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David de la Cruz, la rueda de los más grandes

El ciclista, que ha compartido equipo con los mejores de la época, firmó sobre la bocina con Q36.5 para un último baile que incluyó el campeonato nacional de crono

David de la Cruz Vuelta a España
Jordi Quixano

Un pinchazo lo cambió todo. Con 18 años y un tanto perdido en la vida, David de la Cruz (Sabadell, Barcelona; 36 años) trabajaba en un supermercado por las mañanas y cursaba un curso puente para hacer un grado superior por las tardes. “Entonces vi una bici y no dudé en comprarla. Era una BH Iseran, un muerto que, para mí, sin embargo, era la mejor del mundo y que me servía para moverme”, recuerda con cierta nostalgia. Pero un día, de camino al trabajo, pinchó y entró en la tienda de Ciclos Trujillo para pedir que se la repararan y, de paso, saber si tenían alguna vía para probarse en competición porque, decía, sentía que rodaba muy bien. No se equivocaba porque en dos años ya estaba con los profesionales para completar una carrera de ensueño, siempre en los mejores equipos y con los grandes corredores del momento.

“De pequeño probé un poquito de todo. Hice fútbol, baloncesto y, como no se me daba bien, ya me tomé más en serio el atletismo. Practicaba 3.000 obstáculos en verano y cross en invierno”, rememora, al tiempo que cita como referentes a Hicham El Gerrouj –“cuando logró esa doble medalla en 1.500 y 5.000 en los Juegos de Atenas de 2004 fue una gran inspiración”, señala-, Kenenisa Bekele y el mediofondista Miguel Quesada, de Sabadell. “Hasta que la bici me encontró a mí, más que yo la encontré a ella”, conviene. Comenzó en Caja Rural y pasó por el NetApp. Ya en la Vuelta de 2016, con el maillot de Quick-Step, explotó. “Ese año, mientras caminaba a la presentación de equipos, el director del equipo me preguntó: ¿cuál es tu objetivo para esta Vuelta a España? Le respondí que ganar una etapa desde la fuga y hacer top-ten en la clasificación general. Pensó que era un poco flipado…”, cuenta. Pero lo consiguió, al punto de que se coronó en el Alto del Naranco -llegó a ponerse el maillot de líder- y finalizó séptimo en la general. “Ahí me di cuenta de que era posible ganar en profesionales, porque siempre estaba cerca, pero me costaba rematarlo. También me mostró al mundo”. Un mundo que le abrió los brazos.

Primero fue al Quick-Step de las grandes estrellas con Cavendish, Boonen, Tony Martin, Kwiatkowski… Después llegó al Sky (actual Ineos) de Froome y coincidió en el UAE con un joven Pogacar que asomaba la cabeza. “Es el mejor de la historia”, resuelve, a la vez que recuerda que también ha estado al lado de Jungels, Mas, Alaphilippe, Bernal, Nibali, Supermán López, Tao…. Y desgrana el que para él sería el corredor perfecto: “El sprint de Cavendish, la fuerza en el llano de Tony Martin o Boonen, lo relajado que afronta y la capacidad de manejar la presión de Pogacar y, claro, también cómo sube”, enumera.

Pero no todo fue perfecto. En Sky, aunque empezó con buen pie, en el segundo año acabó por no disfrutar sobre la bici por culpa de lesiones y decisiones técnicas. “Pensé en dejarlo por aburrimiento y desilusión”, admite. Pero llegó el UAE para recobrar su mejor versión y reencontrarse, incluso para ayudar a Pogacar en su primer Tour corriendo desde la segunda etapa con el hueso sacro roto. Después se marchó al Astana y tras dos cursos muy complicados vio que su carrera se acababa. Sobre todo, después de que Lidl-Trek, con quien sus agentes de por entonces le aseguraban que lo tenía hecho, le dejó en la estacada. “Por un tiempo dejé de comprar en sus supermercados. Pero ahora ya he vuelto a comprar”, refiere. Y se vio fuera. Hasta que, en diciembre, a última hora, se creó el Q36.5 y le dieron la oportunidad del último baile, convencido sobre todo por las palabras de Alexandre Sans, que ya le dirigió en el NetApp. Una que aprovechó a lo grande porque en los pasados nacionales de crono se llevó el oro por delante de Markel Beloki y Raúl García Pierna.

“Vuelvo a disfrutar de la bici”, explica con una amplia sonrisa. “Ese título me animó a seguir. Soy consciente de la edad que tengo y mi cuerpo no es igual que cuando tenía 29 o 30 años, pero tengo experiencia, me conozco y los profesionales que hay a mi lado hacen que pueda suplir esa falta de chispa. Y ahora ya sé que, seguramente, el año que viene sea mi último año. Pero es diferente porque estoy preparado”, resuelve. Mientras, seguirá aportando su ciclismo y trabajo al grupo como siempre, ahora a un Tom Pidcock que capitaliza el Q36.5, al punto de que los fichajes son gente de su confianza y entorno, ocupado el equipo en formar al corredor para las grandes rondas. “Viene a esta Vuelta con el objetivo de ver si puede estar en el top-ten o mejor. Es un test de cara al futuro. Y si luego, por cualquier motivo, me siento bien y puedo buscar un objetivo personal, pues mejor que mejor. Y pase lo que pase, siempre podré decir que he tenido la suerte de estar con los mejores”.

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Sobre la firma

Jordi Quixano
Redactor de Deportes en EL PAÍS desde 2003. Licenciado en la Universidad Ramon Llull. Ha cubierto una Eurocopa, un Mundial y varias Vueltas a España, además de llevar durante años la información del Barcelona, también del Atlético y ahora de polideportivo.
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