Vodka en gravedad cero

El espacio exterior es ese lugar en el que nadie puede oír tus gritos y donde ningún comisario político puede pillarte tomando un chupito de vodka en gravedad cero. Por lo menos, así lo subraya esta crónica épica de la misión espacial Soyuz T-13, lanzada para reparar la estación orbital Salyut-7 después de que esta hubiese perdido toda comunicación con la base terrestre. Como si la carrera espacial siguiera desarrollándose, desencajada y sin sincronía, en el ámbito de la gran pantalla, Salyut-7: héroes en el espacio de Klim Shipenko llega como la respuesta singularmente tardía al Apolo 13 (1995) de Ron Howard, con ecos incorporados de ese virtuosismo técnico que Gravity (2013) de Alfonso Cuarón puso al servicio de su imaginario hiperrealista.

A la película de Shipenko no le sientan demasiado bien ni la naturaleza intrusiva de una banda sonora con periódica tendencia al subrayado, ni esos picos enfáticos que amplifican el dramatismo de alguna situación recurriendo a la imagen ralentizada, pero, en su relato, logra armonizar claridad narrativa y sentido del espectáculo, al tiempo que fija un imaginario, burocrático y austero, que contrasta visiblemente con el modo en que Estados Unidos ha intentado forjar, a través del cine, su propia mitología aeroespacial.

Los cosmonautas Fedorov y Alekhin, contrafiguras de los reales Vladimir Dzhanibekov y Viktor Savinykh, no son precisamente cowboys del espacio, sino dos tipos comunes, deslumbrados por la magnificencia del espacio, que accederán al heroísmo por una cuestión de decencia personal, inapreciable para los radares del espíritu patriótico.