Béla Bartók en el Teatro Real, entre un ballet turbador y una ópera sin tensión psicológica
Christof Loy convierte ‘El mandarín maravilloso’ y ‘El castillo de Barbazul’ en un díptico escénico tan austero como irregular, mientras que Gustavo Gimeno realza desde el foso la maravillosa música del compositor húngaro


“Se alza el telón de nuestros párpados: / ¿Dónde está el escenario, dentro o fuera, / damas y caballeros?” En estos versos del prólogo de El castillo de Barbazul, recitado en húngaro y muchas veces suprimido, se condensa la clave simbolista del díptico escénico de Béla Bartók concebido por el régisseur Christof Loy. Esta coproducción, estrenada con éxito en la Ópera de Basilea en 2022, fue recibida con algunos abucheos el pasado domingo 2 de noviembre en el Teatro Real.
El emparejamiento de la única ópera del compositor húngaro, escrita en 1911, con su ballet El mandarín maravilloso, compuesto entre 1918 y 1919 y completado cinco años más tarde, no constituye una novedad. Conviene recordar que el controvertido estreno absoluto de esta pantomima danzada, celebrado en Colonia en 1926 y censurado tras su tercera representación por el entonces alcalde Konrad Adenauer debido a su contenido violento y sexual explícito, fue precedido en esa ocasión por El castillo de Barbazul.
El presente programa doble dedicado a Bartók tiene varios antecedentes recientes, incluso en el orden cronológico invertido (Mandarín/Barbazul), tal como lo propone Loy, opción ya adoptada anteriormente por Denis Marleau y Stéphanie Jasmin en Ginebra (2007), así como por Jo Kanamori en Florencia (2012).
La novedad introducida por el director de escena alemán, afincado en Madrid, radica en la interconexión de ambas obras bajo el lema Al amor no puede vencerlo la muerte.
Para Loy, no existe fracaso sentimental, ni al final del ballet con la muerte del Mandarín, ni al cierre de la ópera, donde el conflicto emocional entre Judith y Barbazul se sumerge en la oscuridad. Para revertir lo primero, adopta una interesante licencia como epílogo del ballet, que titula Resurrección, en la cual el Mandarín vuelve a la vida para danzar un pas de deux con la Chica al son del crepuscular fugato que abre la composición orquestal Música para cuerda, percusión y celesta, escrita por Bartók en 1936.
La otra licencia consiste en utilizar el mencionado prólogo en dos ocasiones: como introducción tanto del ballet como de la ópera.
“Se trata de un texto muy bello que reflexiona sobre el significado del teatro. Aborda la relación entre lo que se representa en el escenario y la percepción del público, subrayando que muchos elementos deben conservar su carácter enigmático y ambiguo”, explica Loy en una entrevista incluida en el programa de mano de Basilea.
El director de escena ha vuelto a una austeridad máxima en una puesta en escena acompañada por una música intensamente perturbadora, como ya hiciera con Lulu de Berg en 2009.
La escenografía minimalista de Márton Ágh —reducida, en el ballet, a varias cabañas de madera sin ventanas ni puertas, elevadas sobre pilotes, junto a una desvencijada cabina telefónica y un mugriento colchón rodeado de basura— se hunde en la ópera como reflejo del paso del tiempo.
El vestuario de Barbara Drosihn sigue la misma línea austera en la ópera, en contraste con un mayor colorido en el ballet, mientras que la iluminación de Thomas Kleinstück incide con extrema discreción sobre la acción.
Loy dirige El mandarín maravilloso como si se tratara de una ópera, en la que los bailarines pudieran comenzar a cantar en cualquier momento. Destaca la poderosa dupla formada por Gorka Culebras, como el Mandarín, y Carla Pérez Mora, como la Chica, quienes elevan el epílogo al compás de Música para cuerda, percusión y celesta.

