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Antonio Banderas cumple 65 cumpleaños: “Creo que soy de esos que si paran se mueren”

El malagueño reflexiona sobre su vida y su carrera en un aniversario que le pilla rodando en Londres, con un ojo siempre puesto en su teatro en Málaga y sin ninguna intención de jubilarse

Antonio Banderas, en la sala de ensayos del Teatro del Soho.
Gregorio Belinchón

El despacho de Antonio Banderas (Málaga, 65 años) en el teatro del Soho no es especialmente llamativo. De un tamaño medio, sin ostentaciones. Como mucho caben tres personas sentadas. Algún recuerdo, eso sí. Más grande es una sala de reuniones anexa, desde donde se ve al resto de las trabajadoras (ese día, todo mujeres, con las que comerá al final de la mañana) gracias a las paredes de cristal que acotan las oficinas. A la derecha de Banderas, sentado tras el ordenador, la ventana da a una calle estrecha, y a través de las láminas inclinadas de la contraventana se vislumbra a los peatones. Cualquier paseante podría levantar la vista y encontrarse al malagueño. En realidad, Banderas no se esconde de su público. Nunca lo ha hecho. Menos aún en su actual vida en su ciudad natal. Vive frente al teatro romano y la Alcazaba, en el centro. “Hoy he corrido ocho kilómetros por el puerto”, apunta.

El día anterior, Banderas ha almorzado con Robert De Niro en Marbella. “Me dijo que más allá de lo que te parezca o no Megalópolis, él respetaba muchísimo que Coppola se hubiera pagado la película entera [120 millones de dólares, 103 millones de euros]. Vendió parte de sus viñedos para producirla, no endeudó a nadie. Es su dinero”, explica. Inconscientemente o no, el malagueño acaba de trazar un paralelismo con lo que él está haciendo en la ciudad andaluza: ha invertido en restaurantes y otros negocios que le han ido mejor o peor, pero su corazón y sus dineros se los lleva su joya de la corona, este teatro del Soho que alberga la charla.

Banderas posa entre los focos del teatro.

En el paseo previo por el recinto, cada vez que Banderas aceleraba su discurso —ante el periodista aparece educado aunque con el freno emocional de mano puesto, no es el Antonio explosivo de siempre, y más tarde se explica la razón— se debía a que señalaba detalles del recinto diseñados para mejorar la experiencia de los espectadores, como unas barandillas transparentes del anfiteatro que no molestan la visión y que además se bajan para ocultarse durante las funciones. Todo para que la audiencia disfrute. Además, está el espacio escénico de producción y enseñanza Sohrlin, proyecto tras el que llevaba muchos años. “Hay que enseñar, hay que ayudar a la creación, que existan lugares donde ensayar”. Con todo, su niña bonita es el teatro, donde hasta tiene reservado un camerino: el número 5.

Este domingo, 10 de agosto, Banderas cumple 65 años. La charla se realizó el 21 de julio, uno de los pocos días en los que el actor pisaba Málaga. Por orden cronológico: en el inicio del verano estuvo en Boston, filmando Tony, biopic del célebre chef Anthony Bourdain, centrado en sus inicios y en el que el malagueño ha encarnado a un cocinero que adopta en sus fogones a un Bourdain adolescente perdido y rebelde (“Uno nunca sabe con las pelis, pero esta es complicada, emocionalmente compleja, con cosas que son muy difíciles de escribir y de describir, y lo mismo ha salido un gran filme”).

Melanie Griffith, Antonio Banderas y Trudie Styler, en el teatro Chino de Hollywood, en diciembre de 2001.

Después viajó a Canarias para trabajar en el thriller Above and Below, y el 28 de julio empezó en Londres el rodaje de Rose’s Baby, el segundo largo de ficción como directora de Trudie Styler, documentalista conocida en el mundo del cine por su buen ojo como productora y en el de la música por ser la esposa de Sting. “Es un guion descomunal. Soy el exmarido de una pareja divorciada, de esas que ni se aguantan, y a la que une una única cosa: su amor por su hija adolescente”, explica Banderas, que mide sus palabras y los nombres que menciona para no traicionar cláusulas de confidencialidad. “Y de repente tienen que reencontrarse porque, para que su hija supere su enfermedad, los médicos solo ofrecen una solución: que tengan otro hijo”.

