‘Que la fiesta continúe’: Robert Guédiguian sigue a lo suyo, a lo de siempre
Tal vez sea involuntario en el director francés, como en Ken Loach, intentar adoctrinar, pero siempre me mosqueo ante esa actitud tan popular y extendida

Cuentan que en el voto de confianza y de solidaridad con el que el maravilloso director de El hombre tranquilo, El hombre que mató a Liberty Valance y de tantas películas inmortales defendió a Joseph Mankiewicz —al que perseguía la siniestra jauría de la caza de brujas—, su presentación para identificarse fue escueta y rotunda: “Me llamo John Ford y hago wésterns”. Y me preguntaba cómo responderían el director francés Robert Guédiguian y el inglés Ken Loach si tuvieran que definir su trabajo: “Hacemos cine social“. La filmografía de ambos es muy amplia y posee temática y principios afines. Los dos están obsesionados con el siempre lamentable estado de las cosas, con los perdedores ancestrales y su complicada supervivencia, su defensa del humanismo, la conclusión de que todo va mal para los débiles y los desfavorecidos, pero que estos deben ejercer la resistencia.
Tanto Guédiguian como Loach han realizado películas admirables, en las que el arte va aliado con las buenas intenciones. Y en sus peores momentos pueden rozar el panfleto, abusar del didactismo, ser agotadoramente previsibles. Los dos son inteligentes y sensibles. Y su activismo está convencido, a pesar de las dosis de amargura, de que el cine es un arma cargada de presente y de futuro.
Que la fiesta continúe es la última entrega del autor de algunas películas que me conmovieron moderadamente, como Marius y Jeannette y Las nieves del Kilimanjaro. Aquí retorna a Marsella, su eterna seña de identidad y, como en toda su filmografía, ofrece el protagonismo a su esposa Ariane Ascaride y a su amigo Jean Pierre Darroussin. Guédiguian nunca se ha complicado la vida haciendo el reparto de intérpretes en su cine. Siempre los mismos. O sea, la gente de la familia. Pero el tiempo pasa y todo dios envejece. Bueno, pues los guiones y la temática se ajustan a las arrugas físicas y anímicas que vayan acumulando los personajes.

Guédiguian parte en Que la fiesta continúe de un suceso atrozmente real. Fue el derrumbe de unas casas en Marsella que envió al cementerio a ocho de sus habitantes. En un barrio pobre, como casi siempre. Allí, una mujer a punto de la ancianidad, solidaria con sus vecinos, protectora con sus familias, pero también con miedos e inseguridades, decide que hay que pasar a la acción para intentar mejorar un poco la vida de los desfavorecidos. Se presenta a las elecciones municipales y forma un bloque sólido con la gente de izquierdas, con una vecindad en la que ella es muy popular, en busca de un poder legitimado por las urnas que podría lograr que mejoraran las cosas para los que siempre se han sentido marginales o desahuciados. También nos contará Guédiguian la vida, los anhelos, las frustraciones, la resignación de los amigos, vecinos y familiares de esa mujer. E incluso se inventará una bonita e improbable historia de amor entre esa mujer y un anciano resignado y plácido. Amores tardíos pero con el entusiasmo recuperado.
Y tengo un problema con este director que no engaña a nadie, que siempre es fiel a su universo. Reconozco que hay ternura en su planteamiento y que busca un tono agridulce en lo que narra. Pero es que todos los personajes poseen un tono encantador en medio de sus frustraciones. Tal vez sea involuntario en Guédiguian intentar adoctrinar, pero siempre me mosqueo ante esa actitud tan popular y extendida. El espectador habitual de la obra de Guédiguian sabe lo que espera. Yo la sigo con relativo interés. No me aburro. Y eso es bastante.
Que la fiesta continúe
Dirección: Robert Guédiguian.
Intérpretes: Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin, Lola Naymark.
Género: comedia. Francia, 2024.
Duración: 106 minutos.
Estreno: 25 de julio.
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