El cine de lo inhumano
Las recientes tragedias en el Mediterráneo vistas en los medios inauguran un tiempo de la muerte en vivo
Hace tiempo que el mundo dejó de ser un superteatro (“el gran teatro del mundo”) para ser cine. La diferencia elemental radica en haber pasado de tres a dos dimensiones lo que, a primera vista, representa una rebaja de realidad. La dramaturgia salpica pero el cine se encristala y su base es una pista por donde pasan, fast and furious,los congelados del bien y el mal.
Un caso ilustrativo es el que proporciona el islamismo blindado. Y no ya como un suceso eventual en la gastronomía informativa sino como un género. Abominable si se quiere pero ¿cómo no reconocer su cercanía a los modelos escalofriantes que inventaba en las pasarelas Alexander McQueen?
El terror va aumentando hasta captar la mediografía internacional. Pareció que el violento salafismo yihadista provenía de una tópica creación norteamericana, donde aparecía Bin Laden, malvado y misteriosamente enfermo, en su ataque a las Torres Gemelas.
Sin embargo, a aquel episodio ha seguido una serie que, en Francia, Bélgica, España, Reino Unido o Dinamarca, se despliega de acuerdo al terrorismo de la producción. Se trata, si quiere, de una cinematografía pobre, con cintas baratas del tercer mundo pero en donde la organización Boko Haram y el IE proporcionan los mejores detalles satánicos para la sensación. Centenares de niños masacrados, muerte por millares a los kuffar (infieles y blasfemos) asesinados por fumar o cortarse el pelo.
En este panorama, las medidas de Occidente (no al alcohol, no al tabaco, no a la libre circulación de ciudadanos hambrientos, no a la sagrada intimidad) se suman en un anillo fílmico. El mundo se encara contra la libertad y su pájaro negro devuelve a la intriga del “halcón maltés”.
El vestuario del condenado islamista, vistiendo el mismo naranja que la moda Guantánamo, hace al sentenciado un compinche de la muerte agriada por el mal. ¿Nos hemos hecho pues a esta candente especie dispensada por el cine a nivel mundial? Claro que no, pero asistimos a la muerte de miles de ahogados desprendidos de las balsas o al desplazamiento de millones de seres humanos sin agua (800.000 niños entre ellos) como a los mandatos de los gaids y los munzirs que obedecen a la Shura, un negro concejo de ancianos ávidos de infieles muertos.
Desde el mar Mediterráneo a Nigeria, desde el Chad a Libia, este mundo maloliente y desigual sangra en las pantallas ante el seguro hogar del espectador. No hay mayor prueba de este género fatídico y teatral que la serenidad con la que los escogidos para el degüello inminente presentan como supuestos actores profesionales de la filmación. ¿Sacrificio bíblico? ¿Abraham y Alá?
Los cuerpos que desgarran su cuerpo en la valla de Melilla, Bulgaria, Palestina o Río Bravo recrean los números más temerarios de Le Cirque du Soleil. El espectáculo lo abarca casi todo. Y el espectáculo inhumano que inaugura este tiempo, posee en primacía la potencia de lo real y el formidable morbo de la muerte en vivo. “Muerte en vivo” o paradoja del sufrimiento extremo ofrecido por los medios para constatar que el mundo se mata a sí mismo, cada día, siguiendo, cinematográficamente, los dictámenes del Mal.
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