Martirio canta al alma de Chavela
El disco ‘De un mundo raro’ reúne 10 temas de La Chamana


¿A ti no te pasa que pones a quererse a miles de personas y cuando llegas a casa estás sola?”, le preguntó un día Chavela Vargas a Martirio. “Casi siempre”, respondió la folclórica española.
El último recuerdo que María Isabel Quiñones, Martirio, tiene de La Chamana es de finales de julio del año pasado. La dama del poncho, la que llevaba 93 años cantando a corazón abierto rancheras y boleros, estaba tendida en una cama de la Residencia de Estudiantes de Madrid. Días antes había protagonizado un concierto homenaje con versos de Federico García Lorca, uno de sus últimos deseos cumplidos. Allí, a punto de irse (o de quedarse) para siempre, Chavela le dijo: “Ese árbol que se ve por la ventana está lleno de números, y todos son el seis”. Le dio tiempo a volver a México, la tierra que eligió para vivir y para morir, pero el 6 de agosto ya la despedían las multitudes en la plaza de Garibaldi del DF. “Estaba en paz con la vida y con la muerte, perfectamente preparada para irse, aunque nunca la vi con ganas de irse”, dice Martirio. “Ve y dile a todos que no me iré”, le dijo en su silla de ruedas justo antes de marcharse.
Si echa la vista atrás, el primer recuerdo que tiene de Chavela se remonta a la adolescencia, a la salida del colegio, a la casa de una amiga de Huelva en la que cantaban sus canciones. Desde entonces ha sido para ella como “un oráculo de los sentimientos y las emociones, una sabia”.
Entre esos dos puntos de su memoria pasó una vida con el alma al descubierto que las reencontró muchas veces más entre amigos en Madrid, en conciertos o en su casa de Tepoztlan. Y ahora, a sus casi 60 años, la artista española de la peineta y las gafas de sol le dedica un disco que es como un susurro, una confidencia de despedida y que ha dado en llamar De un mundo raro. Es una selección de 10 canciones (La Llorona, Luz de luna, La noche de mi amor…), cantadas con la sola compañía de una guitarra íntima, la de su hijo Raúl Rodríguez.
“¿Y tú? ¿Por qué no triunfas más?”, le preguntó Chavela en otra ocasión. “Triunfar para mí es seguir haciendo lo que quiero, siempre he buscado la profundidad, he querido andar por caminos sin huellas… Pero la libertad se paga, aunque sea con un precio tan pequeño como el económico. El éxito es conseguir que una persona se emocione cuando cante”, responde ahora Martirio, “en el alambre”.
“En el alambre”, porque, según cuenta su hijo Raúl Rodríguez en su presencia, “el arte ha perdido su valor de uso y solo tiene un valor de cambio, meramente comercial”. Y ahora “ese 21% de IVA que está hundiendo a los artistas”, remacha Martirio, que asegura que últimamente su frase es: “¿Cuánto te ha costado cantar?”.
Este último disco-dedicatoria les llevará con compases flamencos a su ciudad natal, Huelva (el 8 de noviembre), a Barcelona (el 13), a Sevilla (el 16), a Canarias (el 28 y el 29), a Madrid (el 11 de diciembre), a Colombia y en primavera a México y a Argentina, “si Dios quiere”, aunque la religión para Martirio es un asunto complejo, muy animista, en el que hay santos, pero también hay piedras, energías... Pero sin contar con los designios de los dioses, aquí, pisando la tierra, cuando se le pregunta a Martirio qué es lo que ha tenido que hacer ella para sacar este último disco —tras 30 años de carrera sobre los escenarios de medio mundo—, responde sin gafas de sol y fijando la mirada de sus ojos verdes: “El disco lo ha tenido que pagar mi hijo, con eso te lo digo to”.
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