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Leónidas sin taparrabos: ¡esto es Esparta!, pero la de verdad

El historiador César Fornis reúne en un completísimo y ameno ensayo que desmonta tópicos y clichés todo el conocimiento actual sobre la famosa ciudad-Estado griega

Estatua de Leónidas.
Jacinto Antón

La idea que tenemos de Esparta y los espartanos está muy mediatizada y distorsionada por la leyenda, la cultura popular —cuya plasmación más nociva ha sido la película 300— y una tradición historiográfica moralizante, para lo bueno y para lo malo, que ha llevado a que regímenes totalitarios como el nazi se identificaran con la famosa ciudad Estado griega y sus ciudadanos. Muchos de los tópicos, clichés y exageraciones sobre Esparta están tan arraigados que a menudo no sabemos ni que lo son. Ahora, el catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Sevilla César Fornis (Madrid, 58 años), que lleva un cuarto de siglo investigando el tema, sobre el que ya ha producido una copiosa bibliografía, publica un ensayo que viene a ser el compendio de sus estudios y un soberbio estado de la cuestión del asunto espartano: Esparta, ciudad de la virtud y de la guerra (La Esfera de los Libros, 2025).

Se trata de un libro de 680 páginas, 200 de ellas de apéndices, notas y bibliografía (desgraciadamente no índices), que repasan la historia completa de Esparta (o Lacedemonia, como la conocían los griegos) desde su génesis en el siglo VIII antes de Cristo como polis o ciudad-Estado hasta su declive, con la pérdida de su independencia a comienzos del siglo II a. C. y la conquista romana de Grecia. El ensayo aborda asimismo la sociedad espartana, sus aspectos religiosos —se veneraba especialmente a dioses inclinados a la guerra como Atenea políada o Afrodita Area (de Ares), a Apolo, a Artemis Ortia, a los Dióscuros, incluso había un santuario al Miedo (de los otros)—, y sus ceremonias como las Carneas, las Gimnopedias y las Jacintias (dedicadas a Jacinto, ese hermoso efebo malogrado), además de un interesante rito de flagelación que culminaba con un procesión de falos. Fornis trata asimismo la arquitectura y la producción artística (nada desdeñable pese a lo que se cree habitualmente), la huella de Esparta y su mito en la antigüedad y la modernidad, y los descubrimientos recientes de la arqueología.

Estatua de bronce dedicada al rey Leónidas situada en las Termópilas, unos 200 kilómetros al norte de Atenas.

Espacio fundamental recibe la construcción (y el progresivo y laborioso desmontaje desde la ciencia, al que se abona el propio libro) del “mirage (espejismo) spartiate”, como se denomina al constructo del mito espartano o espartiata que se ha ido haciendo, desde las fuentes clásicas (Plutarco, tan colorista) hasta, podríamos considerar, la película 300. “En ciertos aspectos de la realidad espartana puede hablarse de un auténtico proceso de invención del pasado puesto al servicio de propósitos políticos contemporáneos”, señala Fornis.

Para el historiador madrileño, autor de la previa e iluminadora El mito de Esparta, un itinerario por la cultura occidental (Alianza, 2019), la película de Zack Snyder de 2006 con Gerard Butler, adaptación del cómic de Frank Miller sobre la batalla de las Termópilas, ha sido un ladrillo más en la construcción de una imagen distorsionada de los espartanos, que no serían esa hueste de brutales culturistas saturados de anabolizantes y en taparrabos que muestra la película. Parafraseando una escena icónica del filme (el lanzamiento a un pozo de los enviados persas al grito de “¡esto es Esparta!”), esto, lo que muestra el libro, sí que lo es de verdad.

Desmontar la leyenda no quiere decir menos emoción: César Fornis nos guía por un recorrido apasionante de siete siglos en el que hay batallas (Termópilas, Egospótamos, Mantinea, Nemea, Tanagra, Leuctra), héroes (y cobardes, los infames trésantes, los temblorosos, los supervivientes), personajes tan interesantes como el enloquecido Cleómenes, el complejo Lisandro, Agesilao el cojo, amante del anterior; Clearco…), intrigas, traiciones, sexo, y multitud de hechos sorprendentes. Dominándolo todo, la imagen de los guerreros espartanos, los duros hoplitas —“desde luego no en taparrabos”— de largas cabelleras revestidos con sus corazas y envueltos en sus capas rojas, “el muro de bronce y púrpura” que era el ejército de Esparta o Lacedemonia (de ahí la letra lambda, Λ, la inicial de lacedemonios, que figuraba en sus escudos). Esa capa característica, la stolè phoinikís (una de las delicias del libro es el constante uso de los sonoros términos griegos originales) tanto servía para infundir miedo a los enemigos como para disimular las heridas recibidas.

