Sonría a la cámara
No es fácil recuperar la normalidad de la calle después de haber asistido a la adaptación dramatúrgica de 1984 en el Playhouse de Londres, entre otras razones porque las cámaras que nos escrutan partes en la rutina ciudadana también forman parte del sistema de vigilancia del propio teatro.
Se diría que la función no ha terminado. Y que las visiones y premoniciones de Orwell en su claustrofóbica distopía se han verificado a costa de la restricción de las libertades y del estado protector que convierte al ciudadano en sospechoso o en niño. Y que lo angustia de tanto pretender defenderlo. Y que lo constriñe a capitular de su espacio natural con el pretexto de que puede urdirse un atentado a la vuelta de la esquina.
Orwell no hacía otra cosa que exhumar la filosofía utilitarista de Jeremy Bentham, cuya idea de la arquitectura panóptica como sistema de vigilancia carcelario -los presos no sabían que estaban siendo observados- se antoja una alegoría de la sociedad monitorizada en que nos encontramos.
La actualidad de 1984 concierne a cuestiones tan contemporáneas como la reescritura del pasado. Como el uso anestésico del lenguaje en sus eufemismos y su adoctrinamiento. Como en la concepción de una sociedad delatora en la mirilla ubicua del Gran Hermano. Las cámaras nos rodean, pero también las llevamos con nosotros en nuestros teléfonos móviles. Más o menos como si nuestra existencia dependiera de ellas. O como si fuera necesario un correlato tecnológico.
Un millón de cámaras se han instalado en Reino Unido para “procesar” en el plasma la vida misma, pero la ambición de controlar a la ciudadanía se ha malogrado por la hipertrofia misma del sistema. No hay manera de tramitar tantísimas imágenes. Y estas últimas solo han contribuido a resolver el 3% de los delitos. Un porcentaje bajísimo en comparación al esfuerzo presupuestario y al costosísimo debate subyacente sobre la restricción de la libertad, la violación de la intimidad y la repercusión de la mirada omniscente en una sociedad ansiosa y sugestionada, cuando no histérica.
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