Luis Enrique: “El día que me presenté dije que mi primer objetivo era traer trofeos importantes”
El entrenador del PSG celebra los esfuerzos defensivos de Dembélé, su gran solista del ataque, y anuncia que ahora su ambición es ganar el Mundial de Clubes

Luis Enrique alcanzó la cima de su carrera en Múnich. Lo hizo como pionero, conduciendo al Paris Saint-Germain a la conquista de su primera Champions, y lo firmó con la rúbrica de verdadero arquitecto de la catedral. Si en 2015 alzó la copa con un Barça que ya se había gestado en la década anterior, esta vez fundó la dinastía él mismo. Vitinha, Neves, Pacho, estrellas del campeón, son, de algún modo, creaciones suyas en la medida en que supo encajarlos en un modelo que los elevaría hasta la estratosfera. Con consignas tácticas y, sobre todo, con una doctrina que se asienta sobre pilares de bravura, de rebeldía, de optimismo y solidaridad. El resultado fue un equipo tan divertido y contagioso que enamoró a la hinchada. Luis Enrique acabó transformándose en ídolo de la afición. La gente le rindió un homenaje en el fondo del estadio de Múnich, en donde se desplegó una enorme pancarta que representó al entrenador clavando la bandera del club de París junto a su hija Xana, fallecida en 2019 a la edad de nueve años.


Alguien del público llevó a Luis Enrique una camiseta negra de la Fundación Xana, dedicada a la asistencia de niños que sufren enfermedades graves. En plena celebración por el título, el técnico se vistió de luto y no dejó de reír. “Xana está con la familia y con sus amigos todos los días”, dijo, “se gane o se pierda, se levante de mal humor o de buen humor. Es así cuando uno ama a las personas de corazón. Xana siempre está conmigo y hoy estaría por aquí corriendo, aunque sería un poco más mayor. Fue muy emocionante el detalle de los aficionados, muy bonito, pero no necesito ganar una Champions para acordarme de mi hija. Está siempre presente. La siento especialmente cuando perdemos y las cosas no salen bien. Se trata de sacar lo positivo de lo negativo. Y cuando haces también tan feliz a tantos aficionados, pues felicidad máxima”.
A sus 55 años, Luis Enrique habla en francés, pero nunca en público. Resulta insólito que sin dejar de mostrarse desafiante y orgulloso, incluso quisquilloso, haya inspirado más amor entre la gente que acude al Parque de los Príncipes que ningún otro entrenador en la historia de un club que se fundó en 1970. No es poca parroquia. Doce millones de habitantes viven en el gran París, el mayor vivero del fútbol europeo, por el número de licencias que registra y por la cantidad de finales de Copa del Mundo que disputan sus futbolistas: cuatro de las últimas siete, dos de ellas ganadas. Desde hace tiempo, una buena porción de los vecinos de la ciudad se declaran seguidores del PSG. El fútbol está de moda en el valle del Sena y el nuevo profeta es el asturiano.

“Creo que hemos entrado muy bien al partido”, dijo en su análisis. Y añadió: “Hemos gestionado muy bien la semana de entrenos buscando un estado mental. Hemos estado excepcionales. El equipo ha presionado con una intensidad altísima. Ousmane Dembélé ha presionado a Sommer, Acerbi, Bastoni... Ha hecho una presión muy bestia que no les ha permitido pensar. Hemos tenido fortuna en los goles porque nos ha permitido tener mayor control de entrada”.
“El día que me presenté dije que mi primer objetivo era traer trofeos importantes”, prosiguió. “Espero poder seguir trayéndolos. Creo que el equipo refleja los ideales del PSG, que no deja de presionar y correr independientemente de los resultados. El mes que viene tendremos la oportunidad de conseguir el quinto título de la temporada con el Mundial de Clubes de la FIFA. Creo que es una competición increíble que permitirá determinar cuál equipo es el mejor del mundo. Al nivel del Mundial y la Eurocopa para las selecciones”.

El PSG viajará a Estados Unidos dentro de una semana para enfrentarse al Atlético en la fase de grupos del Mundial de Clubes, un evento que obsesiona a los dueños cataríes del club por el prestigio y las retribuciones económicas que promete. Lo hará con un jugador al que Luis Enrique cambió el paradigma, al menos en Múnich. “Yo le daría el Balón de Oro al señor Ousmane Dembélé por cómo ha defendido”, dijo el técnico, que, contra su costumbre, no dudó en individualizar los méritos concentrando sus elogios en un futbolista que inhibió su naturaleza de aventurero solitario para poner su energía al servicio del lucimiento de otros. “Eso es liderar un equipo desde la humildad. Le daría el Balón de Oro por cómo ha presionado”, insistió.
Dembélé sumaba 33 goles en todas las competiciones hasta este sábado. Era el atacante más visible de un equipo que se caracteriza por las acciones corales. Contra el Inter experimentó una metamorfosis. Mientras perseguía a los centrales, a los volantes y al portero rivales para que rifaran la pelota, sintetizó el espíritu que anima al PSG. La antítesis del proyecto que iluminaron los príncipes cataríes cuando compraron el club en 2011 convencidos de que la vía del hedonismo les haría grandes coronando a Neymar Junior antes de pedirle que se esfuerce.
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