Un fotograma de 'El león de Esparta' (1961).

“Nos ha llegado a través del discurso histórico la visión de una sociedad militarista, austera y lacónica (término que viene precisamente del otro nombre por el que los romanos conocían al territorio de Esparta, Laconia), pero a menudo se ha perdido en el camino un concepto básico, que es el de la virtud”, señala Fornis, que apunta que Esparta no solo ha significado orden y disciplina sino también la democracia original, donde el interés personal, y la gloria individual, se subordinaba al bien común, mientras que el espartano ha encarnado al ciudadano por excelencia.

Es cierto, matiza, que se trata de una democracia y una ciudadanía que no son las nuestras, que provienen en realidad de la Revolución francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, y que la democracia espartana estaba basada en la explotación de los hilotas (Fornis lo prefiere a ilotas), los vecinos mesenios conquistados y convertidos en siervos del Estado espartano (y no particulares), pero el resto de polis griegas no eran menos esclavistas. “Se construyen relatos y unos prevalecen y otros se pierden, en nuestro caso se ha impuesto el legado ateniense mientras que el espartano se ha ido perdiendo”.

“No habría habido Stalingrado sin las Termópilas”

El historiador recuerda cómo sin embargo Esparta fue el modelo de la Roma más antigua con sus nociones de virtud cívica y austeridad (tras la conquista de Grecia, los romanos convirtieron Esparta en una suerte de parque temático), y esa obsesión por no corromperse que llevó al Estado espartiata a cerrarse sobre sí mismo como una hermética Corea del Norte de la Antigüedad, como se ha dicho, aunque Fornis advierte contra la aplicación anacrónica a Esparta de conceptos como “Estado totalitario”.

Hitler y los nazis, recuerda, se miraron en el espejo deformado de esa Esparta estereotipada en la que quisieron ver el modelo de su elitismo militar (las SS), su política eugenésica, su guerra contra una amenaza del Este y un imperio “asiático”, o incluso la práctica de no retroceder y resistir a toda costa, sacrificándose en una “bella muerte” (kalòs thánatos). “Para Esparta la muerte no es morir, sino la huida”, decía un epigrama romano.

“No habría habido Stalingrado sin las Termópilas”, acuerda el estudioso, que recuerda que Hitler en el búnker del Berlín sitiado tomaba “el caldo negro de los lacedemonios”, la comida de supervivencia de los hoplitas. En cambio, Gran Bretaña, apunta Fornis, ha sido siempre más de la talasocracia ateniense, “la ballena”. Es cierto que Esparta, “el elefante”, fue más una potencia continental que desdeñó la flota. Como también la caballería, cosa de cobardes, decían; lo suyo era la recia y segura falange hoplítica, la fiel infantería de toda la vida, infantería pesada: 32 kilos de panoplia de bronce, “eran como tanques”.

El actor Gerald Butler (Leónidas en '300'), con la antorcha olímpica el pasado marzo en Esparta.

El estudioso explica que un profesor de historia clásica estadounidense al que le gustaban las clases prácticas hizo que sus alumnos cargaran el equipo de combate espartano y se los llevó al desierto, donde cayeron como moscas. ¿Cómo debía ser una batalla entonces? “Matabas o te mataban, sangre, sudor, orina, ruido, aunque el hoplita dentro de su casco estaba poco menos que sordo; la disciplina, la coordinación y el entrenamiento eran esenciales, y eso hizo mucho tiempo imbatibles a los espartanos”.

Fornis explica que los espartanos mantuvieron un régimen represivo en el interior por el constante miedo a la revuelta de los hilotas a los que era esencial mantener sometidos. Otra obsesión que caracterizó a Esparta y que condiciona y explica toda su historia a través de los siglos, recalca el autor, es el número angustiosamente decreciente de espartanos varones con plenos derechos políticos y que formaban el núcleo del ejército, los hómoioi, los iguales.

El fenómeno se conoce con el nombre de oliganthropía, “escasez de hombres”, y explica por qué el ejército espartano no mantuvo sus altos estándares combativos y su predominancia militar en Grecia. “La fata de soldados de élite es patente en la historia: de 9.000 espartiatas en las guerras contra los persas, un 50 % del ejército de Esparta, a solo 700, un 39%, en la batalla de Leuctra en el 371 a. de C.; el núcleo heavy de su ejército fue mermando”.