El actor habla maravillas del tono del guion, del reparto, de las reflexiones emanadas de una historia que ahonda en el concepto de familia. Y de cómo esta Rose’s Baby ejemplifica su red de contactos vital. “Melanie [Griffith, su segunda exesposa] se hizo muy amiga de Sting y Trudie en el rodaje de Lunes tormentoso. Con los años, cuando iban a Los Ángeles, ellos pasaban por nuestra casa. Y hablábamos mucho de la vida, especialmente con Trudie. Claro, leído el guion y en perspectiva, gracias a años y años de conversaciones mutuas, me ha ofrecido el proyecto porque me ha visto en esas tesituras, posee mucha información vital mía. Y no me va a dejar mentir, no me va a permitir esa mentira que uno pretende hacer pasar como verdades en la actuación, que se contrarresta cuando el director o directora te dice: ‘¿Crees que estás diciendo la verdad?’. Al final, todo es la verdad. Aunque estés haciendo una película impresionista o expresionista, hay verdades. No importan ni los cambios de tono, que pases de Dolor y gloria a Indiana Jones y el dial del destino: cada trabajo alberga su verdad".

Banderas y Penélope Cruz sacan del escenario a Pedro Almodóvar en marzo de 2000 con el Oscar por 'Todo sobre mi madre'.

De ahí el ahorro de energías: por las mañanas esa semana de julio va a reuniones y eventos en el teatro, y las tardes las pasa encerrado en su casa, solo, estudiando el guion. “Aprendí de una entrevista a Peter O’Toole que los libretos no se aprenden, se estudian. Es muy distinto”. Para eso necesita acopio de fuerzas y de sus emociones. “Nicole [Kimpel, su pareja desde 2014] se ha quedado en Marbella”. ¿Y qué hará el día de su cumpleaños? “Lo pasaré en el rodaje, supongo que habrá allí alguna celebración sorpresa y luego cenaré con Nicole y mi perrito”. Lo que el actor no calculaba a finales de julio es que el 10 de agosto caería en domingo. Así que no filmará, y en la celebración en Londres puede que se sume más familia. “Con todo, las películas que he rodado en mi cumpleaños siempre me han traído suerte”. ¿Un ejemplo? “Dolor y gloria”.

Los ocho kilómetros de carrera matinal dirigen la conversación hacia el infarto que sufrió en 2017. “Fue una de las mejores cosas que me han pasado. En serio. Hay muchas formas de infarto, cada uno lo vive de manera distinta; es más, el 30% de quienes lo sufren ni se dan cuenta. El mío fue un aviso realmente serio. Me cambió la forma de entender la vida”, rememora. “Por ejemplo, la noche anterior me fumé mi último cigarrillo. Más allá de la salud, me hizo plantearme por qué era actor, qué quería hacer el resto de mi existencia. Y la posterior reflexión me devolvió a los escenarios”.

Banderas, delante de un regalo del festival de Múnich donde le homenajearon por su carrera: es el cartel alemán recortado de 'Dolor y gloria', con él y la sombra de Almodóvar.

Cuando ganó en el festival de Cannes el premio a la mejor interpretación masculina, este periodista se encontró con Banderas llorando con el galardón en la mano. ¿No es más importante el Oscar que el trofeo de Cannes? Su respuesta aquel mayo de 2019 fue: “Soy actor de teatro, esto es lo más grande”. Seis años después subraya esa convicción: “Por el triunfo de lo digital, por la inteligencia artificial, no sabemos qué es verdad y qué es mentira. Esa línea se ha vuelto extraordinariamente difusa. Y el teatro se ha convertido en una especie de refugio para la verdad. Hay muchas verdades que pueden visitar un escenario, según quién escriba una obra, quién la dirija, los actores... Aunque hay una realidad, una que es objetiva a todos, y es que hay un grupo de personas, de carne y hueso, contándole una historia a otro grupo de personas de carne y hueso. Claro que la tecnología ha estado siempre muy ligada del teatro. Los griegos usaban efectos sonoros. Pero nunca ha sustituido al ser humano. La creación de los personajes sucede en tiempo real”.

