¿Se pueden usar los baños de un museo para hacer ‘cruising’? Samantha Hudson pregunta y el sector del arte se desconcierta
En la serie ‘¿No seré yo una obra de arte?’, la artista intenta comprender un mundo ajeno para una mayoría con entrevistas a más de una decena de personajes


La cita es en la terraza del Museo Reina Sofía con la artista Samantha Hudson y el cineasta David Navarro. En este mismo lugar, la cantante le preguntó a Manuel Segade, director de esta institución, si era posible entrar gratis a su museo a usar el baño. El responsable le contestó que no, que para ir al servicio hay que pagar la entrada. La artista, en realidad, lo que quería saber es si de alguna manera un espacio tan solemne como uno de los principales museos de arte contemporáneo de Europa, situado en una zona estratégica de la ciudad, puede tener otros usos. A ella se le ocurría, por ejemplo, para hacer cruising. Segade trata de mantener la sonrisa que le ha acompañado durante la charla de una hora que compone uno de los episodios de la serie de entrevistas con formato videopodcast ¿No seré yo una obra de arte?, que Filmin estrena este 1 de agosto. La sensación al otro lado de la pantalla es que el director lo está pasando regular.
La propuesta que ha ideado Navarro y que conduce Hudson está llena de preguntas. Algunas ya clásicas, muy manoseadas, pero que en el caso del mundo de arte, por mucho que se repitan, siguen sin respuesta. “¿Qué es el arte? ¿Dónde debe estar el arte? ¿Puede comprar arte una persona no goce de un alto poder adquisitivo? ¿Si pinto un cuadro en mi casa, puede pasar al circuito del arte?”, plantea el director como premisa de la serie.
—Entonces, ¿de alguna manera, este es un proyecto para incomodar a algunos de los nombres más importantes del arte contemporáneo?
—“Me gusta más hablar de desconcierto”, responde Hudson.
—¿Han obtenido por fin respuestas?
—“Muchas veces nos obsesiona hacer una síntesis, llegar a una conclusión contundente, pero una nueva incógnita, desde otro punto de vista, también puede resultar muy útil”, apunta la artista.
Tal vez la pregunta que más trastoca a los entrevistados es la que da nombre a la serie. Hudson plantea a directores de museos, artistas, críticas de arte y gestores culturales si ella podía llegar a ser una obra de arte. Pero no un cuadro, sino una sandwichera. Otra vez ojos como platos.
“En realidad es un poco la excusa para hablar de un mundo que está bastante lejos de la mayoría de nosotros”, reflexiona la cantante. Ese “nosotros” David Navarro lo define también como “la gente normal que a veces, por vergüenza, no se atreve a decir después de salir de una exposición que no ha entendido nada por miedo a ofender o a que se interprete que está en contra del arte”. Samantha Hudson se convierte de alguna manera en esa portavoz que trata de desentrañar los, a veces, demasiado densos códigos de un sector que se concibe como ajeno por abstracto y elitista.
La cantante habla con el artista Abel Azcona, el director de La Casa Encendida, Pablo Berástegui, la historiadora y divulgadora Eugenia Tenenbaum (criticada en Instagram por opinar sobre los compradores de arte), Tatxo Benet, fundador del Museo de arte prohibido de Barcelona, (cerró sus puertas antes del estreno de la serie), y Lucía Aguirre, comisaria del Guggemheim de Bilbao, entre otros. “La mayoría de estas figuras siguen el esquema de la normatividad: blancos, muchos heterosexuales, mayoría de hombres… pero esta es la realidad y hay que tenerla en cuenta”, reconoce Navarro.
Una vez asumido quiénes son los interlocutores que componen la parte alta de la jerarquía del arte, la serie intenta colarse por las costuras del sector tratando temas como la descolonización de los museos, la presencia de las artistas, de la precarización de este trabajo y de cómo se incluye a otros colectivos. “Las minorías aún no están en el arte contemporáneo”, afirma Hudson, “y eso que el arte contemporáneo ha hecho un marketing muy bueno con esa idea de ‘soy divertido, soy innovador, me gustan los colores’. Quién sabe, quizás para una segunda temporada hagamos la versión underground y queer, y pasemos a la otra cara del arte contemporáneo. ¿Por qué no entrevistar también a travestis? Y abordar el travestismo como arte, ¿verdad?”.

Hudson ha conseguido mucha más claridad de sus entrevistados cuando les ha preguntado por el dinero. Es decir, sobre el precio de una obra, quién lo establece, quién lo puede comprar, por qué no hay dudas sobre el valor de un bolso de una marca de lujo como el birkin, pero surgen todos los interrogantes sobre el coste final de una pieza. “Los temas tangibles sobre el dinero y el poder son más claros por la equivalencia que Samantha establece entre el mercado de valores y la especulación”, opina Navarro. “La mística del arte, esa idea de que es mejor que no lo entiendas, el misterio, no entender lo que ves… la especulación del arte se aprovecha de eso”, acompaña la artista y prosigue: “Lo artístico ha sucumbido al yugo del mercado, no al yugo de lo productivo. Y con frecuencia se ha convertido en un producto de consumo”.
Hudson ahonda en su argumento e incluye la influencia de la inteligencia artificial que ya forma parte del ecosistema artístico. “Ha eliminado todo el valor humano de lo artístico. Ya no quieres ver el proceso creativo, no quieres tener margen de error, no quieres mirar las líneas, no quieres tener el corazón, no quieres el alma, quieres ver directamente el resultado, porque resulta más eficiente en un sistema que nos ahoga con objetivos de producción inasumibles”.

Esta es la parte del mercado que interesa a los creadores de la serie porque, afirman, “que un millonario se gaste un millón en una obra de arte queda bastante lejos”, pero, “cómo afecta este sistema a la precariedad de los artistas jóvenes, cómo dedican más tiempo a promocionar su trabajo que a hacerlo, y una vez que se lanza está a merced del sistema económico”.
Más preguntas

Una vez terminada la serie, volvieron las preguntas y el desconcierto. Pocos días antes del estreno en Filmin, la plataforma Linkedin censuró el cartel del proyecto en el que se ven los pezones de Samantha Hudson alegando que es “un contenido para adultos” y que en caso de que la productora siguiera compartiendo la imagen sufrirían “restricciones en su cuenta”.
“Ella siempre ha dicho que el día en el que alguien le censure los pezones habrá hecho passing, y por tanto, las hormonas que se mete y la actitud que imprime a su vida habrán ganado esa partida”, escribe Navarro en un comunicado que ha hecho llegar a EL PAÍS. En el texto, el director reconoce que la imagen se compartió con la plataforma antes de ser publicado, que fue mostrada en presentaciones y eventos, y nunca tuvieron ningún problema. “Creíamos que la lascivia testosterónica no se había derramado por nuestra culpa, ni que hubiéramos conducido a nadie a hacer nada ilegal. Tal vez la serie no es un éxito, pero el cartel ha logrado traer una conformidad civilizada sobre que esto no es porno”, escribe Navarro.
Ahora se enfrentan, otra vez, a un debate antiguo, aburrido y que se creía superado. “¿Un pezón femenino, aunque fruto de hormonas, actitud y sentimiento de libertad, es contenido para adultos? ¿Y un pezón masculino sin ninguna actitud femenina es simplemente anatomía humana? Esta censura no es nueva”, concluye el director.
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