‘Madon’ hablaba
¿Por qué se llevó ese perro?, me pregunta. Porque hablaba, le contesto


Ha hecho usted lo correcto, me dice una mujer guardia civil, morena, con ojos negros y mirada penetrante. Me cuesta dejar a Madon en un cuartel. Vaya, qué cadena tan original le ha puesto, comenta la guardia civil. Podría hablar con la familia de Madon, es decir, la familia del perro, pregunto. Sí, claro. Están viniendo. Puede esperarles aquí. Quisiera despedirme de Madon a solas. Si no le importa dejarnos tres minutos. La mujer se sorprende. Pero nos deja. Le digo esto: “Mira, Madon, lo siento. Tienes que volver con los tuyos. Tienes suerte de tener una familia. No todo el mundo la tiene. Alguien te ha echado de menos y te ha buscado, eso es un éxito en la vida de los hombres y no digamos en la vida de los perros”. Siento que Madon quiere decirme algo importante.
Como si una voz me dijera: “Cierra los ojos, ciérralos todo lo que sepas”. Los cierro. Y oigo esto “han sido tres días maravillosos los que hemos estado juntos, me recogiste de la playa, me montaste en tu coche, me invitaste a hamburguesas y a cocacolas, ahora te quedas solo, como siempre has estado, como estoy yo también, volverás a ser el turista enamorado, un ser de leyenda que recorre España repartiendo amor a quien no quiere saber nada de amor, porque el amor ha sido derrotado en este mundo, solo tú y yo estamos enamorados en este universo absurdo, de planetas rotos, de soles en extinción o en nacimiento, de galaxias extinguidas o recién nacidas, adiós turista enamorado, yo te bendigo, ve por los caminos del mundo y recuerda que Madon irá siempre contigo, porque Madon es tu amigo, tu hermano, tu sombra, tu sed, tu angustia, tu dolor, tu rabia y tu alegría, por eso te digo que volveremos a vernos”.
Salgo de la habitación y veo a unos padres con una niña de la mano. Este señor es el que ha cuidado de Cuqui estos días, dice una mujer de unos 40 años. Las dos mujeres, la guardia civil y la madre, hacen un gesto de complicidad. Yo me quedo mirando al padre, que pone cara de darle igual todo esto. Cuida de Cuqui, le digo a la niña. La niña se llama Isabel. No me ve. No me dice ni hola.
Me quedo merodeando por el cuartel de la Guardia Civil de San José. Veo al final salir a Madon al lado de la niña. Lleva otra correa. Responde ya a otro nombre. Lo suben a un coche, pero lo meten en el maletero. Parece que al padre no le hace mucha gracia la reaparición de Madon. Parece que es cosa de la madre. Parece que son las madres quienes siempre se acuerdan de los que se pierden en este mundo. Me acuerdo en este instante de la mía, de mi madre.
Cuando enciendo el motor de mi Opel Manta, alguien golpea el cristal de la ventanilla. Es la mujer guardia civil. Bajo la ventanilla. Veo ahora su melena negra. Le invito a cenar, me dice la mujer. Me ha caído usted bien y me tiene intrigada. Acepto, y nos vamos a un sitio en mitad del desierto del Cabo de Gata. Allí hay un recóndito restaurante. Cenamos pulpo a la brasa. ¿Por qué se llevó ese perro?, me pregunta. Porque hablaba, le contesto.
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