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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El grito pasional de Alcaraz, el silencio letal de Sinner

El tenis del italiano puede ser tan perfecto que no queda otra que combatirlo por el bien, precisamente, del tenis: se necesita el show del español

Jannik Sinner devuelve a bola ante Carlos Alcaraz en la final de Wimbledon.
Manuel Jabois

Uno de los asuntos más bellos que tienen que ver con el tenis es que todo lo complejo que tiene el juego, lo puede tener de sencillo el partido. De pronto, un grito desnivela un set. El que dio Carlos Alcaraz, cuando la final de Wimbledon había empezado sin peloteos, con lógica pesada y tensa. Y en medio del set igualado, dos puntos impactantes del español: dos puntos que, en medio del páramo de juego de los primeros minutos, desnivelaron mentalmente el partido.

En uno, con 4-3 de Alcaraz y sacando Sinner, Alcaraz da uno de sus golpes favoritos: ante una bola fácil (una bola que bota alta, preparada para detonar), cambia la raqueta para hacer una dejada y, cuando Sinner ya tiene la cabeza lista para correr y da un paso hacia delante, Alcaraz convierte la dejada en una derecha cortada muy al fondo. El italiano reacciona y llega: intenta un passing que Alcaraz devuelve con la dejada de volea. 15-15. El siguiente punto fue el primer intercambio de pelotazos de la final al ritmo que demuestra que ahora mismo estos dos tenistas orbitan en otra galaxia. Un juego que se le da particularmente bien a Sinner, porque Alcaraz, juguetón, suele romperlo con dejadas o subidas a la red: con rock, con salsa, con la música que le pida el cuerpo. Los golpes, tan sucesivos, suenan a metralleta. Pero esta vez Alcaraz no juega: devuelve palos como si no hubiese mañana, y Sinner empieza a sofocarse hasta que, insólito, tira una bola larga. Alcaraz grita: no un grito normal, sino un grito fuerte, extraño. 15-30. En los dos puntos siguiente, Sinner cometió dos errores no forzados (si existe eso con la presencia de Alcaraz al fondo).

¿Le duró la pájara al italiano? No. El set lo gana Alcaraz al saque con un punto marciano en el que los dos rompen la pelota de un lado a otro hasta que Sinner, imperial, desatado, golpea una derecha plana y paralela en carrera que mete en el ángulo. Y allí, resoplando, medio muerto ya, Alcaraz hace un golpe imposible que devuelve la bola mansa a la pista de Sinner. El primer set del español, una historia tan diferente a la de París, y sin embargo más envenenada.

¿Por qué, si no, iba a explotar Alcaraz en su silla, perdiendo la batalla, al grito: “Desde el fondo de la pista es mejor que yo, es mucho mejor que yo, mucho mejor que yo”? ¿Si ya le has ganado en la tierra batida de Roland Garros, la superficie del fondo? Habría que hablar primero de la hierba de Londres, que no es la misma que la de los años 90. Bote más alto, desplazamientos mejores que permiten deslizarse. Pero es rápida, sigue siendo rápida. Así que Sinner, los palos de Sinner desde el fondo, la impenetrabilidad de Sinner, tiene otra carga en Wimbledon. Que Alcaraz sujeta un tiempo, pero no puede sujetar siempre. Cansa al diablo el italiano incluso aunque no esté al 100%. Y al 100%, o algo muy parecido, se puso en los dos últimos sets. Un juego devastador, indefendible, tan monótono en su dureza que Alcaraz, que no bajó un segundo su raqueta, salió dañado mentalmente. Impresiona pensar que Sinner no sólo levantó un set en contra, sino la mejor final de la historia de Roland Garros que perdió hace un mes después de desperdiciar tres bolas de partido. A eso se sobrepuso Sinner, cuyo tenis puede ser tan perfecto que no queda otra que combatirlo por el bien, precisamente, del tenis: se necesita imaginación, diversión.

No es una crítica a Sinner: necesita un antagonista, y lo tiene, para que la gente se pegue al televisor. Contra esa mentalidad, contra ese tipo que ganó Wimbledon y sonrió y levantó los brazos, que es como celebramos los demás seres humanos haber hecho bien la cama, se enfrentó y perdió Carlos Alcaraz.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.
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