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Columna
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Pedri y la carga mental

El jugador canario, omnipresente en el juego y discreto en la zona mixta, encarna el trabajo duro, preciso y silencioso que mantiene a flote a la familia blaugrana

Pedri Gonzalez, durante el partido de Liga contra el Rayo Vallecano.
Daniel Verdú

La carga mental, o su expresión, hace fortuna en artículos, tertulias y librerías de todo el mundo. Y es, sobre todo, una condena para quien la sufre en silencio. Hoy se declina en la cantidad de tareas invisibles que asumen las mujeres en casa, en el trabajo, en la familia y que terminarían por desquiciar a cualquiera. En España, 3 de cada 4 la sufre, aunque un 40% de ellas desconozca el concepto y el 45%, dicen, nunca ha hablado de con nadie de este asunto. Furia, la serie de Félix Sabroso habla de refilón de ello. O más bien de ese límite que, al traspasarse, detona algo dentro de todos nosotros que nos empuja a mandarlo todo al carajo. De lo que ocurre luego, de la garganta seca y la sed de venganza. Y yo ahora solo puedo pensar en Pedri estallando después de un partido comiéndose marrones.

En el Barça, y ocurrirá en la Selección, todo pasa por el canario. Se ofrece, le buscan, soluciona. Lleva 215 pases esta temporada, y el 93,02% han sido acertados. La manera de girarse, de ver el desmarque, de resolver entuertos que él no ha creado. Cuando nadie sabe qué hacer, cómo ordenarlo todo, ahí está Pedri. Dale una pedrada y te devuelve una caricia. Todo ocurre a su alrededor. Y con sordina. Sin celebraciones absurdas, sin declaraciones provocadoras, sin atribuirse ni su propio mérito.

Recorren las estanterías de las librerías de todo el mundo ensayos sobre la inutilidad del trabajo para la realización personal, lo de trabajar lo justo porque la vida está fuera de la oficina. Yo si fuera Pedri escribiría uno. De esos pequeñitos y de colores, que sirven para mandarlo todo al carajo. El canario, omnipresente en el juego y discreto en la zona mixta, encarna el trabajo duro, preciso y silencioso que mantiene a flote a la familia. Yo si fuera él se lo diría a su agente. No sé lo que cobra, pero es poco.

Los egos matan el éxito, dice Flick, buen coach de autoayuda. Pero los jugadores del Barça no saben a qué se refiere. Están molestos por el comentario, cuentan los que saben. Lamine Yamal, que se calzó una corona invisible -como hace LeBron James, quizá el mejor jugador de baloncesto de la historia después de Michael Jordan- en la celebración de un gol de penalti que, probablemente, ni había sido penalti, está de acuerdo con Flick. No va con él el comentario. Pero aparece en la foto del primer gol del Mallorca en la primera jornada y en el del gol del empate contra el Rayo Vallecano. El ego tiene que ver también con atacar de maravilla y defender cuando el campo se vuelca hacia el otro lado y hace subida. Messi se pasó media vida andando, claro, pero ya era Messi. Tampoco Fermín, que llevaba una semana sin aclarar su futuro comiendo palomitas asistiendo al baile de cifras sobre su valor de mercado, sabía a qué demonios se refería Flick. Lo mismo que Olmo, en plena batalla interna por la plaza de mediapunta con el andaluz.

Resulta que nadie sabe ahora qué se refiere con lo de los egos. Ya nos lo contará, dicen. Pues que le pregunten a Pedri. “El año pasado todos corríamos a una, todos se dejaban todo en el campo y esa era la clave. No mirábamos por el éxito personal, sino por el equipo. Es lo que hace a un gran equipo ganar títulos”.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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