La revolución de Luis Enrique reinterpreta el fútbol antiguo
El PSG gana la Champions con una exhibición de época gracias a un técnico del que los cataríes esperan una hegemonía inspirada en el Ajax de Cruyff, el Liverpool de Dalglish y el Barça de Guardiola

Pocos episodios explican mejor la consagración de Luis Enrique como demiurgo de la primera Champions en la historia del Paris Saint-Germain que su discurso en el vestuario del Parque de los Príncipes, en la primera de las noches que sintió que el proyecto se le caía de las manos. Tenía el agua al cuello. La Real Sociedad se había comido al PSG en la primera parte de la ida de los octavos de final, en febrero de 2024, y el entrenador asturiano sintió que tenía que remover la conciencia de unos futbolistas que se veían eliminados, temían perder el balón, y comenzaban a dudar de si debían o no arriesgarlo en pases rasos por los carriles centrales cuando los rivales los acosaban.
“¡Seis nos presionan contra ocho!”, gritó, fuera de sí, ante las cámaras de Movistar+ instaladas en el camerino. “¡Y no somos capaces! Si tengo que quedar eliminado de la Champions, quedo eliminado, no pasa nada, ¡pero va a ser jugando al fútbol! Centrales abiertos, laterales abiertos, los dos interiores [Vitinha y Fabián] más cerca… Y cada vez que tengamos el balón… ¡jugamos! Fabián: juegas todos los balones para atrás. ¡No, joder! ¡Si hay que perder, perdemos chavales! ¡Perdemos! ¡Pero intento jugar, no pasa nada! ¡Hay que jugar por dentro! Viti ponte de pivote. Fabi de interior. ¡Si fallas no pasa nada! Pero hay que intentarlo, hay que posicionarse, hay que perfilarse. ¡Más agresivos, joder! ¡Más confianza!”.
Luis Enrique es convincente porque lo siente. Como dice un empleado del PSG: “Vive como un mileurista, le da igual todo”. Sus llamadas al valor son sinceras porque en el fondo de su alma, después de ver morir a su hija Xana, observa el mundo con la mirada del que ha ido y ha vuelto de los lugares más oscuros. El mensaje, uno más en el aluvión, acabó calando en una plantilla con una media de 25 años de edad, la más joven de la historia en levantar una Champions. El 5-0 al Inter, el sábado en Múnich, plasmó con una contundencia insólita todos aquellos principios de dinamismo, generosidad, empatía y rebeldía creativa que comenzaron a propagarse por Europa cuando Stefan Kovacs y Rinus Michels los pusieron en boga en el Ajax.
“Lo que hace Luis Enrique con Vitinha, Fabián y Neves es tan moderno que empezó hace 55 años”, explica bajo condición de anonimato uno de los asesores de Nasser al-Khelaifi, el presidente del PSG. “En Europa a finales de los 60 todo el mundo jugaba como juega el Real Madrid ahora, hasta que llegó Kovacs al Ajax y juntó a Arie Haan, Johnny Rep, Johan Neeskens y Johan Cruyff. Comenzaron a intercambiarse posiciones en el mediocampo y destrozaron a todo el mundo. Luego vimos cómo lo repitió el Liverpool con Dalglish y Souness; el Barça con Xavi, Iniesta y Busquets; el City con Rodri, Bernardo Silva, Gündogan y De Bruyne… Ese es el modelo que además de ganar sirve para crear las hegemonías más consistentes y prolongadas de la historia, equipos que además marquen un estilo y atraigan el interés de los aficionados casual, no solo de aquellos que son fanáticos de unos colores”.
Hace falta un punto de fundamentalismo para convencer a los jugadores de defender en campo contrario y pedir la pelota siempre, al filo de la cornisa. Alguien que no tema perder su trabajo o su prestigio. Alguien exactamente como Luis Enrique en la primavera de 2023. El hombre no solo venía de sufrir una tragedia familiar. En el Mundial de Qatar le fue tan mal que acabó enfrentado a la plantilla en una espiral de desconfianza que se cerró en la última charla motivacional antes de jugar contra Marruecos. Célebre entre los jugadores por sus alocuciones, el seleccionador prefirió no pronunciar ni una palabra, los dejó solos y delegó la responsabilidad de la última arenga en Rodri. Despedido de la federación a la semana siguiente, a sus 53 años pasó varios meses buscando trabajo sin éxito, como cuando se reunió con un delegado del Chelsea que le dio largas. El día que Al-Khelaifi llamó a su puerta se le abrió el cielo. El gran mercado comenzaba a observarle con la suspicacia que se reserva a los excéntricos sin rumbo.
