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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pasolini y el balón

Fue cineasta, escritor y futbolista, tres profesiones que podemos ser todos con solo salir a la calle

Manuel Jabois

Oriana Fallaci conversó con Pier Paolo Pasolini para L’Europeo en 1966, Un marxista en Nueva York. Pasolini le dice esta frase: “Amo la vida ferozmente, desesperadamente. Y amo a la gente pobre y viva”. Pier Paolo Pasolini murió en la madrugada del 2 de noviembre de 1975, hace 50 años, en la playa de Ostia, cerca de Roma. Encontraron su cuerpo al amanecer: destrozado, cubierto de barro, con las huellas de un coche —el suyo— marcadas en el pecho, el rostro desfigurado. La policía detuvo a un joven de 17 años, Giuseppe ‘Pino’ Pelosi, que dijo haberlo matado “en defensa propia” tras una pelea motivada por sexo. No tenía sentido: hubo hasta testigos que dijeron haber visto el coche del autor conducido por más gente después de su muerte. El caso se cerró rápido, como si Italia tuviera prisa por enterrar al poeta junto con el escándalo.

Pasolini acababa de estrenar Salò o le 120 giornate di Sodoma y de anunciar que estaba escribiendo un libro sobre el poder y la corrupción. Pelosi fue condenado, pero en 2005, treinta años después, se retractó: dijo que tres hombres “bien vestidos” habían participado en la paliza y lo obligaron a asumir la culpa. Desde entonces, el crimen sigue entre interrogantes. Pasolini murió como había vivido: en el límite entre la lucidez y el peligro. El barro de Ostia fue su última metáfora: allí estaba el barro del cuerpo, de la política, de la Italia que intentó desnudar. Quizá lo mataron por pretender mirar a donde nadie miraba.

Una vida violenta es uno de los libros que más profundamente me marcó en la juventud. Por razones sencillas y delicadas que van más allá de la brutalidad del lenguaje y la miseria que retrata. Por la ternura, por ejemplo, que se esconde detrás de cada golpe. Por esas calles polvorientas del extrarradio romano en las que se descubre, según avanza la historia, que ahí la dignidad no depende del éxito ni de la limpieza, sino del gesto mínimo de quien, sin nada en los bolsillos y una deuda a cobrarle a la vida, todavía es capaz de sentir piedad. La novela va de un chico que comprende que la vida puede ser otra cosa y, al mismo tiempo, que ya es demasiado tarde, como vaticinó después Gil de Biedma: Tommaso Puzzilli enseña que la redención existe, pero llega cuando el mundo ha dejado de escuchar. ¿Cuánta bondad puede soportar una sociedad sin pudrirse?

Fue cineasta, escritor y futbolista, tres profesiones que podemos ser todos con solo salir a la calle. Jugó horas de niño, jugó en rodajes, jugó hasta el final. Decía que el fútbol era un lenguaje, una herramienta de comunicación en la que había que distinguir a los geniales imprevisibles (poetas) y a los constructores armados del juego (prosistas). Así que quería el fútbol como un lenguaje secreto. En el barro de los descampados y en los estadios llenos de obreros observaba que la única liturgia que aún unía a los italianos. Decía que cada gol era un poema, una irrupción de belleza popular en medio del aburrimiento moderno. El fútbol no era evasión como para tantos, sino un acto de inteligencia colectiva: una coreografía donde el pueblo, sin saberlo, escribía su propia épica. Entre el rito y la gramática, Pasolini encontró en el juego la última forma inocente de comunidad, la poesía del cuerpo antes de la televisión.

Una frase deslumbrante que releer: “Me he quedado en el idealismo del instituto, cuando jugar con el balón era la cosa más bella del mundo”. Y un libro que recomendar: El fútbol según Pasolini, de Valerio Curcio (traducción de Ernesto C. Gardiner y prólogo de Toni Padilla, editorial Altamarea).

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.
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