La gigante brecha entre el fútbol europeo y el sudamericano se plasma en el Mundial de Clubes
La Copa Intercontinental, jugada de 1960 a 2004, terminó con más títulos para los equipos de la Conmebol que de la UEFA, pero la Ley Bosman, en 1995, abrió las fronteras y perjudicó a los clubes del sur de América

El fútbol es el deporte de los pronósticos traicionados, salvo en el Mundial de Clubes, torneo en los que los equipos europeos llevan 11 títulos consecutivos entre 2013 y 2023, 12 si se agrega la Copa Intercontinental de la FIFA estrenada en diciembre de 2024 y ganada por el Real Madrid. El nuevo formato de la competición que se inauguró en Estados Unidos este sábado multiplica el ya enorme favoritismo de los clubes que dominan la Champions League. Sin embargo, hubo una época —primero en blanco y negro y luego en el inicio de este siglo— en la que América le ganaba a Europa.
“Yo participé en cuatro Copas Intercontinentales. Gané dos y perdí dos”, recuerda el argentino Francisco Pancho Sa, hoy de 79 años, el jugador que levantó más Copas Libertadores, seis, cuatro con Independiente y dos con Boca Juniors, todas en la década del 70. “Con Independiente participé en tres finales del mundo: perdimos con el Ajax en 1972, le ganamos a la Juventus en 1973 y perdimos con el Atlético de Madrid en 1974. Después, con Boca le ganamos al Borussia Mönchengladbach en 1978”, detalla el ex defensor.
La paridad que vivió Sa fue el paisaje habitual entre 1960 y 1979, cuando la Copa Intercontinental se jugaba a ida y vuelta, en América del Sur y Europa, entre los campeones de la Libertadores y la Copa de Europa. Incluso, aquellas primeras 18 ediciones arrojaron una ligera ventaja para los sudamericanos, con 10 triunfos —de equipos argentinos, uruguayos, brasileños y paraguayos— contra 8 derrotas. “El formato era totalmente diferente. De hecho (Johan) Cruyff vino a Buenos Aires a jugar contra Independiente, en 1972. Fue su única vez en Argentina, e imagino en Sudamérica”, dice Sá, que en la actualidad trabaja como captador de jóvenes para las divisiones formativas de Independiente.
La figura del Ajax convirtió un gol a los 5 minutos, pero debió salir con el tobillo hinchado a los 25, sacudido por una violenta infracción de un jugador de Independiente. Tras el 1-1 en la ida en Buenos Aires, el equipo holandés ganó 4-0 la revancha y levantó la Copa Europeo-Sudamericana pero, también campeón europeo en 1973, el Ajax ya desistiría de volver a Argentina para la próxima edición de la Intercontinental, en 1974, en la que tendría que haber vuelto a enfrentar a Independiente, de nuevo campeón de América.
A la falta de incentivo económico —y acaso deportivo, como si al fútbol europeo solo le interesara competir dentro de su geografía—, se le sumaba la violencia que sacudía a muchas de las finales jugadas en Sudamérica, verdaderas batallas sobre el campo de juego, en especial en los de Argentina y de Uruguay. En la Intercontinental de 1969, en medio de lo que aún hoy se considera el partido más violento del fútbol rioplatense —entre Estudiantes de La Plata y el Milan—, tres jugadores argentinos terminaron encarcelados 30 días en una prisión de Buenos Aires.

Ante la ausencia de los reyes europeos, los subcampeones de la Copa de Europa aparecieron como un parche para salvar el duelo entre continentes, una solución de paso a la que se había recurrido por primera vez en 1971, cuando el Ajax habló de incompatibilidad en su calendario y cedió su lugar al Panathinaikos de Grecia, vencido por Nacional de Uruguay en la doble final en Atenas y Montevideo. “Los equipos europeos no querían venir a Sudamérica. Decían que había mucha inseguridad y empezamos a negociar para jugar esos partidos. En 1973, la Juventus (el subcampeón europeo que reemplazó al Ajax) solo aceptó jugar un partido, en Italia. No nos quedó otra, pero igual viajamos y les ganamos. Salíamos a jugar pensando en que podíamos ganarles”, continúa Sá, emblema del Independiente tetracampeón de América de 1972 a 1976.
A su vez, el tricampeón europeo de 1974 a 1976, el Bayern Múnich, también se desentendió de la Copa Intercontinental en las dos primeras ediciones. En 1974 fue reemplazado por el Atlético de Madrid, que venció a Independiente; en 1975 el torneo quedó desierto y recién en 1976 Franz Beckenbauer, Karl-Heinz Rumenigge y Gerd Müller viajaron a Belo Horizonte para enfrentar a Cruzeiro: se suponía que los brasileños eran rivales menos beligerantes que los bravos uruguayos y argentinos. El doble enfrentamiento, sin embargo, ya estaba herido de muerte: el Liverpool fue bicampeón europeo en 1977 y 1978 y no jugó ninguna final, aunque en la primera fue reemplazado por el subcampeón, los alemanes de Borussia Mönchengladbach.
“Yo ya había pasado a Boca. Empatamos en Buenos Aires y ganamos allá. Eran partidos parejos, no había tanta diferencia, se podía competir salvo contra el Ajax, que era la base de la Naranja Mecánica”, cierra Sá. Tras volver a quedar vacante en 1978, el sistema a ida y vuelta se terminó en 1979 con una final con poco gancho: Olimpia de Paraguay venció en la serie al Malmö de Suecia (subcampeón detrás del Nottingham Forest) tras ganar en Asunción y empatar en Europa ante solo 5.000 espectadores.
Entonces el duelo pasó a jugarse en Japón durante 25 años, de 1980 a 2004. Los campeones europeos ya no faltaron a territorio neutral pero, aun así, antes de reconvertirse en el Mundial de Clubes a partir de 2005 —ya también con equipos de la Concacaf—, la Copa Intercontinental terminó con un ligero predominio de los representantes de la Conmebol, con 22 victorias contra 21 caídas entre 1960 y 2004. El punto de inflexión, de todas maneras, fue la Ley Bosman, sancionada en diciembre de 1995, que les permitió a los clubes europeos sumar a futbolistas comunitarios sin que ocuparan cupo de extranjeros. Hasta entonces, los sudamericanos habían ganado 10 de las 15 primeras citas en Japón.

