Ronaldo en la red, pasado y presente
¿Cómo hubiera sido Maradona si veinte años antes un jugador de su misma dimensión y proyección hubiera cometido los errores que cometió él?


Patrick Mouratoglou es un famoso entrenador de tenis que tuvo al otro lado de la red a pupilos tan distintos como Jérémy Chardy, Grigor Dimitrov o Serena Williams. Un típico francés alto y guapo, ya de 55 años. Había empezado en las pistas con aquel viejo conocido chipriota, Marcos Baghdatis, a quien hizo número 1 junior. En 2024 su nombre se depositó en los principales periódicos del mundo por razones espectaculares: a su lista de discípulos se había sumado el mejor delantero de fútbol de la historia, Ronaldo Nazario. El brasileño, pasado de peso, le pega el revés a una mano, señal legendaria de distinción. Tiene una derecha poco ortodoxa, entre la de Kyrgios y Medvedev. Y lógicos problemas en desplazarse por la pista (cuando lo hace, parece un lento y mortífero submarino). Pero lo interesante es lo que ocurre cuando se sienta cubierto de sudor, jadeando.
Mouratoglou, que no se ha visto en otra, le pregunta a la leyenda por el fútbol. Quién le pegaba fuerte a la pelota (“Roberto Carlos”, no duda Ronnie), y cómo era él, el 9 brasileño. “Yo no era un jugador que tuviera mucha potencia para pegarle al balón, era más un jugador de driblar y correr”, dice el Fenómeno. Aclara: “Entrené mucho, pero no como otros. Hacía más trabajo técnico, dinámico, de driblar y disparar a puerta”. Hay una declaración de Ronaldo que llama la atención por el componente nostálgico con que la dice, por la facilidad con la que asume (sin traumas ni reivindicaciones locas) que su fútbol, el fútbol de su generación dorada (y eran unos cuantos) ya pasó. “Hoy el fútbol es mejor que en mi generación. La calidad del campo, la hierba, es mucho mejor que antes, los jugadores son mucho más rápidos, hay menos espacios y el balón corre más rápido de un lado a otro”, le dice a su entrenador de tenis. Hablamos, ojo, de uno de los mayores prodigios técnicos del fútbol, un hombre que domaba el balón y lo pegaba a su bota de una manera absurdamente sencilla. De hecho, también reconoce: “Yo corría con la pelota más rápido que sin ella”.

Las comparaciones en el deporte de élite suelen ser engañosas. Hace poco se viralizó la final de Roland Garros de 1983 entre Yannick Noah y Mats Wilander. Pasabolismo en vena en pista lenta. Hubo ciertas burlas: parecía que cualquiera de nosotros podía haber cogido una raqueta y haberse presentado allí sin mucho escándalo. Lo cierto es que el salto es escandaloso. Pero no tanto en la técnica, que también, sino en lo que siempre marca la diferencia entre el pasado y el presente: la velocidad. El punto de vértigo. Y haber crecido con más y más, y distintos, referentes. Se preguntaba Maradona qué hubiera sido de él como jugador si no se hubiese acercado a la cocaína. ¿Y cómo hubiera sido Maradona si veinte años antes un jugador de su misma dimensión y proyección hubiera cometido los errores que cometió él? El progreso también es eso: apartar las piedras del camino que estropearon a otros.
Quizás ahí reside la magia de esa escena improbable: Mouratoglou, experto en la aceleración del tenis moderno, y Ronaldo, mito que ya juega con la memoria de su propio esplendor, conversando sobre lo que queda y lo que cambia. El brasileño le devuelve al francés con humildad la certeza de que el tiempo nunca se detiene. Más allá de la potencia, de la técnica o de la gloria, lo que siempre se impone es la misma verdad: la rueda del deporte gira cada vez más rápido, y cada generación juega con la ventaja de haber visto tropezar y brillar a la anterior.
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