Una columna de mármol del otro extremo del Mediterráneo destaca entre los nuevos hallazgos del yacimiento tartésico del Turuñuelo
La séptima campaña de excavación de un insólito edificio de hace 2.500 años en Badajoz saca también a la luz el pozo de una sofisticada canalización hidráulica

Entre los numerosos bronces y cerámicas que han emergido en las últimas semanas en el yacimiento tartésico del Turuñuelo de Guareña, los arqueólogos del CSIC han hecho dos hallazgos arquitectónicos de primer orden que vuelven a incidir en el enorme potencial económico y cultural de quienes dominaran ese insólito edificio de dos plantas de hace 2.500 años que están excavando en la provincia de Badajoz. Por un lado, han encontrado 27 fragmentos de una gran columna, de 60 centímetros de diámetro, hecha de mármol procedente de la otra punta del Mediterráneo, la isla del Proconeso, en el mar de Mármara, al norte de la actual Turquía. Un mármol blanco que se utilizaba principalmente en el ámbito griego hasta varios siglos después, ya en época romana. Además, los investigadores han localizado un pozo de acceso a una atarjea, un canal de conducción del agua del que ya han desenterrado unos 40 metros, con tramos de hasta un metro de altura, que muestra unas capacidades de ingeniería hidráulica que ya tuvieron que desplegar en el inicio de la construcción.

Así lo explican los directores del proyecto, Esther Rodríguez y Sebastián Celestino, del Instituto de Arqueología del CSIC con sede en Mérida, que este viernes han presentado los resultados de la séptima campaña de excavaciones de un yacimiento que está reescribiendo buena parte de lo que sabía hasta ahora sobre Tarteso, la civilización que ocupó el suroeste de la península Ibérica entre los siglos IX y V antes de Cristo, cuando desapareció de forma tan abrupta como enigmática. La excavación se enmarca dentro del proyecto Construyendo Tarteso, del Ministerio de Ciencia.

