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Las mujeres gaditanas que representan en el teatro su propia historia de pobreza y superación: “La de hambre que pasábamos”

Vecinas mayores del barrio flamenco de Santa María montan una obra para narrar el duro pasado de las casas de vecinos

Jesús A. Cañas

El tamiz del tiempo tiende a dulcificar los recuerdos. Salvo si la evocación que asalta a la mente es visualizarse comiendo papeles de magdalenas y cáscaras de plátano, de pura hambre. Ese rincón de la memoria donde habitan esas vecinas hermanas de familia numerosa que, cuando llegaba el frío, se turnaban para salir porque solo tenían un abrigo. O las rodillas peladas de fregar a mano los escalones con arena de playa y sosa; el barreño de zinc para bañarse; el váter compartido para todo el edificio. Ahí solo queda resistencia y camaradería. Justo lo que pretende un grupo de mujeres mayores del barrio de Santa María de Cádiz con la obra de teatro que este jueves representan para narrar en primera persona un pasado que vivieron hace no tanto tiempo.

“La de hambre que hemos pasado”, suspira Luisa la de Enrique —“así mejor, que nadie me conoce por mi apellido”—, justo al finalizar uno de sus últimos ensayos antes del estreno. Sentadas en corro en torno a una mesa camilla y una cuna de atrezo, las otras cinco integrantes repasan el guion: María Jesús Figueroa, Conchi la del Boli, Ani Rizo, Carmen Campos y Juana la del Bolo. Todas, entre la década de los 70 y 80 años, son vecinas de Santa María y La Viña, dos barrios de Cádiz tan icónicos por el flamenco y el Carnaval, respectivamente, como por la pobreza que los marcó y atravesó durante la mayor parte del siglo XX. “Creemos que esta obra puede venir muy bien a la juventud para entender cómo era la escasez de entonces”, resume Charo Ruso, directora de la obra y también vecina de Santa María.

Esas pequeñas historias de supervivencia, protagonizadas por familias comandadas por mujeres fuertes e invisibilizadas, habitaban solo en la memoria colectiva del barrio, así que el presidente de la Asociación de Vecinos Las Tres Torres de Santa María, José Rodríguez, decidió encargar un texto teatral, a modo de homenaje. Alfonso de la Rimada, vicepresidente de la Cátedra de la Flamencología, recogió el guante e ideó una obra coral de, aproximadamente, una hora en la que cinco mujeres de la década de los años 40 del siglo XX departen en un descanso de sus quehaceres. Lo hacen sentadas en un patio de una casa Santa María y ahí se entrevera un anecdotario variado sobre sus familias, sus recuerdos y sus vidas diarias.

“Pero son vivencias suyas, así que cada una ha adaptado el personaje a sus propios recuerdos”, explica Ruso, la única con experiencia previa como aficionada en el teatro. La proeza es mayor porque esas morcillas que introduce ese corro de mujeres ni están en el guion, ni están escritas en ningún lado. “Cada ensayo es distinto al anterior”, apunta la directora. Si pueden contar todo ese anecdotario en primera persona es porque la carestía se alargó demasiado, mucho más allá de los años 40, y ellas mismas la sufrieron en sus carnes. “Yo me bañaba en un barreño de zinc, entraba un hermano y salía el otro, ¡qué de piojos había!”, relata Conchi, vecina de La Viña. “La que podía hacía una olla de menudo o de berza [platos de cuchara típicos de Cádiz] y la ponía al centro para todos los vecinos, así se sobrevivía”, le apostilla Juani.

Que la obra de teatro transcurra en un patio de vecinos que existía en la calle Santo Domingo del barrio de Santa María —representado en una foto impresa como forillo— no es baladí. Esa hambre, escasez y vida compartida de las que hablan las vecinas transcurría en los llamados partiditos, antiguas casas palacio reconvertidas en multitudinarias casas de vecinos divididas por cuartos, en las que las familias compartían inodoro y cocina de carbón. Esa fue la forma de vida mayoritaria de ese barrio, el del Pópulo, San Juan o La Viña hasta que arrancó un plan especial de rehabilitación de la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento que, entre la década de los 90 del siglo XX y los primeros años del siglo XXI, fue acabando con esas casas de vecinos para convertirlas en viviendas dignas.

Luisa la de Enrique no salió de su partidito hasta los años 90: “Tengo malos recuerdos de aquella vida. Me alegro mucho que mis hijos no hayan vivido eso”. La obra se entretiene con calma en relatar todas esas complicaciones del pasado, que se sobrellevaba con entereza y espíritu de camaradería. “Trata también de que ellas no pierden la alegría”, relata Ruso sobre una representación que incluye hasta una pataíta flamenca final que no se sabe cuánto se alargará. Pero sin caer en la displicencia o edulcorar la supervivencia. “Se cuenta todo tal cual era. Y era una vida dura”, añade la directora. Para muestra, Conchi aporta otro duro recuerdo: “La de mujeres que había con los ojos morados, siempre porque se habían caído. El mejor plato era para el hombre de la casa. Todo era muy machista”.

La melancolía solo asalta a las improvisadas actrices al contemplar hoy los barrios que habitan, cada vez más asediados por la gentrificación y la pérdida poblacional que amenaza a la capital con bajar de la barrera de los 100.000 habitantes. “Bajando para el ensayo me fijaba que ya no quedan vecinos por las calles, solo maletas, turistas y viejos. En la calle Botica, con lo que era eso antes, hoy solo había un franchuti haciendo fotos”, explica María Jesús Figueroa. Tampoco los vecinos jóvenes que quedan en el barrio habitan ya esos antiguos patios de vecinos remozados y convertidos ya solo en meras zonas comunes. “La propia vida ha cambiado. Antes no teníamos nada y compartíamos, hoy tenemos y no compartimos”, añade Ruso.

Todo ese universo perdido de las Mujeres de Santa María se representará este jueves en el Centro Cultural de la Merced de Cádiz a las ocho de la tarde ante 200 personas. La entrada es gratuita, la asociación de vecinos solo pide contribuir con un litro de aceite de oliva con el que elaborarán cestas de Navidad para los vecinos necesitados del barrio. Habrá una única representación, pero el grupo tampoco le hace ascos a hacer más funciones. “Llevamos desde julio ensayando y hemos despertado una expectación que no nos esperábamos”, asegura sorprendida Ruso. De momento, ellas se conforman con que la moraleja quede clara: “Por mucho de que se hiciese más convivencia antes, de que fuésemos una gran familia y de que la vida hoy haya cambiado, no volvería atrás. Esto debe servir para que los jóvenes sepan cómo vivíamos”, zanja combativa Luisa la de Enrique.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.
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