¡Arriba Radical!: la última Fiesta Naranja cierra un capítulo de la historia del ‘bakalao’
La mítica discoteca inaugura el verano con la sesión que desde hace 25 años reclama el espíritu de la música electrónica del extrarradio

A las 19.00 de la tarde, David y Yaily, de 34 y 23 años, ocupan los asientos del reservado al lado de la mesa de los DJ. Han pagado mil euros por estar en este lugar privilegiado. “Y no me hagas decirte lo que me ha costado la niñera”, dice él mientras presume de dos tatuajes: una bola con pinchos en la mano y una calavera mordiendo una rosa en la espalda. Son los dos símbolos de la discoteca Radical. La noche del sábado, uno de los templos de la música bakalao en el sur de Madrid, celebró la última Fiesta Naranja en la Cubierta de Leganés, su sesión más emblemática con la que lleva 25 años inaugurando el verano. “Esto es joderme la vida, como si acabaran con mi juventud. Voy a estar aquí hasta que me echen”, afirma David. Antes, su mujer se subirá a la tarima a bailar. “El año pasado lo hice embarazada”, reconoce Yaily. “Mi hijo se pegó su primera fiesta en la barriga, nació bakala”, remata él.
Para muchas de las más de 5.000 personas que casi completan el aforo este es un momento histórico. Saben que son los últimos que bailarán en la Fiesta Naranja de Radical que a finales de los noventa conectó Madrid con la costa del Levante en una extensión de la Ruta del Bakalao. En las poblaciones del sur de la capital se conoció también como la Ruta Destroy, un circuito de grandes discotecas que reunían cada fin de semana a miles de amantes de este tipo de música que ha tenido tantos nombres como generaciones han pasado por estas salas: bakalao, makina, poky, cantaditas, tecno, electrónica comercial…
Alrededor de estas discotecas se creó un fenómeno social y cultural que llegó a Madrid ya marcado por el cierre de los locales valencianos y el consiguiente estigma de la masificación, las drogas y la violencia que quedó aparejado a la Ruta del Bakalao. La televisión de principios de los 2000 hizo también su parte al terminar de forjar en el imaginario colectivo la cultura del extrarradio como algo marginal. Era sencillo identificar en los chavales vestidos con ropa de Chevignon, Londsale, gorra hacia arriba y complementados con mucho oro un ejemplo de lo chungo.
Las cifras de estos eventos y la historia oral que han ido componiendo quienes años después siguen yendo a fiestas como las de Radical tratan de desmontar la versión oficial que los criminalizó. “Siempre hay algunos notas que se pasan y por esos pocos pagamos todos”, comenta Luis, de 56 años. “No todos venimos a drogarnos, aquí hay buen rollo, es como cuando vas a casa de tu abuela: sientes cariño y ganas de abrazar”, explican Laura y José, un matrimonio de 40 y 43 años de Parla y Getafe que han dejado a sus hijas con quien han podido porque, dicen, esta no se la perdían.
Desde finales de los noventa, la discoteca y sus sesiones se han ido moviendo por Alcalá de Henares, Pinto, Rielves y Torrijos por distintas circunstancias, muchas de ellas vinculadas a sus primeros promotores y sus constantes problemas con la justicia.
El paso del tiempo les ha ayudado a reclamar cierto respeto. La Fiesta Naranja cierra 25 años después, tal y como empezó, recuerda DJ Marta, que este sábado, como en las últimas décadas, es la única mujer en el cartel: “Esta fiesta reventó desde el principio”. La expresión no es una exageración, los aforos no se solían controlar como en la actualidad y los locales podían meter hasta 15.000 personas cada noche.
Los promotores, los DJ y el público que han formado parte del fenómeno Naranja no niegan que en esta fiesta se consumieran drogas o que en un momento de inicios de 2000, la entrada de cabezas rapadas les aguara alguna noche. Pero en su recuerdo permanece lo que David de Radical, su primer y principal speaker (el que anima la fiesta con el micrófono desde la cabina), denomina “un sentimiento”. Es algo así como la convicción de haber pertenecido a “una familia” o “un acontecimiento”, dos de las palabras más repetidas. “A todos estos los conocí en el párquing de Radical”, recuerda Pablo, de 40 años, al lado de su colega Javi, más conocido como Muro, de 43, que se ha venido desde Valladolid.
Con el inicio del verano, el templo de la música bakala convocaba a sus fieles, les hacía vestirse de naranja, reunía a sus mejores DJ y organizaba una celebración de más de 12 horas en las que mezcla gogós, streapers, zancudos, lanzallamas, se podía hacer puenting, afeitarse en el pelo el símbolo de la calavera y la rosa, presumían de tener “el mayor megatrón del mundo”… y terminar comiendo paella a las seis de la mañana. “Era como ir a uno de los grandes festivales de ahora, como Tomorrowland o el Ultra Music Festival”, cuenta Israel Gusano, de 35 años, de su primera vez con 16. “Era el lugar para ver a los DJ del momento: DJ Marta, DJ Napo, Christian Millán, Juandy… como si fuéramos a ver David Guetta”.
