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‘El Principito’ vuela más alto que nunca: el fin de los derechos de autor dispara la fiebre por el clásico de Saint-Exupéry

El paso a dominio público en España propicia reediciones, exposiciones y el lanzamiento de una secuela autorizada, firmada por el superventas español Eloy Moreno

La historia de El Principito está llena de vuelos. Empezaba con uno, que el narrador de la novela debía interrumpir por una avería, en pleno desierto. Varado entre las dunas, con agua solo para ocho días, escuchaba aquella célebre vocecita: “Por favor…, ¡dibújame un cordero!”. Su asombro en el libro, ante el extraño encuentro con un niño y su aún más extraña petición, aumentaba cuando el chiquillo se ponía a contarle sus propios viajes espaciales. Así Antoine de Saint-Exupéry juntó en 1943 en una fábula de un centenar de páginas sus dos grandes pasiones: escritura y aviación. Aunque otra travesía fallida, poco después, le costó la vida: su caza de combate desapareció el 31 de julio de 1944 cerca de Córcega. Destino, talento literario, interés póstumo y unos cuantos elementos más empujaron entonces el despegue de la propia obra, rumbo al estrellato: se calcula que solo La Biblia cuenta con más traducciones.

Ocho décadas después, se siguen vendiendo al menos cinco millones de ejemplares al año, según la Fundación Antoine de Saint-Exupéry por la Juventud, que gestiona la marca y el legado del escritor. Y que acaba de autorizar por primera vez una secuela, El nuevo viaje de El Principito, de Eloy Moreno con ilustraciones de David Sierra, donde aviador y muchacho se reencuentran a raíz de un nuevo accidente aéreo, en medio del mar. La edición de Salamandra se presenta como la única con el sello oficial. En absoluto, sin embargo, es la única en las estanterías: el paso a dominio público de la obra en España ha disparado su presencia. Prácticamente cada sello tiene su principito, ya sea idéntico al original, con pop-ups, solapas, carruseles, o nuevos dibujos.

“Nunca ha sido tan popular. Todos hablan de él. Ahora, además, todos lo publican”, celebra Thomas Rivière, responsable de licencias y marca global de la fundación. Habla desde Dortmund, adonde ha acudido estos días a inaugurar una exposición inmersiva que ya estuvo en Francia y visitará otros países. Y detalla planes de aquí a 10 años: musicales ―menciona Antoine, en Barcelona―, videojuegos, reediciones, cómics, animación. El mito de El Principito no tiene previstos aterrizajes de emergencia. Al revés, aspira a volar cada vez más alto. Para disgusto de quienes colocan su calidad cerca del suelo. O incluso por debajo.

“¿Cuántos libros se habrán escrito en estos 80 años? ¿Cuántos clásicos hay? Es un milagro que aún esté vendiendo tanto. Resulta muy emocional, cuando lo lees quieres compartirlo con tus seres queridos”, agrega Rivière. “Se dirige a la humanidad entera”, subraya en un vídeo promocional Olivier d’Agay, sobrino nieto de Saint-Exupéry y presidente de la fundación. La imagen del principito ocupa ya todo tipo de utensilios, pero Rivière relata que el objeto más exitoso sigue siendo el original: el libro. Lo cual, junto con la desaparición de los derechos de autor, explica por qué tantos sellos lo hayan hecho suyo. Ya sucedió en China o Japón, donde hace décadas que es de todos: existen hasta 20 versiones distintas solo en manga. En Francia o EE UU, en cambio, todavía está sujeto al copyright. Aunque los seguidores en todo el mundo llevan tiempo difundiendo en internet sus propias versiones y continuaciones.

En España no ha habido mes, este 2025, sin que se anunciara la publicación de otro principito. Tanto que, cuando Salamandra le planteó a Moreno si quería escribir una continuación, pidió una semana para responder. “Era una responsabilidad muy grande. Hay mucha gente fanática, que tiene hasta tatuajes. Intenté ser respetuoso con la historia y el autor”, explica. Su carrera ofrece otra clave: es el creador de superventas infantiles y juveniles muy emotivos como Invisible o Redes. Y celebra estas semanas otra marca inédita: ha entrado en el Guinness de los Récords por la mayor cantidad de libros firmados en 12 horas, con los 11.088 autografiados el pasado febrero en Madrid.

“El público lo compra porque es El Principito. Y, ahora, también por Eloy Moreno. Mi objetivo es que se lea lo más posible”, destaca Rivière. Finalmente, una vez aceptado el reto, el español apostó por mantener la estructura original y tocar el interior. Piloto y niño vuelven a juntarse, el chico sigue necesitando un dibujo ―un topo, en este caso― y describe un periplo parecido: ha visitado unos cuantos planetas peculiares antes de regresar a la Tierra. Reaparecen así temas como el cuidado de la naturaleza, la tolerancia, la amistad o el amor. Y personajes como la rosa o el zorro. En la novela original, el pequeño conocía a un hombre de negocios afanado en contar estrellas o un rey sin súbditos. Aquí, pisa una avenida masificada, descubre la invasión de pastillas y pantallas u observa a un niño a bordo de “una barca que no sabe a dónde ir, porque quienes están en ella no tienen casa”.

