‘Ciudad sin sueño’: la Cañada Real grita orgullosa y se muestra en el festival de Cannes
Por segunda vez Guillermo Galoe lleva el mayor asentamiento irregular de Europa al festival francés en un largometraje que amplía el corto que presentó en 2023


El viaje ha llegado a buen puerto. Hace una década, Guillermo Galoe (Madrid, 39 años) empezó a visitar la Cañada Real, el barrio madrileño considerado el mayor asentamiento irregular de Europa: 8.000 personas que viven a ambos lados de una antigua vía pecuaria de 16 kilómetros, a muy pocos minutos en coche del centro de Madrid. En concreto, iba al Sector 6, el situado más al sur, entre la carretera de Valencia y la linde con Getafe. Comenzó a hacer talleres de cine a la vez que recogía su primer premio Goya, el de mejor largo documental, Frágil equilibrio, en 2017. “Yo no saqué la cámara para filmarles hasta pasados los dos primeros años, porque una cámara provoca un acto violento, el de ponerla ante alguien, y conlleva una dinámica de poder tremenda”, recuerda en Cannes.
Empezó a grabar, rodó un corto, Aunque es de noche (2023), que concursó en la Competición de Cannes y ganó el Goya de su categoría. Y siguió. “Había, tenía un largometraje”, recuerda. Por ello, se mantuvo en la Cañada, con su gente (“He estado allí todas las semanas, con las renuncias que eso conlleva”), y esos vecinos son quienes más disfrutaron, este lunes, al acompañar en Cannes el estreno de Ciudad sin sueño en la Semana de la Crítica. “Y la idea es, de alguna manera, permanecer allí”. Algunos de los protagonistas, por esa alimentación del corto al largo, pasean por segunda vez por Cannes. No les atenderán en la presidencia de la Comunidad de Madrid, pero en este certamen les ven, en pantalla, y les quieren, en la alfombra.
Ciudad sin sueño no es la continuación del cortometraje, sino la expansión y afinación de ese universo, narrado a través de la amistad entre dos adolescentes, Toni y Bilal. Cada uno parece tener los días contados en el asentamiento. El primero, gitano, ve cómo su madre porfía por obtener un piso; el segundo, magrebí, empieza a prepararse para una mudanza al sur de Francia. Mientras, pasan los días grabándose con el móvil, jugando con los filtros para las imágenes. A su alrededor hay droga, pobreza, desesperación. También orgullo, amor por la libertad, valentía y rebeldía a los esquemas preestablecidos. “Decidimos hacer una película con su comunidad, no sobre esa comunidad”, reflexiona Galoe.

En pantalla, esa comunión con los habitantes del asentamiento, que sigue sin electricidad desde hace años, ha permitido impresionantes tomas de cámara, y una profundidad de campo en la que se asoman metros y metros de vida. Todo sabe a verdad porque todo es verdad. “Todo nos ha nutrido”, confirma el cineasta. “Me di cuenta de hasta dónde habíamos llegado al rodar el plano secuencia final, que para mí es importantísimo. La furgoneta avanza por esa calle en línea recta, como si fuera un territorio del far west. Hemos logrado mezclar partes más cinematográficas, con tomas de cámara circulares, con esa vida extracinematográfica que se suma con los animales o los derribos".

A Galoe le corroía un reto: “Quería estar a la altura del espacio”. Y de sus habitantes: “Muchos luchan por mantener y mejorar la Cañada Real. Por eso voy a lo íntimo. Lo sociopolítico está, pero la prioridad son los personajes”, una mezcla de actores que se iniciaron en la interpretación con el corto, con otros vecinos que se han subido al viaje.
¿Qué pasará con la Cañada Real en el futuro? ¿Y con sus habitantes? “Yo no tengo respuestas, y sí muchas preguntas que aparecen en pantalla. Es interesante darse cuenta, por ejemplo, que quienes son realojados en pisos acaban atrapados en el neocapitalismo, que nos mantiene en celdas donde hay una nevera, un microondas, un horno... Se multiplican el consumo, las necesidades. Un personaje lo apunta: ‘Ahí es donde quieren tenernos controlados’. Es cierto, porque además perpetua el gueto. La historia de la Cañada no es una historia temporal, es una historia eterna: ese poblado que es desmantelado y que desaparece como un fantasma y aparece en otro lado, Con todo, seamos críticos y no románticos. A mí me preocupan esos niños que en la puerta de su casa ven a un tipo consumiendo heroína. Esos niños son nuestros niños también”.

Hay algo más: el racismo. “Claro. Por eso hablo de cuál es la política social realmente acorde a las necesidades de sus habitantes. Pensemos, por ejemplo, en los gitanos, que entre sus rasgos identitarios está la movilidad”. El cineasta para un momento. Y sube su tono: “No olvidemos que han sido discriminados en este país desde hace siglos. Hay un problema intergeneracional que tenemos que encarar y parar”.
El cineasta quiere acabar la entrevista de Ciudad sin sueño, que se estrenará en salas españolas en septiembre, hablando de la comunidad. “Debemos ponernos en el lugar del otro”, arranca. “Y no solo en lo económico. Les falta el suministro eléctrico, el acceso a la cultura. La Cañada ha sido vaciada de muchas necesidades. Y creo que nosotros hemos devuelto algo. Ciudad sin sueño es un hecho colectivo. Por supuesto, hay una apuesta estética, y se nutre de una mirada, la del cineasta, pero también se alimenta de lo que esos dos adolescentes filmaban. De esta manera el público ve cómo miran ellos su mundo y cómo se miran a sí mismos. De repente, la pantalla estalla en colores. Ahí está también la Cañada Real".
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