La acción corporal se funde con la música sin escatimar en momentos de extrema violencia, aunque desdibuja elementos clave de la pantomima, como las tres seducciones de la Chica, los tres intentos de asesinato del Mandarín y su primera aparición.
Pero en El castillo de Barbazul, las cosas no funcionan con la misma eficacia. Tras la repetición del prólogo —ahora ubicado en su lugar habitual— a cargo del actor Nicolas Franciscus, quien también participa en el ballet como el Poeta, la acción deriva en una frustrante noche de bodas en la que Judith explora cada rincón del alma de Barbazul hasta descubrir manchas de sangre.
Sin embargo, el público debe imaginar tanto la sangre como cada llave y cada puerta. La pareja carece de la química necesaria para sostener la tensión escénica durante los 60 minutos que dura la ópera, lo que desemboca en un huis clos con escasa introspección psicológica.
A nivel vocal, el bajo Christof Fischesser, quien ya había interpretado en el Teatro Real un inolvidable La Roche en Capriccio de Strauss, encarnó un Barbazul sólido y brillante. El cantante alemán mostró una claridad impecable en los graves, gran potencia en el registro agudo, dominio del parlando rubato y especial cuidado en los pasajes líricos de la partitura.
Por su parte, la soprano Evelyn Herlitzius, actualmente volcada en papeles de mezzosoprano, ofreció una Judith áspera y dramática, pero sin concesiones líricas. No obstante, demostró su experiencia al imponerse a una orquesta inmensa, a pesar de un vibrato marcado y ciertas limitaciones en los extremos de su tesitura.

El gran triunfador de la noche fue el director de orquesta Gustavo Gimeno, quien afrontaba su primera producción como nuevo titular del Teatro Real. El maestro valenciano brilló al materializar lo que Judith Frigyesi ha denominado la “síntesis Bartók”: un modernismo renovador, profundamente enraizado en la tradición popular, que el compositor elevó a una dimensión orgánica y universal.
Aunque no alcanzó el mismo grado de implicación orquestal mostrado en El ángel de fuego hace dos temporadas, Gimeno condujo con firmeza la compleja arquitectura rítmica de El mandarín maravilloso, manteniendo un tempo fluido y preciso, con brillantes intervenciones solistas, especialmente en la sección de maderas, donde destacó el clarinetista Luis Miguel Méndez en los pasajes de seducción.
Además, no rehusó asumir riesgos, como se evidenció en la escena de la persecución, donde llevó a la orquesta al límite de sus capacidades. También supo trazar con claridad el arco del primer movimiento de Música para cuerda, percusión y celesta.
Pero los momentos musicalmente más brillantes de la orquesta llegaron tras el descanso, con El castillo de Barbazul. Gimeno manejó con maestría el arco dramático de la ópera en torno a las siete puertas y las segundas menores que simbolizan la sangre. Dotó a la partitura de colorido, contrastes y transiciones, sin descuidar el equilibrio con las voces. Lo demostró especialmente en la climática quinta puerta, con un impresionante tutti en do mayor que representa el vasto reino de Barbazul, pero también en los insistentes glissandi arpegiados de arpa, celesta, flauta y clarinete, en la sexta puerta, que evocan el lago de lágrimas.
En todo caso, las virtudes de la maravillosa música de Bartók, que ha llegado por primera vez al escenario del Teatro Real, no han bastado para llenar la sala. Habrá que tomárselo con la misma ironía existencial del poeta Ángel González y su famoso poema “Estoy bartok de todo...” Aun así, hasta el día 10 resonará “bela en todo bartok” en el Teatro Real.
'El mandarín maravilloso' y 'El castillo de Barbazul'
Música de Bela Bartók.
Argumento del ballet basado en el relato homónimo de Menyhért Lengyel (1917).
Libreto de la ópera de Béla Balázs, basado en el cuento La Barbe bleu (1697) de Charles Perrault.
Bailarines del ballet: Gorka Culebras (El mandarín), Carla Pérez Mora (La chica), Nicky van Cleef (Primer vagabundo), David Vento (Segundo vagabundo), Joni Österlund (Tercer vagabundo), Mario Branco (Un libertino), Nicolas Franciscus (El poeta).
Reparto de la ópera: Christof Fischesser, bajo (El duque Barbazul), Evelyn Herlitzius, mezzosoprano (Judith), Nicolas Franciscus, narrador (El prólogo).
Coro y Orquesta: titulares del Teatro Real.
Director del coro: José Luis Basso.
Dirección musical: Gustavo Gimeno.
Dirección de escena: Christof Loy.
Teatro Real, 2 de noviembre. Hasta el 10 de noviembre.
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