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Relatos Amateur
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Alcaraz y su lema de siempre: dinero, raqueta, patatas

El tenis, un deporte cada vez más potente y atlético, pero el murciano juega de otro modo. No parece agobiado por jugarse unas semifinales o un título, simplemente parece feliz golpeando la pelota de un lado a otro de la pista

Carlos Alcaraz

El 29 de diciembre de 2014 Carlos Alcaraz —con entonces 11 años— subió una fotografía a su cuenta de Instagram. Es un plano detalle hecho desde una mesa de madera en el que se ve, en primer término, el mango de una raqueta sobre la que se sostiene apoyada una moneda de cincuenta céntimos. Detrás asoman una bolsa de Cheetos y otra de Ruffles sabor jamón. Y escribe Alcaraz en el texto que acompaña la foto: “Dinero, raqueta, patatas, lo tengo todo jaja”.

Varios estudios han determinado que los millennials sentimos más vergüenza a la hora de pedir vacaciones y por eso tendemos a perder los días de vacaciones no utilizados. Una desgracia. La generación Z, sin embargo, se coge vacaciones con gusto, las comparte, las publicita y hasta les compone chirigotas porque no hay nada vergonzoso en acogerse a un derecho laboral.

Alcaraz baila en el reservado de una discoteca, se lanza al mar desde un yate, posa con la camisa desabrochada rodeado de amigos. No hace nada que no hagan otros deportistas, como los futbolistas, abonados a la isla balear como si en sus contratos hubiese una cláusula que impusiese obligatoriamente el verano ibicenco. La única diferencia es que Alcaraz cuenta con naturalidad que le gusta irse de vacaciones y de fiesta.

En un plano más profundo, lo que distingue a la generación de Alcaraz de las predecesoras es el haberse despojado de esa entrega monopolística por el trabajo. No encuentran alegría o motivación en trabajar sin otros alicientes, como la conciliación o el tiempo libre. Poseen un pragmatismo aprendido observando a una generación ansiosa y ansiolítica, la nuestra.

Los alcaraces (llamémosle así) han naturalizado que no hay recompensa asegurada en la tolerancia silenciosa a la toxicidad laboral. Por eso no tienen problemas en delegar o en exigir. Son conscientes de que la meritocracia, aunque existe, puede ser más un lenguaje de marketing que un dogma, que la salud mental es tan importante como la física y que las redes de apoyo (que van más allá de la familia) son fundamentales para que esa salud mental se sostenga.

Los problemas laborales que a menudo se atribuyen a la falta de sacrificio de las generaciones jóvenes suelen ser, en realidad, fallos estructurales del sistema laboral. Por supuesto, Alcaraz no es un funcionario, no trabaja en una oficina, es un deportista; y el sacrificio y la meritocracia son necesidades inherentes del deporte, al margen del talento o la suerte. ¿Pero por qué deberían ser incompatibles con algo de diversión?

El tenis moderno está dominado por los fortísimos peloteos de desgaste desde la línea de fondo. Es un deporte cada vez más potente y atlético. Alcaraz juega de otro modo, con una despreocupación casi matemática. No parece agobiado por jugarse unas semifinales, o un título, o un primer puesto en la ATP. Simplemente parece feliz golpeando la pelota de un lado a otro de la pista. Y esa alegría es la palanca a través de la cual se libera toda su creatividad. La creación a veces se vuelve caótica, claro. En sus peores momentos Alcaraz es desordenado. Puede llegar a desesperar con golpes dominados por la impulsividad. Pero en sus mejores momentos, los más comunes, construye un tenis completo, intuitivo y bellísimo. Al entrar en El Palmar, en el camino Mota Reguerón, al lado de la calle Mayor, lo primero que te encuentras es un enorme mural de Alcaraz fragmentado en tonos azulados y violáceos, golpeando un punto de revés. Para Alcaraz, también para los alcaraces, la comunidad es importante, incluso si hablamos del deporte más individual que existe.

Dinero, raqueta, patatas, amigos: lo tienen todo.

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