Maruja Mallo, de su puño y letra
Las 121 cartas de la pintora que recopila la editorial Renacimiento, algunas inéditas, muestran la capacidad de autopromoción de la artista


Querida Maruja: lo has conseguido. Has pasado a la posteridad. Seguramente, Maruja Mallo estaría encantada de recibir una carta con ese mensaje. Le gustaría conocer la relevancia que ha alcanzado su figura en la actualidad ya que uno de sus objetivos vitales fue que se reconociera su importancia como artista. Quería triunfar. No es una conjetura, solo hay que leer sus misivas para concluir que trabajó para construirse una identidad y que su obra fuera valorada y expuesta en los principales museos y galerías del mundo y por los agentes artísticos más importantes. Accedió a todos, como se puede comprobar en el libro que ahora publica la editorial Renacimiento, Cartas de Maruja Mallo, la recopilación de las epístolas, muchas de ellas inéditas, de la artista que protagoniza la gran exposición Maruja Mallo. Máscara y compás, que se puede ver en el Museo Reina Sofía hasta el 16 de marzo. Y el libro matiza bien el título: “De Maruja”, no a Maruja, una preposición que indica que ella no conservó muchas, las que se conocen son las que atesoraron sus destinatarios, las escritas de su puño y letra, bueno, también las hay mecanografiadas.
“Recibí su atenta carta del 21 de mayo. Yo le decía en mi carta anterior (...) que me sería muy grato que Ud conociera los cuadros que tengo en mi poder. Yo estaré aquí en Nueva York hasta el martes 3 por la noche y mucho me gustaría que antes de tomar el avión viniera Ud a ver mi obra”, escribe la pintora el 28 de mayo de 1947 a Alfred H. Barr, primer director del MoMA. Aunque la trayectoria de Ana María Gómez González, verdadero nombre de Maruja Mallo (Vivero, Lugo, 1902-Madrid, 1995), es conocida, el volumen con las 121 cartas aporta otra visión del trabajo de esta artista: la suya. Ella, una mujer libre, hablando ―escribiendo― sobre ella. La minuciosa edición coordinada por Miriam Sainz de la Maza y dirigida por el galerista Guillermo de Osma, uno de los grandes expertos en esta referente del arte del siglo XX, compila la correspondencia que escribe a lo largo de su vida, desde antes de la Guerra Civil; su exilio en Chile y, sobre todo, en Buenos Aires; hasta su vuelta a España en los sesenta. Y lo que demuestra, como dice Christina Linares, editora de Renacimiento, es que sus cartas son “una fuente fabulosa para conocer lo mucho que creía en sí misma y la lúcida mirada que tenía sobre su obra”.

Para prueba, las palabras que le dirige al crítico de arte Sebastià Gasch el 5 de abril de 1928: “Es acertado lo que Vd dice que mi pintura es sólida, constructiva, formal, espontánea, compuesta y poética y nada común y que por estas condiciones y por ser una chica no se me debe colocar en el grupo de las pintoras pues yo creo como usted que la pintura es un arte andrógino”. Una joven Maruja Mallo defendiendo que no se la califique como pintora, ella quería ser equiparada con los mejores y, según la mentalidad de la época, las obras realizadas por mujeres automáticamente pasaban a jugar en segunda división. Sirva también esta carta para dos cosas más: comprobar que “trata a los críticos de tú a tú”, como explica Patricia Molins, comisaria de la exposición en el Reina Sofía. Y para señalar su obsesión por quitarse años, a pesar de que tenía 26, a Gasch le cuenta que va a cumplir 20. No hay datos sobre qué la motivaba a mentir en la edad; De Osma cree que podía ser una mezcla de coquetería (férreo control de su imagen) y de dar una idea de precocidad, el valor añadido que se le otorga al talento joven, aunque siguió restándose años toda la vida.
El libro también sirve para que el galerista desmienta eso tan manido de “recuperar a la olvidada Maruja Mallo”. Ya quisieran su situación otras de su generación, Las Sinsombrero, el nombre se tomó del episodio contado por la pintora gallega de cuando a ella, a Margarita Manso, a Dalí y a Lorca se les ocurrió quitarse el sombrero al cruzar la Puerta del Sol y fueron insultados. En las cuentas que hace De Osma compara a Mallo, por número de artículos y exposiciones sobre ella, con sus contemporáneos Miró y Dalí, los tres muy por encima de otros como el cubista Juan Gris, el surrealista Óscar Domínguez o las componentes de la Generación de Plata: Marga Gil Roësset, Delhy Tejero, Ángeles Santos, Ernestina de Champourcín, María Teresa León, Concha Méndez, Carmen Conde y María Zambrano, entre otras.
La relación de Mallo con las tres últimas queda patente en sus cartas: “Si no hubiera sido la guerra y todos mis compromisos por otra parte, hubiera tomado el avión y os hubiera hecho una visita. Dime qué es de ti. ¿Qué haces? ¿Y María Zambrano? Ayer estuvieron en casa los Luzuriaga. Me preguntaron por ella”, le escribe a Méndez desde Buenos Aires en agosto de 1945.

No pierde ocasión de hablar de sus obras, ya sea con el político y millonario Nelson A. Rockefeller, con el filósofo José Ortega y Gasset, con el escultor Jorge Oteiza y con su compañera, la escritora Carmen Conde: “No dejes de adquirir el último número de la Revista de Occidente (julio) donde publican mis últimas cosas allí expuestas”.
No hace falta ser un experto grafólogo para identificar de un vistazo la relación que Mallo tenía con los destinatarios de sus misivas: si solo era profesional, su letra era perfectamente legible, pequeña y ordenada, con una clara voluntad de que el mensaje fuera entendido y perdurara. Si quien iba a recibir la carta era un allegado o amigo ―no se conserva correspondencia con su familia― la caligrafía era más informal, rápida y con alguna palabra indescifrable. A veces, las cartas se convertían en una especie de poesía visual, como las que envió a Dalí y a los políticos Alfonso Guerra y Enrique Tierno Galván.
Hay dos de las Cartas de Maruja Mallo que tienen un toque diferente a las demás. La de agradecimiento que Antonio Machado envía a la pintora a su exilio en Buenos Aires desde Barcelona, el 1 de octubre de 1938, cuando él también va camino de su exilio francés. Con una anotación de Cristino Mallo, escultor y hermano de la artista, que indicaba que había que guardar ese documento: que lo señale puede significar que su hermana no conservaba estos escritos y este lo merecía por la importancia del remitente.
Y la que la artista le manda a Jean Cassou, director del Museo de Arte Moderno de París y activo defensor del bando republicano, el 10 de febrero de 1937, un día después de desembarcar en Buenos Aires, huyendo de la Guerra Civil. Escribe fragmentos durísimos que describían el conflicto: “Es muy frecuente encontrar los cadáveres de los trabajadores por las carreteras, o cruzados por los caminos, fracturados, macerados”; “los que no reciben el golpe de gracia en los fusilamientos en masa, se levantan entre quince cadáveres calientes pues los tiradores no son siempre hábiles”; “terror, pánico, horror, espanto, odio, desesperación. Mi estancia allí era cada vez más peligrosa (...) Gentes que llegaban se extrañaban que no me hubieran fusilado”; “no olvide Cassou de decir a todos los trabajadores que en Galicia se fusila y asesina por pensar”.
Tanto De Osma como Molins creen que aún quedan cartas de Maruja Mallo por descubrir ya que muchos documentos se perderían por los cambios de domicilio, el exilio... Ambos confían en que todavía hay archivos tanto en Europa como en América donde investigar. Maruja Mallo aún no ha escrito su última palabra.

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