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De Pearl Harbor a Tokio: la larga caza de un asesino durante la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico

James Kestrel pone como telón de fondo de su insólita y apasionante novela negra ‘Cinco meses de invierno’ episodios como la caída de Hong Kong o la atroz destrucción de las ciudades japonesas

Jacinto Antón

Cinco meses de invierno, de James Kestrel (Salamandra, 2025), para muchos el thriller de este otoño, alabado por Dennis Lahane y Stephen King, arranca como una novela negra clásica, con unos asesinatos y un endurecido inspector investigándolos: Joe McGrady, con rasgos de Phillip Marlowe, Mike Hammer y Sam Spade. Lo único que parece inusual para el género al principio es el lugar donde se emplaza el caso: Honolulu. Si añadimos que estamos en noviembre de 1941 y cerca de la base de Pearl Harbor, a punto de desatarse el traicionero ataque de la aviación japonesa (7 de diciembre), el lector ya imagina que la investigación, que se mezcla con una trama militar y de espionaje, se va a ver inmersa en la Segunda Guerra Mundial. Para lo que no está preparado uno es para la vertiginosa y sorprendente sucesión de acontecimientos que se produce a continuación y que hará que la persecución del criminal se desarrolle a lo largo de cuatro años (cinco inviernos, el título original del libro, más exacto), hasta pasado el final de la contienda, y la trama transcurra en un amplísimo escenario con lugares como la isla de Wake ocupada por los marines, el Hong Kong invadido por el ejército imperial japonés o la ciudad de Tokio devastada por los bombardeos incendiarios de los estadounidenses. Hasta sale el acorazado Missouri, donde se firmó la rendición de Japón.

En medio de la pesquisa —mientras el inspector se va viendo involucrado más y más en la guerra—, aparecen elementos como la violencia y la corrupción policiales, espías, prostitución, dos conmovedoras historias de amor, y el espanto del mencionado asesino, verdadero fantasma que se mueve como pez en el agua en el caos bélico y usa para sus crímenes un arma especial: un contundente cuchillo de trinchera Mark I del ejército de los EE UU con el que despacha atrozmente a sus víctimas.

”Vivo en Honolulu, así que hay evidencia histórica de la Segunda Guerra Mundial por todas partes a mi alrededor”, explica James Kestrell (seudónimo de Jonathan Moore, nacido en Stanford California, de 48 años y que trabaja de abogado), al preguntarle por cómo surgió la idea de situar la novela en ese periodo y en Hawái. “Desde la ventana de mi oficina puedo ver Pearl Harbor, la base Hickam de la Fuerza Aérea, la antigua estación aérea de Barber’s Point, y las baterías costeras en la cima de Diamond Head. A menudo almuerzo en un restaurante en Chinatown que hace 84 años era un burdel controlado por la US Navy. Así que la historia está muy presente aquí y es algo en lo que pienso a menudo. Mirando atrás a 2019, cuando empecé a escribir el libro, mi trabajo me tenía volando frecuentemente a Tokio y Hong Kong para un caso que estaba llevando. Adonde quiera que viajo, me gusta caminar alrededor y explorar a pie y me atraen las zonas históricas. Tokio, por supuesto, no se parece hoy en nada a cómo era en 1941, principalmente porque en 1945 había sido bombardeado y arrasado. Pero hay un vecindario llamado Yanaka que de alguna manera esquivó el napalm, y hay por supuesto muchos templos (Senso-ji, en Asakusa, por ejemplo), que ardieron pero luego fueron reconstruidos de manera exacta”.

Kestrel explica que había escrito previamente seis novelas y tenía ganas de tratar de hacer algo más ambicioso con la séptima. “Muchas novelas negras y thrillers transcurren a lo largo de una semana, unos pocos días o incluso horas. Ese ritmo ayuda a animar la trama pero no deja espacio para explorar los personajes o que estos encuentren el tipo de asuntos que pueden presentarles desafíos y cambiarlos. Así que quería contar una historia que cubriera un lienzo mucho más amplio, pero también que la trama tuviera momentum, impulso. Creo que estaba en un avión de Honolulu a Shangai y de allí a Hong Kong cuando tuve la idea. Empecé pensando cómo esas ciudades a las que iba —Hong Kong, Tokio y Honolulú— aunque separadas por vastas extensiones de océano, comparten lazos culturales e históricos que las unirán siempre. Y pensé: ¿Por qué no tratar de contar una historia que tenga lugar en ese espacio y tiempo?”. En cuanto a las tres partes de la novela, antes del ataque a Pearl Harbor, durante la guerra y al final, dice que piensa que la misma forma de la historia sugirió esa estructura. “No me senté a escribir con un plan, simplemente sucedió. Cuando escribo trato de seguir el personaje y la historia. No tengo un mapa, así que no sé qué hay delante. Todo lo más tengo una pequeña linterna que me permite ver un poco del camino. Lo que hay más allá es un misterio que yo también voy descubriendo”.

