Ramos contra la ira del dragón
El central fue abucheado por un público que recordaba la lesión de Salah


No se llenó el Estadio Nacional de Gales. El reclamo de un partido amistoso de fútbol contra España no es suficientemente poderoso en la costa norte del canal de Bristol, de agua roja que bate sobre una barranca de lodo rojo, como el dragón del escudo, como el uniforme. En estos contornos el deporte más popular es el rugby. La federación galesa de rugby es la propietaria del recinto de 74.000 asientos, que con fines mercantiles hoy llaman Principality, y anteriormente Millennium. El espíritu del santuario es rugbístico.
Los futbolistas parecen tres cuartos, incluso hay alguno como un pilar. El público es sentimental y disciplinado y se deleita en pequeños placeres. Rituales gozosos como el canto a capela del himno del país, en gaélico, Hen Wlad Fy Nhadau (Tierra de Nuestros Padres), la libación de pintas de Brains, o la celebración de un córner a favor, por no hablar de una falta lateral. Cuando el árbitro inglés, Anthony Taylor, pitó el primer tiro libre a unos metros del vértice del área de De Gea, mediado el primer tiempo del partido, hasta los menores de cinco años pegaron saltos de alegría. En Gales no hace falta ir a la escuela para saber que hay silbatazos que contienen la felicidad.
El único detalle futbolístico, es decir, grosero, del público local consistió en abuchear puntualmente a Sergio Ramos. Ahí residió toda la falta de etiqueta rugbística de la muchedumbre. Porque resulta que esta gente no soporta a Ramos. No le aguantan, al parecer, desde que provocó la lesión del egipcio Salah, delantero del Liverpool, en la última final de Champions. El defensa de Camas tiene una formidable planta de medio melé, pero resulta que el rugby no consiente placajes por encima de la cintura.
Se dio la circunstancia esotérica de que Ramos no solo fue abucheado cada vez que intervino, siempre intachable. El seleccionador galés, Ryan Giggs, incluso le asignó un marcador personal, un armario de nombre Sam Vokes que ofició de nueve desviado. Vokes se alejó de la portería rival porque se desentendió de las actividades de sus compañeros para seguir al capitán español, que se pegó a la raya izquierda y apenas tocó la pelota. La salida del balón fue tarea de Albiol, que manejó el juego sin que nadie lo molestara.
La superioridad del equipo visitante se hizo tan dolorosamente clara que a los jugadores rojos no les quedó más que correr todo lo que pudieron animados por una hinchada devota de gargantas regadas por cerveza al grito de “go Wales!”.
La gente soportó con admirable abnegación los más graves sinsabores que deparó la velada. El momento más triste de la noche fue el 0-2. Sucedió a los 19 minutos a la salida de una falta lateral que botó Suso y cabeceó el central completamente abandonado por los galeses, que le dejaron solo exactamente ahí donde es decisivo. El locutor del estadio anunció el hecho con voz entrecortada. El campo enmudeció horrorizado ante lo que parecía la señal de un destino lamentable mientras la megafonía emitía el mensaje fúnebre: “Gol para España, número 15, Sergio Rameeehhh...”.
Como no hay mal que dure 100 años, al descanso la multitud se consintió un respiro folclórico. Ocurrió cuando Sam Vokes, héroe de la selección galesa del 58, entregó la Bota de Oro a Gareth Bale, insignia que le acredita como al máximo goleador de la historia de su selección tras marcar 30 goles en 72 partidos.
Casi al final del partido, la justicia providencial deparó un instante de satisfacción a la parroquia de Cardiff. Ya sin Ramos en el campo, a la salida de un córner, el sufrido Sam Vokes metió el 1-4 y salvó el honor de su pueblo.
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