Moreno aclara que descartó enseguida un planteamiento rompedor: “No habría sido El Principito”. Y, a la vez, rechaza que se haya limitado a una copia actualizada: “Quería reproducir la idea de observar con los ojos de un niño, sin posicionarme, pero con otras temáticas. He recibido mensajes de gente que ahora ha leído los dos seguidos y percibe la misma esencia”. Lo cierto es que El nuevo viaje suma ya 20.000 copias vendidas. Aunque Salamandra no se conforma: prepara una edición del original ilustrada por María Hesse y traerá a España la de los célebres diseñadores MinaLima, uno de los lanzamientos estrella de la fundación para 2026.

“Todos los ilustradores que deseábamos hincarle el diente ahora somos libres para abordar ese imaginario”, apunta Antonio Lorente, que se ha atrevido a dibujar la versión editada por Edelvives. Él también sintió cierto peso, porque los diseños del propio Saint-Exupéry han contribuido junto con los textos a la leyenda. Así que se lo leyó por tercera vez. Y luego, guiado por el mismo respeto que Moreno, encontró otro camino: un estilo “completamente diferente” y aun así parecido “en la línea y el punto de vista”, con mucha “alma”. Dejó amplios espacios blancos, para evocar el infinito del que habla el libro. “Es la magia de El Principito. Cada uno le busca su lectura. Es filosofía pura”, añade. Por eso Irene de Puig y Roser Grivé i Solé se pasaron hace años 15 cursos escolares debatiéndolo con clases de adolescentes. Y, finalmente, sacaron de la experiencia otro libro: Cómo se puede leer El Principito (Octaedro).

“Es una obra simbólica que permite una variedad infinita, desde la moralina, hasta la autoayuda o la sociopolítica. Tiene un tono ingenuo, que no lo es en realidad, que nos lleva a la infancia. Al alumnado de 12-15 años le habla de sí mismo, pero sin decírselo. Afronta temas tremendos como el abandono, la soledad, la muerte, con una sensibilidad exquisita”, apunta De Puig. La filósofa y filóloga añade que la respuesta en las aulas fue “magnífica”, y recuerda jóvenes que contagiaron la lectura a sus familias. Aunque, por más que ofrezca una oda al entendimiento, la novela se ha ganado opositores igual de pasionales. En el libro, el protagonista se sorprende por la rigidez de los adultos: a saber qué opinaría de la enemistad que despierta su fábula, a priori tan inocente. Y tan desprovista de asuntos polémicos que se le lanza otra acusación: ser una ñoñería.

Las mismas frases que ejemplifican su poética compleja según los adoradores, de “Lo esencial es invisible a los ojos” a “Caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos”, revelan su vacuidad, en opinión de los detractores. El cómico Héctor de Miguel, hace cuatro años, lo resumió en tres palabras: “Es una mierda”. “No puede gustar a todos. Quien la critica no se imagina cuánto ayuda a gente que se siente mal. Es un libro triste que, sin embargo, hace estar bien”, responde Rivière. “Hay capítulos más o menos conseguidos, situaciones quizás un poco sensibleras, pero ocurre en las mejores novelas”, valora De Puig. Y Lorente atribuye el desapego de algún lector al elemento “místico” de la novela. Eloy Moreno, cuyas exitosas obras han sufrido algún ataque parecido, afirma: “Hay muchas capas y también depende de dónde te quedes. De todos modos, no hago novelas negras, escribo de forma emocional sobre temas muy sentimentales”.

“Sin ser yo la persona más ñoña del mundo, ¿cuál sería el problema incluso si El Principito lo fuera?”, plantea Silvia Riesco, filóloga clásica, profesora de secundaria y bachillerato en Madrid. Fue otro enseñante quien le descubrió el libro, cuando ella aún estudiaba en la universidad: dio a la clase las primeras páginas de la novela en griego moderno. Luego, en 2004, Riesco compró en un viaje a Bolonia la versión italiana. La española, paradójicamente, vino más tarde. Siguieron la tailandesa, la armenia o la extremeña, El Prencipinu, y muchas más, hasta una colección que suma más de 40 ejemplares. Por compras propias, y regalos de amigos que ya conocen y alimentan su tradición. “Tampoco es que ofrezca la calidad de la Ilíada, pero sí creo que tiene más profundidad de lo que a priori parece”, agrega la profesora.

Mark Osborne, director de la última adaptación cinematográfica, hace una década, le debe de alguna manera su familia a la novela: ha contado que su novia se la regaló cuando él tuvo que mudarse de Nueva York a California, con 18 años. Sostuvo que el libro les sirvió como un vínculo. “Hoy están casados y con hijos”, celebra Rivière. El directivo asegura que la fundación nunca ha recibido propuestas muy disparatadas y que solo imponen unos pocos límites: “En cada proyecto tenemos que compartir los mismos valores. Toda la gente con la que trabajamos ama El Principito. No hacemos productos que dañarían su imagen, ni alianzas con compañías petrolíferas o de comida rápida”.

Hoy colaboran con unas 400 empresas, abrieron un parque temático o una tienda ad hoc en París. Aunque De Puig ofrece una mirada más escéptica: “Separaría la lectura del libro del bum de objetos que ha generado. Como en tantas otras cosas, han surgido un merchandising y un negocio que a veces no tienen mucho que ver”. Rarezas de la Tierra. Aunque el Principito sabe que cada planeta tiene las suyas.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.
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