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Alienación indebida
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los fantasmas del derbi

El último duelo de identidades disputado en el Metropolitano honró, con creces, las reglas básicas del espiritismo madrileño

Atlético - Real Madrid
Rafa Cabeleira

Sigue siendo el fútbol la mejor demostración de que los fantasmas existen, también fuera de Galicia, donde el capitalismo ha comenzado a corromper algunas certezas de la tradición oral para convertirlas en estampados de camisetas y leyendas de tazón. No es necesario tragarse los bochornos televisados de Iker Jiménez, ni sacar del trastero la vieja ouija de madera profanada por los cercos de un vaso mojado: basta con echar a rodar el balón en un derbi madrileño para que los viejos espectros de sábanas arrugadas y cadenas oxidadas se citen con los vivos, un espectáculo donde lo invisible se entremezcla con lo palpable, donde la fe y el miedo todavía conservan la capacidad de convertir cada córner en un acto de brujería.

El último duelo de identidades disputado en el Metropolitano honró, con creces, las reglas básicas del espiritismo madrileño. Marcó muy pronto el Atleti, primer sello de calidad en su ciclo cinematográfico del terror. En cualquier otro estadio del mundo se celebraría ese primer tanto con el júbilo de quien ve un paso más cerca la entrada en Compostela, pero el aficionado colchonero hace tiempo que acompaña algunas de sus conquistas con murmullos: demasiado pronto, demasiado bonito, de nuevo la animadora rubia bajando sola al sótano porque en la cocina ya no queda cerveza. No tardaría el Madrid en emerger del pozo con su camisón húmedo de las grandes ocasiones, de nuevo la sábana blanca cruzando el pasillo para remontar el marcador con dos golpes de hacha.

Pareció el beso del vampiro o ese reloj que anuncia el final del encantamiento: otra vez se ilusionaba temeroso el Atleti, remontaba confiando el Real y Simeone se arrancaba de raíz un buen mechón de pelos invisibles. Llegó entonces el gol del empate, el agua bendita, justo a tiempo de evitar los traumas recurrentes del tiempo de descanso: el Atleti, en lugar de desmoronarse como sugería el guion, descubrió en ese instante que algunos demonios también sienten miedo y regresó del vestuario como ordenan los cánones del exorcismo. Con la grada llena de velas invisibles y Simeone gesticulando con fe, la histórica goleada dejó al Metropolitano en un trance colectivo que coronó a Julián Alvarez como nuevo hijo de la Bestia.

Así, mientras el Atleti se liberaba de sus cadenas, al equipo de Xabi Alonso le brotaron las suyas camino del autobús. El Madrid también tiene fantasmas, aunque su gusto por la épica le ayude a disimularlos. Su centro del campo, esa sala de máquinas que no hace tanto infundía temor y respeto en cualquier rival, se parece ahora al tren de la bruja, con demasiados futbolistas en fase de construcción que se miran los unos a los otros con la boca muy abierta en cuanto llegan los escobazos. Tampoco ayuda la implicación defensiva de sus estrellas, que siguen corriendo hacia atrás con la misma convicción de un gato frente a la bañera. Ni el fantasma de la modernidad, representado en las nuevas ideas de su entrenador y que rara vez conquistan al pueblo elegido de Bernabéu, más acostumbrado al peso de las jerarquías que al pulso de la competencia.

Creer en fantasmas afecta a la confianza porque lo divino acostumbra a imponerse sobre lo humano, como bien saben casi todos los grandes rivales del Madrid. Pero nada como el gol para espantarse las supersticiones y renacer de tus cenizas, al menos hasta el próximo tropiezo. Porque no hace falta ser un Hijo del Hierro para saber que lo que está muerto no puede morir y que las historias paranormales tan solo se aplazan hasta que llega el siguiente derbi y algún gracioso apaga la luz.

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