Xabi Alonso, acusado de hacer lo que le pidieron en el Real Madrid
Esto marchaba muy bien hasta el Clásico ganado al Barça, pero la rabieta desproporcionada de Vinicius y la falta de una respuesta por parte del club debilitaron la autoridad del entrenador

Un estadio es un espacio de confianza. El tipo de al lado puede ser un idiota o un sinvergüenza, pero un gol nuestro lo blanquea. Somos del mismo equipo, venga ese abrazo. En la calle volvemos a desconocernos, pero si le veo en peligro quizás le eche una mano porque nos une algo profundo. Algo que sirve a la felicidad o a la infelicidad y que crea un vínculo. Amigos de una misma emoción.
Esa confianza nace de una complicidad infantil, pero cierta. Todo por un escudo, un corazón de tela en donde habita la identidad; por un ídolo, que es el brujo carismático de la tribu del que esperamos la magia redentora; por unos valores que creemos únicos solo porque lo creemos. Los del otro equipo creen lo mismo, insoportable arrogancia y principal razón del odio que les tenemos. ¿Cómo sabemos lo que está bien y lo que está mal dentro de ese sistema de valores? Fácil: lo que está bien es todo lo que hacemos nosotros. Como buenos fanáticos buscamos razones sin fisuras. Por lo menos la pasión por un equipo es libre, no está sujeta a burocracia alguna, nadie te puede declarar apátrida si eres hincha del Madrid y vives en Barcelona. Qué fuerte parece y, sin embargo, qué fácil se rompe.
Sobre todo, en el Real Madrid, donde los aficionados ejercen el derecho del triunfador, que es un derecho arrogante que da un poco de repelús. Al sistema de lealtades del hincha hay que pedirle una sola cosa: en los malos momentos no abandones a los tuyos. El Real Madrid atraviesa una crisis de resultados preocupante y se ha desatado la búsqueda del culpable. Veníamos de años extraordinarios en el sentido literal de la palabra: fuera de lo normal. Pero se desgastan los jugadores por el método de cumplir años y se desgasta el discurso, sea el que sea. El desgastador principal es el resultado, único dueño del fútbol mercantilizado y que, en tiempos de transición, se escapa de las manos.
Ancelotti fue admirado y adorado, pero la voz del pueblo decía que faltaba juego, faltaba presión, faltaba rigor… Y pedía un cambio. El más deseado era Xabi Alonso, que prometía una metodología moderna y una energía juvenil. Pero ahora mismo padece una vieja ley del amor: lo que te enamora de alguien es precisamente lo que te separa. La gente lo acusa de aquello que le pedía.
No hablo de los odiadores digitales, sino del hincha clásico, de la voz de la calle. Todo apunta a Xabi. Cuando pierde, a tenor de las preguntas que le hacen en rueda de prensa, solo falta que lo metan preso y, cuando gana, es el mismo preso al que liberan por buena conducta.
Esto marchaba muy bien hasta el día del Clásico, que el Madrid ganó para acomodarse en la tabla de clasificación con una ventaja que aclaraba el proyecto. El andamiaje parecía firme, potente y tranquilizador. No sabíamos que fallaban los cimientos. Aquella rabieta desproporcionada de Vinicius y la falta de una respuesta proporcional por parte del club debilitaron la autoridad del entrenador. Mal negocio.
Desde entonces, los resultados se torcieron y en cada rueda de prensa Xabi parece ese alumno al que el profesor llama al frente y está obligado a salir sin haber estudiado. Frente al City, el equipo, devastado por las lesiones, fue despedido con silbidos. Pero la actuación fue digna. ¿Por la técnica? ¿Por la táctica? No, por la actitud. Corrieron hasta la extenuación, que es lo mínimo. Quizás, si empiezan por ahí, puedan recuperar la confianza en el juego. Y la fe de la gente.
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