Calma, buen rollo y una sentada por Palestina antes del último repecho
Unos pocos aficionados y activistas que alcanzan la Bola del Mundo, un enclave de difícil acceso y blindado por los agentes, claman en defensa de los gazatíes


Lo documentó hace treinta años Andrés Campos en EL PAÍS. A Manuel González de Amezúa, un día de invierno de 1904, se le ocurrió, viendo las laderas nevadas de El Ventorrillo, patinar con una especie de palos que pretendían ser ya esquíes, y que le habían regalado unos noruegos que mandaban en la Compañía de Maderas de Cercedilla. “Pronto el nuevo sport [así se decía entonces] cautivó a una pandilla de esnobs, la misma que en 1907 fundó el Twenty Club y, un año más tarde, el Club Alpino Español. Entonces el mundo era joven. Nevaba a sacos. Y el puerto de Navacerrada, cuatro kilómetros carretera arriba, persistía inhóspito como paso de carruajes y refugio de cabreros. Aunque por poco tiempo”, cuenta Campos. Llegó el tren en 1923, y la cosa se fue animando. Durante el franquismo, lo moderno era ir a esquiar a Navacerrada —a la sierra de Guadarrama, donde hubo un frente durísimo en la Guerra Civil— para las clases medias y altas; se subía con esfuerzo a la cumbre, y al hacerlo se enseñaba el estatus.
La Bola del Mundo, oficialmente Alto de las Guarramillas del puerto de Navacerrada, es cumbre de la Vuelta desde 2010, cuando ganó Ezequiel Mosquera una etapa que registraba desniveles del 20% en la terrorífica última subida. De camino por una carretera durísima, a las 10 de la mañana, se asoman pintadas extrañas para una carrera ciclista. Cómo lo pasaría el Gurb de Eduardo Mendoza recién aterrizado. “Fuck Israel”, “Free Palestina”, “Stop Genocidio”, “Palestina Libre”. Decenas y decenas de ciclistas aficionados empiezan a circular dos horas después Navacerrada arriba y abajo junto a cientos de aficionados que han tenido que dejar su coche en el pueblo y subir al alto caminando. Banderas de Suiza, de Colombia, de Uruguay, por supuesto de Portugal y Dinamarca, con Almeida y Vingegaard jugándose la carrera. De España, claro. Un par de Extremadura que, sobre el hombro de un aficionado, invitan a la confusión. Porque de quien más banderas hay en Navacerrada es de Palestina. No hay ciclistas palestinos en la Vuelta y sí un equipo israelí propiedad de Sylvan Adams, amigo de Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel e instigador de las matanzas de inocentes y la destrucción de Gaza después de los atentados terroristas que Hamás cometió el 7 de octubre en suelo de Israel.
“Palestina vencerá”, gritan apenas 50 personas en el primer paso por Navacerrada de los ciclistas, muy pocas para intentar cortar el tráfico o hacer su presencia más visible. “Somos muy pocos porque los accesos son lo que son, es muy difícil llegar hasta aquí y esto está completamente lleno de policía. Veremos mañana [por el domingo] en Madrid. Se va a movilizar muchísima gente y será diferente. También habrá más policía”, concede un hombre que prefiere no decir su nombre. Ni él ni el grupo de cuatro o cinco con el que está. Agita la bandera palestina frente al restaurante-hotel Posadoiro; al otro lado de la carretera, el restaurante Dos Castillas. Es día especial y no hay cartas convencionales. Se sirven torreznos, bocadillos enormes de tortilla o lomo. Colas que salen por la puerta y se meten en los arcenes de la carretera blindada por vallas y la Guardia Civil. Es un día especial, una etapa grande de la Vuelta: muchos ciclistas aficionados que se han hecho la subida piden cervezas y las meten en los bolsillos traseros del maillot. La convivencia de manifestantes y aficionados es pacífica y amistosa.
“¡Vamos, vamos!”. Un mando de los antidisturbios grita para que varios agentes acudan como refuerzo de los compañeros que están frente a los pocos manifestantes propalestinos. Los agentes apartan las vallas y van hacia sus compañeros. Los ciclistas están a punto de llegar y las precauciones se disparan. En el grupo de manifestantes están Fernando Jiménez, de la Plataforma Sierra con Palestina (“la pusimos en marcha cuando Israel empezó el genocidio”) y Jesús Bartolomé, de Ecologistas en Acción. Bartolomé lleva semanas denunciando la ilegalidad que, a su juicio, supone que la Vuelta acabe en la Bola del Mundo. “De acuerdo con el Plan Rector de Uso y Gestión (PRUG) del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, la Vuelta debería acabar en enclave urbano, no en alto como se ha acabado en esta edición. El PRUG sirve para conservar y proteger el parque nacional, pero se anteponen los intereses comerciales de la Vuelta a los intereses conservacionistas, y esto es lo que denunciamos desde Ecologistas en Acción”.
No es la primera vez que la etapa de la Vuelta termina en la Bola del Mundo, pero sí que la zona es parque nacional y por tanto protegida. Los ecologistas estudiarán medidas para evitar el final de etapa en la sierra. Mientras lo anuncian, llegan noticias: a 18 kilómetros, unas protestas en Becerril de la Sierra alteraron la carrera. Alrededor de una veintena de manifestantes se sentaron sobre el asfalto y lograron frenar al grupo del maillot rojo, donde rodaba el líder, Jonas Vingegaard.
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