sería el jugador de El Palmar quien volvería a levantar el trofeo que le acreditase como el segundo ganador más joven de la historia en conseguirlo (22 años y 69 días) por tercera vez consecutiva, tras Björn Borg (22 y 32). Pero, a partir de aquel momento, fue él quien no logró afrontar la situación. Bajó un poco su intensidad, mostró un juego más intermitente y errático y fue perdiendo la fe en sus posibilidades de victoria. Desde este momento hasta el final del partido, no volvimos a verle en ningún momento cómodo en la pista.
En contraposición, el italiano serenó su juego, empezó a mostrarse más sólido, incrementó su porcentaje de primeros servicios, atacó con decisión el segundo de Alcaraz y aumentó, también, la velocidad de sus intercambios. Cuando Sinner logra imponer su altísimo y constante ritmo las posibilidades de victoria de sus oponentes, incluso las de Carlos, disminuyen drásticamente. Creo que al murciano le faltó intentar variar un poco más su juego y seguir el ejemplo de Grigor Dimitrov, quien en su partido de octavos de final supo cortar constantemente la inercia de su rival adjudicándose los dos primeros sets. Sólo una inoportuna lesión le impidió contar con la probabilidad de vencer al italiano.
Los aficionados españoles sólo pudimos asistir a un desenlace que tuvo pocos paliativos: un Jannik que aguantó bien la presión y que imprimió su ritmo y su potencia sin desfallecer hasta el último punto. Sin duda, fue el justo vencedor.
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