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Obituario

Muere el director de orquesta Christoph von Dohnányi, renovador y guardián de la tradición alemana

El maestro berlinés falleció el sábado en Múnich, a pocos días de cumplir 96 años. Defensor de la ópera como arte vivo, deja una importante discografía al frente de la Orquesta de Cleveland y la Filarmónica de Viena

Christoph von Dohnányi junto a la Orquesta Filarmónica de Nueva York interpreta 'Un réquiem alemán' de Brahms en el David Geffen Hall, en 2016.
Pablo L. Rodríguez

Para el director de orquesta Christoph von Dohnányi (Berlín, 95 años), el mejor momento de la historia de la música fue cuando Haydn, Mozart y Beethoven tocaban o dirigían sus propias obras. “La música nunca puede desligarse de su tiempo, y la gran dificultad para los intérpretes consiste en adaptarla a los oídos actuales”. Sin embargo, no alude al uso de prácticas ni instrumentos de época, que siempre consideró fruto de las modas y del mercado. Lo resumió con una frase lapidaria en su libro de conversaciones editado por Klaus Schultz en 2010: “Aprender de la historia, sí; restaurarla, no”.

Dohnányi falleció el pasado sábado 6 de septiembre en Múnich, dos días antes de cumplir 96 años, según informó su tercera esposa, la violinista Barbara Koller, a la agencia de prensa alemana Deutsche Presse-Agentur. Diversos problemas de salud relacionados con la edad habían limitado mucho su capacidad para dirigir desde 2010, aunque mantuvo apariciones esporádicas hasta la irrupción de la pandemia de coronavirus. Sus últimos conciertos los dirigió con 90 años a la Orquesta NDR, en la Elbphilharmonie de Hamburgo, los días 17 y 18 de enero de 2020.

Christoph von Dohnányi, director musical de la Orquesta de Cleveland, tras dirigir su primer concierto con la orquesta en 1984.

Había nacido en 1929 en el seno de una familia húngara con una profunda tradición musical: su abuelo era el compositor Ernő Dohnányi. Creció en la capital alemana en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, muy influido por los conciertos que escuchó de Wilhelm Furtwängler al frente de la Filarmónica de Berlín. Sin embargo, el nazismo cambió su vida. Su padre, el jurista Hans von Dohnányi, y su tío, el pastor luterano Dietrich Bonhoeffer, figuras clave de la resistencia contra Hitler, fueron arrestados por la Gestapo en 1943 y ejecutados en campos de concentración.

El joven Dohnányi decidió seguir los pasos de su padre y estudió Derecho después de la guerra. Sin embargo, su inclinación por la composición lo llevó a dedicarse a la dirección orquestal, que estudió en Múnich con Hans Rosbaud. En 1951 obtuvo el Premio Richard Strauss y, tras una breve estancia en Estados Unidos con su abuelo, inició su carrera como asistente de Georg Solti en Fráncfort, donde estrenó un ballet de su autoría. A partir de 1957 continuó su trayectoria en centros menores como Lübeck y Kassel, lo que lo convirtió en el director musical más joven de Alemania. Y en 1968 fue nombrado director musical de la Ópera de Fráncfort, a la que añadió en 1972 la dirección artística.

Hablamos de un hombre de teatro, tal como lo define Rupert Schöttle en su libro sobre los directores de orquesta contemporáneos. Dohnányi estrenó en Berlín y Salzburgo dos óperas de Hans Werner Henze, y su grabación de Der junge Lord para Deutsche Grammophon en 1967 marcó su primera incursión discográfica. En pocos años transformó la Ópera de Fráncfort en uno de los epicentros del cambio cultural en Alemania. Con el apoyo gubernamental de Hilmar Hoffmann y la colaboración artística de Gerard Mortier, impulsó su visión de la ópera como un arte vivo, no museístico, que favoreció la renovación escénica del Regietheater junto a jóvenes dramaturgos como Peter Mussbach, Volker Schlöndorff y Hans Neuenfels. En 1977 continuó esta labor al frente de la Ópera Estatal de Hamburgo, en cooperación con August Everding.

Pero abandonó Alemania en 1984, en parte desencantado con la situación artística de los teatros de ópera. Aceptó convertirse en el sexto director titular de la Orquesta de Cleveland, sucediendo a George Szell y Lorin Maazel, quienes habían convertido a la formación sinfónica de Ohio en una de las mejores del mundo. Este nuevo cargo impulsó decisivamente su discografía. Asociado con sellos como Teldec, Telarc y Decca, y aprovechando la acústica del Severance Hall, grabó integrales sinfónicas de Beethoven, Brahms y Schumann, además de notables versiones de Schubert, Mendelssohn, Bruckner, Chaikovski, Dvořák y Richard Strauss. También reivindicó rarezas como el monumental Concierto para piano, orquesta y coro masculino de Busoni, y dejó interpretaciones admirables de Bartók y de toda la obra orquestal de Anton Webern.

Esas grabaciones reflejan su característico enfoque musical, preciso, elegante y analítico, con el que renovó la tradición directorial alemana sin renunciar a sus valores esenciales. En Beethoven, Brahms y Webern destaca por su claridad y agudeza intelectual, sin menoscabo de la dimensión emocional y con la partitura siempre como fundamento de sus decisiones sonoras. Su principal orquesta para grabar ópera fue la Filarmónica de Viena, con la que realizó varios registros de referencia para Decca: Fidelio de Beethoven, Salomé de Strauss, Wozzeck de Berg y también Erwartung de Schönberg, junto a su segunda esposa, la soprano Anja Silja.

En sus últimos años fue titular de la Orquesta Philharmonia de Londres, entre 1997 y 2008, con la que dirigió varias producciones operísticas de gran éxito en el Théâtre du Châtelet de París. En 2004 regresó a Alemania como sucesor de Günter Wand al frente de la Orquesta NDR de la Filarmónica del Elba. Con esta agrupación ofreció sus dos últimas actuaciones en España, en 2005 y 2008, dentro de los ciclos de Ibermúsica. Sus reflexiones finales se recogen en varias entrevistas concedidas en 2019, con motivo de su 90º aniversario, en las que defendió que el problema de la música clásica no radica en la falta de público, sino en la ausencia de una mediación eficaz que explique su valor en una sociedad dominada por la inmediatez y el consumismo.

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Sobre la firma

Pablo L. Rodríguez
Zamorano residente en Zaragoza, es doctor en Historia del Arte y Musicología. Colabora en EL PAÍS como crítico de música clásica desde 2013. Tuvo un pasado como violinista, pero finalmente se decantó por la teoría. Desde 1999, es profesor del Máster en Musicología de la Universidad de La Rioja, donde también coordina el Doctorado en Humanidades.
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