Gusano y sus amigos, todos menores de edad en aquel momento, criados en Alcalá de Henares, la primera sede de Radical, coincidencia que se convirtió entre algunos en un orgullo, se organizaban para comprar entradas en el centro de Madrid. “Todavía la conservo. Tengo hasta la pulsera y el ticket del autobús que salía, si no recuerdo mal, a las 17.00”, relata. La noche anterior, dice, le costaba dormir. El sábado era su día grande, tenía que peinarse, afeitarse, ponerse la camiseta naranja. “No se me olvidará nunca que Israel fue con un rosario y yo creo que no debe saberse ni un padre nuestro”, dice su amigo Alejandro Martínez, de 34 años, que aquel día de 2007 iba en el mismo autobús con destino a la Fiesta Naranja.
Las pulsaciones de estos chavales comenzaban a subir incluso antes de bajarse del bus. “Fui el primero en ver Radical desde la ventana y grité: ‘Hostia, está aquí, ya estamos’. La gente empezó a aplaudir, a venirse arriba, a hacer cánticos, a gritar. Era como estar con la afición, con los tuyos. Me bajé y la emoción fue increíble al ver el Templo Naranja”, recuerda Gusano. En aquel momento, eso que llama el Templo Naranja era una ciudad teñida de ese color. Las cifras son complicadas de contrastar por el paso de los años, el cambio de moneda y la imposibilidad de contactar con los primeros promotores, pero una sesión que era capaz de simular casi el despliegue de un festival en una sola noche daba grandes beneficios que se multiplicaban con la venta de discos de cada fiesta.

Ahora, explica Mario del Pino, de 2M Group, actuales promotores con DJ Marta de los eventos de Radical, sigue siendo un buen negocio, pero la competencia desde el final del confinamiento con la explosión de festivales y otras citas musicales es voraz. Esta es una de las razones por las que el 8 de junio, a las seis de la mañana, la Fiesta Naranja cerró para siempre. “Tenemos que luchar contra todos”, dice la DJ en referencia a los festivales clásicos del verano, pero también los de reguetón, electrónica y aquellos que explotan la materia prima con la que trabaja: el remember del bakalao.
Varias generaciones
“También hay que tener en cuenta la edad de los asistentes”, continúa Del Pino. En estas sesiones se juntan jóvenes de 20 años y adultos de más de 40, los primeros radicaleros. “Entre las 18.00 y las 00.00 pinchamos lo más antiguo, el remember de Radical que abarca desde los noventa hasta el 2010. Una música que le gusta a la gente más mayor que ya solo sale por la tarde”, explica DJ Marta. “Y luego metemos caña con música más bailable, más rápida y divertida que atrae a los jóvenes”. David de Radical lo resume: “Los jóvenes reclaman mucha zapatilla”.
En el año 99, cuando David, ahora de 52 años —“Si no me quito la gorra, parece que tengo 35”, se ríe— se metió por primera vez en la cabina de DJ Marta y otros de sus amigos, cogió el micro y empezó a animar a la gente. “Nosotros somos los bakalas clásicos”, dice el speaker, “llevamos 25 años viviendo de esta música, reinventándola en momentos muy difíciles como en 2010, cuando entró con fuerza el reguetón. Por suerte, la música latina está bajando un poco y lo que nosotros hacemos vuelve a gustar”. Su amiga apunta: “Una cosa es que haya resurgido, pero de moda no está, lo que pasa es que no ha llegado una música que le guste tanto a la gente joven: es cantadita, comercial, muy fiestera, bailable… El reguetón sirve más para ligar y, por ejemplo, aunque el house lo intentó, no sustituyó a esta música”.
En la Fiesta Naranja se adaptan a los tiempos, pero siempre parten de los mismos temas. No son refractarios a las tendencias, pero quienes acuden a esta sesión saben que sonará: You and Me, de Orion too feat Caitlin; Flying Free, de Marian Dacal; Take Me, de La Luna; Fly On The Wings Of Love, de Annia; Memories, de Netzwerk. El momento cumbre llegará cuando se escuchen los primeros acordes de Promise, de Milk Inc y miles de personas se pongan de rodillas para después saltar al grito de “Arriba Radical” de David.
Parkineo
Emilio Sánchez, de 35 años, del grupo de amigos de Gusano y Martínez, recuerda que el ritual empezaba en el párquing con el botellón. La previa de la Fiesta Naranja, como la de la mayoría de estas sesiones en las grandes discotecas del sur de Madrid, empezaba alrededor de los maleteros abiertos de los coches. “Ahí bebíamos, hacíamos barbacoa, bailábamos al ritmo de la música que sonaba dentro”, recuerda Mario del Pino, que además de actual promotor fue un cliente fiel de Radical. “He llegado a entrar solo una hora a la discoteca”.
En los 2000, el párquing sonaba como en el interior de la sala a través de una radio pagada por la organización. Ahora, ya no solo no existe esa emisora, sino que los controles policiales se han multiplicado, hay una parada de metro en la puerta de la Cubierta de Leganés, varios servicios de transporte, incluidos los VTC, “y mucha más conciencia”, dice Del Pino. Hay una parte de la cultura del parkineo que se ha perdido con el paso de los años.
“Siento pena, pero estaría más preocupado si se acabara Radical, por ahora solo es la Fiesta Naranja”, dice Luis. “Aún no me creo que sea la última, espero que nos den una sorpresa”, confían Pablo y Muro. “Nos queda esta noche para disfrutar de la música y de lo que siempre decimos los radicaleros: miles de corazones y un solo latir”.
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