¿Eran tan rudos? ¿Cómo los Navy Seal? “Se preparaban muy bien, con mucha dureza, la de Esparta es una cultura agonística, y que siempre buscaba la excelencia militar, siempre querían ser los mejores, incluso practicando la duplicidad y el engaño. Pero la médula espartiata, la élite de los hoplitas, fue haciéndose cada vez más pequeña en su ejército, en el que, hay que recordar, había también otros peloponesios aliados o subyugados, además de periecos (espartanos de segunda, sin derechos políticos), y siervos (hilotas), y eso causó el final de su preponderancia. Antes de caer finalmente ante los tebanos de Epaminondas y el Batallón sagrado en Leuctra, hubo otras derrotas, pero no fueron en combates hoplíticos clásicos, falange contra falange en campo abierto, ahí eran generalmente imbatibles, una impresionante máquina de guerra de músculo y bronce. Hay que recordar también que eran no profesionales en el sentido moderno pero sí combatientes especializados, mientras otros ejércitos griegos —Jenofonte consideraba que todos los demás eran “aficionados”— se desmovilizaban, ellos seguían entrenando”. Por preguntar a lo Philomena Cunk, ¿era la célebre contramarcha espartana un método anticonceptivo lacedemonio? “No”, ríe con ganas el historiador, “era un espectacular movimiento de cambio de frente de la falange que solo estaba a su alcance realizarlo; si lo hacías mal se perdía la cohesión y estabas perdido; en Coronea la bordaron”.

<i>Jóvenes espartanas desafiando a sus compañeros</i>, de 1860. Óleo sobre lienzo de Edgar Degas.

Entre las sorpresas que aporta Fornis, el que la mujer estuviera más empoderada en Esparta que en Atenas, donde no podían salir a la calle. “De hecho, las espartanas podían poseer tierras y heredar, aunque no tuvieran poder político, y la libertad de sus muchachas escandalizaba a los otros griegos. Las espartanas, a las que, un poco excesivamente, puso como ejemplo feminista Simone de Beauvoir en El segundo sexo, recibían educación, Platón señaló su formación filosófica, y participaban en ceremonias religiosas y en juegos atléticos”. Tenían fama de promiscuas. “Sí, y de bellas, empezando por Helena de Troya, que no lo olvidemos era espartana. Eurípides decía que es improbable que sea casta una doncella con los muslos al aire, phainomérides, que enseñan los muslos, como las espartanas”.

Fornis añade que las espartanas ejercían además una cierta supervisión moral sobre los hombres, como muestran los ejemplos de las esposas o madres que examinaban los cuerpos de sus familiares caídos en busca de heridas infamantes (en la espalda, prueba de que huían) o exigían que volvieran con el escudo o encima de él (muertos), como aparece en la célebre frase: “O con esto o sobre esto”.

Sorprende que los espartanos pactaran con los persas en varias ocasiones, que medizaran (medos=persas), como se dice. “No sabían navegar y ¿de dónde iban a sacar naves para enfrentarse a Atenas?: de los persas, del oro del Gran Rey. Tenían su propia hoja de ruta, ceñida generalmente al Peloponeso y no les importaba tanto la soberanía persa sobre los griegos del Asia Menor, por ejemplo”. Curiosamente, su tradicional aislacionismo no les impidió una época intervenir en Egipto…

Hoplita griego herido por una flecha persa en el friso del monumento a la batalla en las Termópilas.

Esparta parece haber tenido una obsesión real con el número 300. Fornis ríe. “Es cierto. Encontramos a menudo esa cantidad, es muy simbólica, responde al número de guerreros, cien, que aportaba cada una de las tres tribus dorias que según el mito están en el origen de Esparta. El número se repite —es el de la guardia de los reyes espartanos— y alude al mantenimiento de una organización tribal. Esparta era un Estado arcaizante, que parecía detenido en el tiempo (aunque por supuesto no lo estaba, evolucionaba poco pero evolucionaba), y esas cosas gustaban”.

¿Qué hay que decir de aquel last stand de las Termópilas, esencia del mito espartano? “Napoleón al ver el primer boceto de David del cuadro de Leónidas en el paso le preguntó que por qué pintar a un grupo de perdedores. Es verdad que los persas pasaron, pero esa resistencia a ultranza, la idea de que hay gloria en la derrota, el paradigma de luchar contra fuerzas superiores (aunque el contingente de Leónidas en realidad iba más allá de los 300 y quizá rondaba los cuatro mil griegos según algunas fuentes), ha forjado nuestro imaginario, el bueno y el malo.

“Ven y cógelas”, molòn labé, lo que se supone que contestó desafiante Leónidas a Jerjes cuando le dijeron que entregaran las armas, es el lema de la Asociación del Rifle estadounidense, y la frase se la tatúa mucha gente. En el fondo, lo que hicieron Leónidas y los suyos, aunque no sabemos si se consideraban una avanzadilla e incluso creían que podrían conservar el desfiladero, es lo que se espera de un soldado: combatir y aguantar. Luego todos los países han tenido sus propias termópilas”.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.
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