Cinco meses de invierno es muy original para una novela negra, con ese inicio con todos los clichés clásicos del género y luego la mezcla de novela histórica e incluso novela bélica, la presencia de una historia romántica… “Trato de seguir al personaje, y sus acciones dictan la historia. En este caso, la trama no la guía solo el personaje sino la ola brutal de acontecimientos que él no puede controlar y que lo van arrastrando. Cuando me siento a escribir una historia no pienso ‘hoy haré una novela negra y tiene que tener todos los elementos específicos del género’. Solo pienso en que estoy escribiendo una historia”.

Kestrel señala conexiones personales con la trama que cuenta. “Mi abuelo y su hermano, granjeros de Oklahoma, formaron parte de la Fuerza Aérea durante la Segunda Guerra Mundial. Mi tío abuelo era navegador en un B-24 Liberator y voló 25 misiones de combate en Italia. Mi abuelo era electricista y reparaba los sistemas de los B-17 Flying Fortress en Gran Bretaña, tratando de arreglar por la noche los desperfectos causados en los aviones por los antiaéreos alemanes para que pudieran volar al día siguiente. Para darme un ejemplo de lo locas que eran esas misiones me explicó cómo más de una vez tuvo que desprender de las hélices de los bombarderos alambre de espino, por lo bajo que habían llegado a volar las tripulaciones. Tuve otro tío abuelo que estaba en Filipinas al inicio de la guerra, lo que significa que tuvo que aguantar la Marcha de la Muerte de Batán y las horribles condiciones en Camp O’Donnell y Cabanatuan, donde los prisioneros de los japoneses murieron a miles de hambre y enfermedades. Gracias a mi trabajo como abogado, también he hecho muy buenos amigos en Japón y he llegado a conocer mucho de sus historias. Uno de mis mejores amigos, Yuichiro Nishi, es de una familia que vivía en Hiroshima. Sus abuelos por los dos lados fueron vaporizados el 6 de agosto de 1945. Sus padres sobrevivieron porque los habían mandado al campo. Muchos de sus tíos abuelos fueron enviados a luchar a las Filipinas y murieron antes de llegar porque los submarinos de EE UU hundían todo lo que no llevara bandera estadounidense. Cuando investigaba para la novela, Yuichiro me llevó por todo Tokio para documentarla, y su hermano, banquero en Hong Kong, hizo lo mismo en su ciudad”.

La novela está llena de detalles sobre cómo se viajaba en la época, especialmente en los Clippers de Pan Am, los grandes hidroaviones que cubrían el Pacífico. “Me gusta investigar todo lo que puedo. Como lector, me chirría cuando una novela tiene inexactitudes históricas o descripciones incorrectas de sitios reales. Para mí, leer una novela es como entrar en un sueño, pero los errores son como despertadores que te sacan de ese sueño. Así que al escribir trato de evitarlos al máximo”. Kestrel añade que intenta asimismo que no lo bombardeen (y valga la palabra) fanáticos de la exactitud, para los que una novela ambientada en la Segunda Guerra Mundial ejerce un gran magnetismo. “Parece que cualquier estadounidense de más de 40 años tiene una seria opinión sobre las barbacoas, el fútbol o la historia de la Segunda Guerra Mundial (o alguna combinación de las tres). Lo que significa que he escrito sobre un tema del que millones de lectores creen saben un montón. Por lo que tuve que ser muy cuidadoso, algo que por otro lado me encanta, como averiguar el salario anual de un inspector de policía de Honolulu en 1941, para que Joe McGrady no viviera por encima de sus posibilidades”.

