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Tu hija es bienvenida en el museo y puede tocar las cosas: los centros se ponen a la altura de los niños para dirigir su atención hacia el arte

Horarios flexibles, actividades en familia gratuitas y con el acompañamiento de artistas componen una oferta adaptada a los más pequeños

Ana Marcos

Al final del pasillo de la segunda planta del Museo Reina Sofía de Madrid, una niña de tres años y otro de cinco llevan unos 10 minutos doblando una hoja con dibujos y palabras que, con la ayuda de dos mediadores, consiguen convertir en un comecocos. Al cerrarlo, se forma el cuadro Un mundo, de Ángeles Santos. Una vez hecha la práctica, los dos, acompañados de su madre y una educadora, empiezan la aventura por el museo. El comecocos será su brújula por las salas hasta llegar al imponente cuadro que ideó a los 18 años una de las grandes representantes del surrealismo y el expresionismo español.

Delante de la obra, los hermanos juegan a encontrar en el cuadro las palabras que salen del comecocos. Mientras tanto, la mediadora les explica que la obra representa el mundo que la autora quería contarle a los marcianos. Unos minutos después, el tiempo que dura su atención, los niños buscan otro estímulo. En el camino de vuelta, el mayor reconoce el Guernica: “Lo vi con mi clase”. Los dos consiguen hacerse un hueco entre los adultos y buscan el caballo y el toro. Otros pocos minutos de atención y de regreso al punto de encuentro.

La visita dura apenas una hora. El tiempo que esta mañana han decidido los hermanos.

Esta actividad pertenece al programa Savia que el Reina Sofía desarrolla desde 2019 en colaboración con las familias. El resultado es una iniciativa que se desarrolla en las salas, respetando las limitaciones de un espacio con piezas de alto valor que, en la mayoría de los casos, no cuentan con la protección de vitrinas, peanas o mamparas. “Se hicieron una serie de visitas con familias para observar cómo se comportan los niños y lo primero que descubrimos es que era muy raro que llegaran a una hora concreta”, explica Francisco Martínez Cabeza de Vaca, jefe de Educación del museo. Por esta razón, esta actividad no tiene un horario fijo, sino una franja de atención las mañanas de los fines de semana. “La base es escuchar el funcionamiento de la infancia, la forma de vivir el tiempo que tienen es distinta a la de los adultos”.

Tratar de generar actividades alejadas de una lógica adultocéntrica es una premisa que se repite en la mayoría de las instituciones culturales consultadas cuya materia prima son las artes visuales. Se ha superado esa idea de recluir a los menores en una sala al final de la exposición para que pinten y coloreen reproducciones de las piezas a las que probablemente no hayan prestado atención en un recorrido planteado más para sus progenitores que para ellos. Se hace partícipe a las familias en todos los casos. Y ya ni siquiera las visitas escolares se plantean como recorridos lineales.

“No hay que a entender el museo o un espacio cultural como un lugar al que solo se puede ir a ver y con unos protocolos de no tocar, de silencio”, explica la artista María Jerez. “Parte del conocimiento de los niños y niñas pasa por la experiencia, sobre todo en la primera infancia, cuando lo que necesitan es tocar, oler, atravesar, coger”. La creadora ideó Se necesita un pueblo para levantar una montaña, una exposición en Tabakalera, San Sebastián, en la que la única pauta era quitarse los zapatos e intentar no romper nada. “Fue algo que hicimos entre todas, que se podía manipular y se transformaba según las niñas y niños entraban y salían del espacio”, recuerda. El 15 de enero llevará esta misma idea, pero con otro nombre que aún está pensando, a Matadero en Madrid. “El objetivo es darle la vuelta a la idea de playground, que siempre está tan marcado por los columpios", apunta. Para eso, llenará un espacio de “materiales amorfos y textiles blandos” que los asistentes podrán jugar. ¿Y los adultos? “Pueden unirse al juego o descansar”, avisa Jerez.

En la Fundación March traspasan los muros de su edificio en Palma con talleres como el Mediterranean Souvenir, que también hicieron con la participación de un artista, en este caso, el mallorquín Julià Panadès. “Su práctica se basa en la economía circular, trabaja con materiales reciclados y desde una conciencia ecologista”, explica Aina Pomar, coordinadora de programas públicos de la institución. “Partimos de la obra Gran fons submarí, de Miquel Barceló, una pieza de gran formato que representa un fondo marino. Nos dirigimos a la sala donde se expone y nos hicimos preguntas como: ¿lo que vemos al bucear en el mar no se asemeja a esta vasta textura rugosa que contemplamos en el museo?”.

“El espacio de nuestras actividades es siempre el museo en el sentido más amplio”, explica Ainhoa Sorrosal, del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA). “El recorrido muchas veces puede ser improvisado, no tenemos dos sesiones iguales”. Sus actividades están guiadas por mediadores y artistas. “Es una oportunidad para que las familias se sientan parte del proceso de creación y los creadores lo perciben como una continuación de su trabajo”.

Más allá de que niños y niñas memoricen artistas o tendencias pictóricas, museos como el Prado pretenden que el arte les resuene, por ejemplo, en una excursión por el campo. “Se puede tomar una obra como inspiración para que luego hagan algo juntos”, plantea Sofía de Juan, una de las técnicas del departamento de Educación. “Pueden ser barquitos en el agua, crear una coreografía, montar una pequeña cabaña en tu casa. Por eso es tan importante para nosotros que las piezas tengan un vínculo con la experiencia propia, temas significativos para los pequeños y también los adultos”, añade la responsable de unos programas que se organizan de manera trimestral y para los que hay que reservar a través de la web del museo.

Por el momento, no hay estudios que permitan saber a estos centros si después de cada visita o taller se ha inoculado la pasión por el arte de tal manera que los pequeños arrastren de vuelta a los adultos a los museos, o ellos vuelvan por su cuenta pasados unos años. La última encuesta de hábitos culturales del Instituto Nacional de Estadística (INE), relativa a 2024 y 2025, empieza a reflejar algo de optimismo respecto al lugar que ocupa el arte en los planes de ocio de los españoles. Se visitan más museos, aunque siguen a la cola. “No sé si el objetivo está en que las infancias sean futuros espectadores”, plantea María Jerez, “más bien que hoy ya, en el presente, la vida sea posible en las instituciones culturales sin tener que meter a los pequeños en habitáculos, que todo el museo sea un espacio más abierto”.

El cine ha encontrado en las películas familiares un filón que solo entre 2017 y 2024 se tradujo en más de 50 películas, con una recaudación de 224 millones de euros, según datos del sector. ¿Están las instituciones artísticas fijándose en estos públicos de la misma manera? “En el MACBA no tenemos esa mirada mercantilista, más bien de futuro, de tratar de generar que el arte, la disciplina más olvidada, sea percibida como una oportunidad para aprender, disfrutar y mirar al mundo. El arte al final plantea una perspectiva de la actualidad que te puede servir para codificar y decodificar la realidad”, argumenta Sorrosal. Desde el Reina Sofía añaden: “La actitud de la infancia hacia el arte contemporáneo es quizá más parecido a lo que deseamos que suceda en los adultos. Miran sin juicio y con asombro, que es a fin de cuentas lo que propone el arte contemporáneo”.

Arte en familia

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Sobre la firma

Ana Marcos
Redactora de Cultura. Forma parte del equipo de investigación de abusos en el cine. Ha sido corresponsal en Colombia y ha seguido los pasos de Unidas Podemos en la sección de Nacional, además de participar en la fundación de Verne. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de periodismo de EL PAÍS.
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