Al-Khelaifi, desesperado
Al-Khelaifi estaba tan desesperado como el hombre al que buscaba. Necesitaba resolver un dilema que no pudieron superar Carlo Ancelotti, Laurent Blanc, Unai Emery, Thomas Tuchel ni Mauricio Pochettino, la genealogía de técnicos consumidos desde que el fondo soberano de Qatar compró el club en 2011. Una ristra de condenados por el que hasta 2023 fue el principal ideólogo de la empresa, el emir de Qatar. El jeque Tamin bin Hamad Al-Thani creía que para alcanzar la cumbre absoluta del éxito había que ganar la Champions y la forma más rápida y atractiva de conseguirlo era acumulando cuantas más celebridades, mejor. Las incorporaciones de Ibrahimovic, Neymar, Mbappé y Messi respondieron al plan. Presumía que la felicidad de las figuras estimularía su rendimiento en un clima de hedonismo y espectacularidad más propio de un cuento de las Mil y Una Noches que de la realidad competitiva.
Solo después del fracaso total en 2022, los jeques se resignaron a implementar una fórmula que replicara los modelos de Guardiola o Klopp. El director deportivo, Luis Campos, se encargó de promover una mutación a la que añadió un deliberado acento ibérico, en la convicción de que los españoles y los portugueses son los mejores elementos no solo para interpretar el juego asociativo, sino para promover ambientes de trabajo saludables y disciplinados.
Campos vio que Luis Enrique poseía las condiciones necesarias para realizar el cambio cultural. El profeta que haría el tránsito del régimen de los solistas hacia el juego asociativo. Todos juntos para defender, todos juntos para atacar. Más fácil decirlo que hacerlo. Luis Enrique dejó a su mujer, Elena, y a sus hijos Pacho y Sira en Barcelona, y durante meses se instaló como un eremita en la ciudad deportiva de Poissy; vivía a base de grounding y frutos secos. “Yo, con los jugadores que había antes no habría venido a entrenar aquí”, dijo en el documental No Tenéis ni Puta Idea. “Los Balones de Oro no los tenemos que fichar, los tenemos que fabricar”.
Ramon Planes, el exdirector deportivo del Barça, no tiene dudas: “No hay muchos entrenadores buenos, pero aquí se demuestra que los buenos son imprescindibles. A Luis le han permitido desarrollar lo que él quiere, que es ese fútbol eléctrico, dinámico, de jugadores generosos y disciplinados como soldados que atacan y defienden todos juntos, que es hacia donde va el fútbol desde hace años. Luis Enrique los ha convencido a todos a base de insistencia. Él es un machaca, un corredor de fondo. Es su modo de ser y le han dado a los jugadores perfectos para lo que él necesita, comenzando por Vitinha, que es la correa de distribución”.
“Centrocampistas en dos direcciones”
La selección de los jugadores no fue sencilla, especialmente en lo que respecta a los interiores. “Un centrocampista en dos direcciones —ataque y defensa— tiene que examinarse en cuatro dimensiones”, explica un prospector que ha trabajado para el PSG. “Primera dimensión, la salida contra la presión alta de los rivales de primer nivel; segunda dimensión, el dinamismo y la interpretación del toque y continuación contra un bloque bajo de clase mundial; tercera, saber interpretar todos los movimientos tácticos defensivos en un bloque bajo; y cuarta, tener capacidad y fuelle para ir a presionar alto a los mejores adversarios. Un centrocampista de alto nivel no puede bajar de siete puntos en ninguno de estos apartados. Por eso hay equipos como el Madrid o el Atlético a los que les está costando competir”.
Luis Enrique completó la revolución cuando descartó a Ugarte y a Zaïre Emery y seleccionó a Vitinha, Fabián y Neves para operar en las dos direcciones. En el proceso de afinamiento superó varias crisis. La más grave, según fuentes del club, fue entre noviembre y enero pasados. El 22 de enero el PSG recibió al City de Guardiola en la penúltima jornada de la fase de grupos de la Champions en el puesto 26º con un total de 36 equipos. Al-Khelaifi llegó a plantearse cambiar de entrenador si no se metía entre los 24 que clasificaban para la siguiente ronda. La tensión era asfixiante y fue peor todavía cuando el City anotó un 0-2. Al descanso, el entrenador pronunció uno de sus discursos kamikaze. Inflamó a los jugadores. Les dijo que no le importaba que Haaland y sus compañeros les eliminaran. Pero si caían quería hacerlo a su manera. Yendo a por todas. Con más presión al hombre. Más ritmo. Más riesgo.
El resultado fue el 4-2. Una de las remontadas más espectaculares del año y el comienzo de una epopeya inolvidable para los aficionados de París y el mundo.
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