¿Y por qué su pasión por los musicales? “Porque la primera relación que yo tuve con la interpretación fue a través del teatro musical. Es más, en 1975 yo vi en Málaga Godspell con un actor, Nicolás Romero, impresionante. Y cuatro meses después de la muerte de Franco llegó al Cervantes [el teatro malagueño] Hair. No había visto una cosa así jamás, y me provocó una enorme ansiedad. Soy muy melómano, escucho música todos los días, y fue la música la que me llevó al teatro". Banderas desgrana, con color y pasión en su narración, aquellos años de aprendizaje, de curiosos personajes asentados en su ciudad, como la viuda de Edgar Neville, su paso a paso en la conversión de José Antonio Domínguez Bandera en Antonio Banderas. “La primera obra que hice como profesional fue Los Tarantos, dirigida por Luis Balaguer, que era un ayudante de dirección de Tamayo, en Almagro, aunque fuera de su certamen. ¿Ves? Música y teatro". El actor luce memoria, arranca con listados de compañeros y fechas, ilumina el camino que le convirtió en Banderas.

El actor, con el premio al mejor intérprete masculino en el festival de Cannes.

Desde ese despacho cercano a la Alameda malagueña, Hollywood suena lejano. “Bueno, no tanto, porque Hollywood ya no es un lugar físico. Cuando yo me mudé allí sí que había que ir a fiestas, aparecer en determinados sitios, que te vieran. Hoy Hollywood es una marca y una etiqueta que se aplica a los que trabajamos en esa industria, una característica que se queda en el subconsciente del público. Y a mí no me va mal que me llamen para películas industriales, porque así puedo pagar esto [abre los brazos]. En el musical Gypsy yo tenía 26 músicos, 35 actores, y cerca de 40 técnicos de todo tipo. Aquello costaba 180.000 euros a la semana. Bueno, también te digo que la vi 88 veces para tomar notas y, por ejemplo, recortarle 17 minutos al primer acto".

El Banderas empresario y director teatral ha relegado, casi asesinado, al Banderas cineasta. “Este proyecto es muy serio, con cero dinero público, ojo, que necesita mucha atención. Ahora, por ejemplo, lo vamos a abrir a la danza, aunque...”. Y se lanza a desgranar una idea que madura, para cuando consiga los derechos, de un Sweeney Todd que combinaría musical y audiovisual: en su cabeza ya está completado. “También es que dirigir cine requiere un esfuerzo...”, y se ríe coqueto.

Banderas, delante del patio de butacas del teatro SOHO.

“Es que a mis 20 años yo pensaba que los de 65 años iban con bastón”, confiesa entre risas. “No me siento así, no me veo el final... A lo mejor estoy haciendo cosas que no debería hacer. Pero los médicos no me dicen nada. Que estoy bien, que haga lo que quiera, que si deporte, que si leer... Antes, con 65 años uno se jubilaba. Ahora no, es más tarde”. Y tampoco se ve, ni se le ve, jubilado. “Mira, ahora voy a empezar clases de solfeo y me he comprado un piano. Creo que sería de esos que si se paran se mueren. Y trabajo en lo que me gusta, ha sido la suerte de mi vida”.

Se confiesa asustado, muy preocupado con “la actualidad política mundial”. Recuerda el día en que Pedro Almodóvar y Cecilia Roth se cruzaron con él, que estaba actuando en el teatro, y le convencieron de que hiciera cine y se cambiara de nombre, al actual Antonio Banderas, y afronta la pregunta final: hoy, ¿alguien le lleva la contraria? “Todas esas [señala al equipo del teatro entre carcajadas]. Cada vez que les suelto una idea alocada, me replican con un no. Y en la vida, desde luego, mi hermano Javier. Y Nicole, pero ella no me confronta, sino que me redirige de manera muy fina, hasta llevarme al otro lado. Sí, por suerte hay gente que me discute”.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.
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