Pero si en 1995 el Ajax llevó a dos extranjeros a Tokio, en 1996 la Juventus y en 1997 el Borussia Dortmund presentaron a cuatro y, ya en 1998, el Real Madrid jugó con siete. Todos ganaron. El torneo comenzó a convertirse, de a poco pero ya definitivamente, en el triunfo de los clubes europeos con jugadores europeos, sudamericanos, africanos y asiáticos sobre clubes sudamericanos con jugadores sudamericanos. En 2019, por ejemplo, el Liverpool le ganó al Flamengo con un gol de un brasileño, Roberto Firmino.
Una de esas pocas excepciones fue el triunfo de Boca contra el Real Madrid en 2000. Uno de los jugadores del equipo argentino, el mediocampista Cristian Traverso recuerda: “Era el Madrid de (Vicente) Del Bosque, que tenía un equipazo, con muchas estrellas. Pero viajamos con la mentalidad de ir a pelear. Nos preparamos para ser fuertes como equipo. Llegamos una semana antes a Japón para aclimatarnos al horario y al clima y el Madrid, por calendario o geografía, llegó más tarde, sobre la hora. Los sorprendimos de entrada y nos pusimos 2-0. Después descontaron, pero no les alcanzó”.
Traverso, además, descree que los europeos se desentienden del Mundial de Clubes. “Está esa sensación, en el mundo del fútbol y del periodismo, que a ellos no les interesan estos partidos, y sí que les interesan. Si hubieses estado dentro de la cancha en aquel Boca-Real Madrid, habrías visto cómo se carajeaban y se gritaban para dar vuelta el partido”, dice el ex mediocampista, en la actualidad analista del canal TyC Sports.
Hoy ya no parece una final sino un paseo: los europeos llevan 11 triunfos consecutivos en el Mundial de Clubes. Incluso, de las últimas 17 ediciones, solo una viajó para Sudamérica, la de 2012, cuando Corinthians de Brasil venció al Chelsea con gol del peruano Paolo Guerrero. Uno de sus jugadores, el argentino Juan Manuel Martínez, recuerda la receta de aquel día: “Desde que terminó el campeonato en Brasil cambiamos el chip y empezamos a pensar en el Mundial de Clubes. El convencimiento de que le íbamos a ganar al Chelsea era total entre jugadores, dirigentes y cuerpo técnico. Viajamos para salir campeones del mundo”.

Aunque Brasil y Argentina nunca dejaron de ser potencias mundiales a nivel selección, en ningún cálculo figura que los seis representantes sudamericanos en el Mundial de Clubes de Estados Unidos puedan revertir esta tendencia: ni los brasileños Flamengo, Fluminense, Botafogo y Palmeiras, ni los argentinos River y Boca. Tampoco, los mexicanos Monterrey y Pachuca ni los estadounidenses Inter Miami y Los Angeles FC.
“La brecha entre los equipos europeos y sudamericanos se hizo mucho más grande en los últimos años. Antes era más parejo, hasta Estudiantes le hizo partido al Barcelona de Guardiola y Messi (en 2010). Los nuestros tenían más fuerza, más potencia, podían equiparar desde el juego. El tema es que ellos se llevan nuestros jugadores más jóvenes. Los sudamericanos necesitan vender, los europeos pueden comprar y la diferencia se agranda cada vez más”, dice Traverso.
“Ahora parece una diferencia sideral, pero yo no sé si es imposible. Lo que sí veo es que los grandes jugadores se van rápidamente de los países donde se forman. Antes, los mejores jugadores jugaban toda su carrera en sus equipos y había equilibrio con Europa. Ahora (Franco) Mastantuono tiene 17 años y ya se fue de River al Real Madrid”, matiza Sá.
“Nunca pensé que aquella, la del Corinthians, iba a ser la última victoria de un club sudamericano contra uno europeo. Pero habla también de lo difícil que es enfrentar a equipos con un poderío muy grande para invertir en jugadores, con más infraestructura y otros recursos. Me da orgullo en lo personal, pero me gustaría que alguna vez vuelva para Sudamérica”, cierra Martínez, ya en la antesala de un torneo hecho en América para, se supone, festejo europeo.
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