Militarismo infantil
El filme se inspira en una serie de novelas de ciencia ficción a las que se le han esquilmado sus vertientes más complejas


A veces Hollywood, como aquel aspirante a poeta nocturno, simplemente se confunde. Ve una saga de libros con niño y cree que es un filón para críos cuando no es más que una veta para adultos. Justo lo que ha ocurrido con El juego de Ender, inspirada en una serie de novelas de ciencia ficción de Orson Scott Card, a las que se le han esquilmado parte de sus vertientes más complejas para quedarse solo en el forro. Y el forro tiene un peligroso trazo grueso para los pequeños, que igual van al cine pensando en una de aventuras espaciales y se van a encontrar con un manual de militarismo infantil intrascendente en la forma pero trascendente en el fondo. O sea, pura confusión.
EL JUEGO DE ENDER
Dirección: Gavid Hood.
Intérpretes: Asa Butterfield, Harrison Ford, Ben Kingsley, Abigail Breslin, Hailee Steinfeld.
Género: ciencia ficción. EE UU, 2013.
Duración: 114 minutos.
Con determinadas películas protagonizadas por niños, pero utilizados estos como símbolo de una sociedad del futuro de corte distópico, es interesante componer el siguiente ejercicio: pensar en la misma película, con trama y personajes exactos, pero adultos. Si sigue siendo buena, será que la original, la palpable frente a la imaginada, era buena también. Con El juego de Ender, en cambio, ocurre algo paradigmático: la película fehaciente, la de los niños, es mala, pero si la imaginas con adultos, es peor. Sin apenas acción y con una cháchara confusa y plomiza, el clímax ni siquiera lo viven los personajes, que solo parecen manejar un videojuego. Lo que lleva a que sencillamente haya que quedarse con un sucedáneo para críos de la fase de instrucción de La chaqueta metálica, mucho “firmes, descansen, un, dos, un, dos”, sin la complejidad que podría haberse extraído de la historia original.
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