Con respecto al pozo y la atarjea, los especialistas aún están a la espera de más información y futuros hallazgos para aventurar su posible uso, si era un desagüe o tal vez un acceso de agua. Sobre la columna, Rodríguez explica: “Hemos encontrado algún otro ejemplo de este tipo en la península Ibérica y parecen altares. También hay ejemplos similares en el Mediterráneo, pero está claro que no se trata de una pieza que prolifere”. Además de la belleza y el cuidado de la talla, con las marcas de las distintas herramientas que se usaron —por ejemplo, hay agujeros de compás— y la policromía que aún conserva —azul egipcio y rojo—, la arqueóloga destaca la importancia de espacio concreto en el que lo han encontrado: “Está rodeada de cerámica ática, lo que nos permite fechar con exactitud el contexto, así como los objetos de bronce, caso de botones o broches de cinturón de tipología tartésica”.
Se trata de la segunda vez que se documenta en el Turuñuelo presencia de mármol griego en la península Ibérica anterior al Imperio Romano; en 2018 desenterraron los pies de una estatua que también conservaba su policromía: azul egipcio en el pedestal y rojo en los pies y las uñas. Sin embargo, si en aquella ocasión los análisis localizaron el origen de la piedra en el monte Pentélico —el mismo del que salió el mármol con el que se construyó el Partenón en Atenas—, el de la recién descubierta columna llegó desde mucho más lejos, la isla del Proconeso, en el mar de Mármara. Una zona sorprendente, además, porque el uso de ese mármol está documentado sobre todo en el ámbito local hasta mucho después de la desaparición de Tarteso, esto es, en torno a los siglos I y II, cuando sus importaciones se multiplicaron por el entusiasmo con el que se usó, sobre todo, en época del emperador Adriano. Sebastián Celestino recuerda que del Proconeso salió, por ejemplo, el mármol con el que se construyeron dos de las llamadas siete maravillas del mundo antiguo: el templo de Artemisa en Éfeso (del siglo VI antes de Cristo), considerado el primer templo de mármol de Grecia; y el Mausoleo de Halicarnaso (siglo IV-III a.C.).
Los 27 fragmentos de la columna empezaron a aparecer en una de las estancias del Turuñuelo por la base y tardaron varias semanas en terminar de asomar a muy distintas profundidades. Hay que tener en cuenta que el interior del edificio y todo su contenido fue destruido a conciencia en una especie de ritual —que incluyó el sacrificio de decenas de valiosos animales—, tras el que se incendió todo el conjunto y finalmente se cubrió de arcilla. Las razones por las que ocurrió todo eso están por determinar, pero los investigadores están cada vez más convencidos de que el edificio era un gran centro de poder político, aunque este y el religioso estaban absolutamente mezclados en esta época, destaca Rodríguez. Por eso es perfectamente plausible al mismo tiempo que la columna, cuyos restos se han encontrado muy cerca de donde aparecieron hace cinco años los huesos de un humano adulto, pudieran ser un altar. “Es posible, también que los materiales se hubieran resignificado y tuvieran aquí un elemento de prestigio”, señala Rodríguez.
Lo que parece claro es que transportar desde los confines de la antigua Grecia algo tan voluminoso —algunos de los fragmentos pesan tanto que no han podido manipularlos a pulso para ver dónde encajan exactamente— requiere no solo el dinero, sino la capacidad organizativa para hacer algo así. De hecho, la excavación del Turuñuelo está cimentando a cada paso la convicción de que la cultura tartésica no solo tenía entidad propia, sino también un gran poderío económico y social.
Los restos de una hecatombe de tamaño comparable a los holocaustos religiosos descritos en el Antiguo Testamento y la Ilíada, una tablilla con un abecedario paleohispánico o las primeras esculturas tartésicas halladas hasta la fecha son probablemente la parte más espectacular de sus hallazgos. Unos descubrimientos que llevan algo más de una década arrojando luz sobre una cultura cuya escasez de vestigios materiales y abundancia de referencias literarias ha abierto tradicionalmente la puerta a completar con mucha imaginación las lagunas que dejaba la ciencia. Y eso está ocurriendo desde Badajoz, es decir, desde la periferia de Tarteso, adonde se produjo en torno al siglo VI antes de nuestra era una gran oleada migratoria procedente de su núcleo central, localizado entre lo que hoy es Huelva, Sevilla y Cádiz.

En esta séptima campaña de excavación del Turuñuelo —sufragada por la Junta de Extremadura a través de la Secretaría General de Ciencia, Innovación y Tecnología, con la colaboración de la Diputación de Badajoz—, los arqueólogos destacan asimismo que han vuelto a aparecer numerosos fragmentos de bronce, incluidos un torno de alfarero y un jarro completos. También, un misterioso conjunto de piezas que no terminan de identificar: “Hay herrajes de alguna estructura, hay cubos, hay cilindros… No habíamos visto nunca nada así. Trabajamos con la hipótesis de que pueda ser algún tipo de mecanismo, pero sabremos algo más cuando lo limpien y separen, ya que algunas de las piezas estaban fundidas por el incendio que se destruyó todo el edificio”, explica Rodríguez sobre los trabajos que van a hacer los especialistas del Servicio de Conservación, Restauración y Estudios Científicos del Patrimonio Arqueológico de la Universidad Autónoma de Madrid.
Por otra parte, también sigue engordando el enorme elenco de material cerámico que acumulan en el yacimiento; la arcilla con la que se recubrió el edificio después del incendio ha ejercido como una especie de urna protectora que ha conservado los materiales de su interior de forma asombrosa durante 25 siglos. Este año, por ejemplo, han excavado un horno de la Primera Edad del Hierro: “Tenía dentro un tonelete, una especie de barril con dos asas, pensado para que los burros puedan transportarlo en las alforjas”, explica Rodríguez.
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