La novela se ha publicado en España este año del aniversario de final de la Guerra del Pacífico y el inacabable debate sobre la (in) moralidad del lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre Japón. El protagonista de Kestrel, que ha ido a parar allí, vive de primera mano la destrucción de Tokio por el no menos atroz bombardeo incendiario, cuando el aire estaba lleno de las cenizas de los cuerpos humanos, un escenario del que hace una descripción dantesca. El novelista explica acerca de las bombas atómicas: “Por lo que sé, la inmensa mayoría de las tropas estadounidenses y de los civiles estaban entusiasmados con la bomba atómica, porque la veían como una forma de acortar la guerra. Hay muchos historiadores contemporáneos que señalan que la cultura japonesa se oponía a toda costa a la rendición, y que, en consecuencia, la bomba salvó incluso vidas japonesas, pues de haberse producido una invasión, millones hubieran muerto peleando. Las expectativas de bajas estadounidenses eran también horribles, de hecho, se hicieron en previsión 500.000 Corazones Púrpuras, la medalla para los soldados heridos en combate, de forma que, como no hubo invasión, aún están usando ese stock en otras guerras. Pero hay otra línea de argumentación y es que Japón iba a rendirse de todas formas y lo que hacían era tratar de discutir qué significaba exactamente la rendición incondicional a la que los obligaban los Aliados. Asimismo, los estadounidenses y los británicos empezaron a entender que la URSS no iba a soltar los territorios del Este de Europa que habían quedado bajo su control. Y los EE UU no querían ver Japón y Asia divididos de la misma manera que Europa. El argumento entonces es que las bombas atómicas fueron lanzadas no tanto para asegurar la rendición de Japón, que en todo caso era inevitable, como para dar una advertencia a los soviéticos”.

Sea como sea, la perspectiva de Kestrel es que “la guerra no es glamurosa nunca, y que la Segunda Guerra Mundial en particular es tragedia sobre tragedia en cualquier dirección que mires. El bombardeo incendiario de las ciudades niponas mató mucha más gente en Japón que las bombas atómicas, aunque estas despertaron más atención por ser bombas nucleares. Y esas armas eran solo fuegos artificiales comparadas con lo que hay hoy”.

McGrady, un personaje que progresa humana y emocionalmente a lo largo de la historia, alcanza una cierta redención de su dureza de detective clásico a través del amor, sentimiento que vive de una forma poco habitual en un personaje de novela negra. “Bueno, pienso que el el amor es algo que nos toca y nos conforma a todos y nos da motivaciones y esperanzas. El amor es también infinitamente complicado y algo que todos tenemos que resolver por nosotros mismos mientras lo vamos viviendo. En un thriller que solo cubre un periodo de tiempo corto el amor no puede aparecer (aunque en cambio parece necesario que haya algo de sexo sin sentido). Pero en una novela que cubre un periodo de muchos años, el amor se va a convertir en un tema importante. Sea cuál sea tu trabajo, lo que estés haciendo en un período de cuatro o cinco años, te encontrarás pensando más acerca de qué hay en tu corazón y qué te mantiene en marcha que en lo que necesitas hacer en tu trabajo. Eso es algo que quería capturar”. En el aspecto contrario, si el arma es siempre importante en una historia de crímenes, Kestrel hace del cuchillo de trinchera, una mezcla de daga, puño americano y maza con pinchos, un personaje central. “El Mark I es un arma remarcable. Y si alguien viene contra ti con uno, probablemente lo recordarás”.

Pese a los puntos en común que se puedan ver entre Cinco meses de invierno y las novelas de Philip Kerr del detective Bernie Gunther (investigaciones criminales en la Segunda Guerra Mundial) o algunos libros de Richard Flanagan como El camino estrecho al norte profundo, Kestrel dice que no los ha leído, aunque sí El imperio del sol de J. G. Ballard, después de ver la película. “En la actualidad me impongo no leer ficción de la Segunda Guerra Mundial, porque me da miedo que si lo hago, me influya aunque sea de manera inadvertida. Sigo leyendo ficción, aunque no ambientada en esa época. Me he marcado el objetivo este año de leer 100 libros, llevo 72 y 60 son de no ficción”.

Sobre si hubo colaboración entre la Abweher, el espionaje militar del III Reich, y los servicios secretos japoneses antes de Pearl Harbor, afirma que sí la hubo. “Hasta donde sé, mucha tuvo que ver con el intercambio de inteligencia militar por tecnología, que era enviada a Japón en viajes secretos de submarinos nazis. Pero hay además evidencia de un espía alemán en Hawái previo al ataque a Pearl Harbor, y de que recibía fondos de los japoneses”. Al respecto, el novelista aporta información desclasificada sobre Bernard Kuehn Otto detenido por el FBI y que suministraba información sobre la flota de EE UU en Pearl Harbor al consulado japonés cuatro días antes del ataque de los aviones de Yamamoto.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.
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