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Nadie vio venir el demoledor efecto de Loïs Boisson

La francesa, cuyo golpeo supera en casi mil revoluciones el promedio femenino, frustra a la rusa (7-6(6) y 6-3) y recoge el testigo de Bartoli (2011) en las semifinales

Boisson golpea durante el partido contra Andreeva en la Chatrier.
Alejandro Ciriza

Así de rocambolesca es la vida. Primero una invitación, luego una rotura de ligamento cruzado, ocho meses de baja y rehabilitación después y, finalmente, unas señoras semifinales en el volcánico Roland Garros, cuyo suelo hoy vibra. A grandes rasgos, así ha sido el inverosímil viaje al primer plano de Loïs Boisson, que sonríe lo justo después de batir a Mirra Andreeva, al borde del llanto la joven rusa, y celebra también lo necesario porque este jueves le aguardan las semifinales de Roland Garros y no hay tiempo ni energía que perder. Y de eso va esta historia: de energía. Agotador ese despliegue que se ha llevado ya por delante a dos top-10 y otras tres adversarias, consumidas y ofuscadas. Maldice Andreeva: 7-6(6) y 6-3.

Y lo festeja la grada de París, a la que le cuesta creérselo porque Boisson, 22 años, de Dijon, viene prácticamente de la nada. Nadie, ni ella misma quizá, hubiera soñado con una escalada así. Y encima en casa. Es la 361ª del mundo y hace un año, cuando la Federación Francesa de Tenis (FFT) le invitó al torneo, se topó con la fatídica realidad del deporte de élite: el cruzado de su rodilla derecha se rompió y llegó la oscuridad. Sin embargo, ella, carreras y más carreras para cubrir toda la pista, no cree en los milagros. “No, esto no es ningún milagro”, comenta ante los periodistas; “he tenido un poco de suerte y el resto es una cuestión de haber trabajado duro”.

Hasta esta irrupción, Boisson tan solo había participado en un torneo de categoría WTA, hace solo unas semanas en Rouen. Pero, de golpe y porrazo, se encuentra con un cheque de 700.000 euros, metida entre las cien mejores del mundo —virtualmente es la 65ª— y conque se ha convertido en la primera tenista de su nacionalidad que llega tan lejos en el grande parisino desde que lo hiciera Marion Bartoli en 2011. Imperturbable, en todo caso. Su inexpresividad en la pista se prolonga en la sala de conferencias. “Yo sigo aquí, en mi zona, centrada en el torneo y sin pensar en lo que pueda estar diciéndose fuera. No veo las redes y todo eso. Sigo así y veremos qué ocurre tras el torneo”, dice.

En su ficha profesional, no consta ni fotografía. Sin embargo, Francia sueña al compás de esta ascensión que le guía hacia un duelo este mismo jueves con Coco Gauff, finalista en 2022 y dos del mundo. La estadounidense se ha impuesto a Madison Keys (6-7(6), 6-4 y 6-1) y tendrá que hacer frente en la próxima parada al clima de la central, que se ha llevado por delante a Andreeva. Trágame, tierra, piensa Conchita Martínez, tutora de la rusa. Su jugadora se ha ido completamente del partido. “En ocasiones, Mirra puede llegar a transformarse y se enfada si las cosas no le salen. Es sumamente perfeccionista y exigente, y eso a veces es un arma de doble filo”, contaba en marzo a EL PAÍS.

Realidad virtual

Con permiso de Iga Swiatek, Aryna Sabalenka y de la propia Gauff, asomaba en esta edición como otra de las aspirantes, dada la buena línea evolutiva de esta temporada y la experiencia de hace un año, cuando aterrizó en la penúltima ronda. Pero esta vez es distinto. Hasta ahora desconocida, Boisson se ha cruzado en su camino. ¿Boisson? Sí, Boisson. Una atleta. Mucho gimnasio, también método. Incluso unas gafas de realidad virtual para el entrenamiento de visualización. Todo ayuda. “Quería agilizar la recuperación”, remarca. Y un efecto demoledor con el drive: su promedio de 3.051 revoluciones por minuto, según las métricas del torneo, supera en casi mil el de las top-50 (2.208) e incluso el de los hombres (2.980).

Boisson celebra un punto.

Da igual dónde se ponga la pelota, que ahí llega la francesa, piernas y más piernas para hacer historia y agitar a la Philippe Chatrier, donde resuena con fuerza el griterío enfervorizado de los seguidores. Allí donde fantaseaba con jugar ella, que se acuerda de Rafael Nadal. “Era mi jugador favorito por su trabajo y su actitud; por el hecho de que siempre daba el máximo”, valora Boisson, de facciones cuadradas, deltoides definidos, trapecio de piedra y pegada de acero. “Si cree en sí misma, tal vez pueda conseguirlo, no lo sé”, señala Andreeva, desesperada: raquetazo a la red, pelotazo hasta el segundo anillo del estadio —doble penalización— y mirada a su palco, dictando una orden para uno de los componentes: “¡Fuera de aquí!”.

Y así cae ella, sorprende Boisson —la semifinalista con el ranking más bajo en 40 años, la francesa más joven en la penúltima ronda de un grande desde Amélie Mauresmo en 1999— y lo canta la central, que volverá a verla este jueves tras el Sabalenka-Swiatek, que comienza no antes de las 15.00. Increíble pero cierto. París la abraza y esa derecha y esa curva tan pronunciada continúan haciendo estragos sobre la arena de París. Un maratón tras otro, más y más confianza. Caen en fila las rivales. Antes de abatir a la rusa cedieron Mertens, Kalinina, Jacquemot y Pegula. Todas probaron la medicina. Bola diabólica. Nadie lo veía venir, nadie contaba con ella: la baza francesa procedía del anonimato.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.
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