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Tribuna
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Muerte y vida de los pequeños ríos españoles

Los proyectos de renaturalización de riachuelos y arroyos podrían servir como palanca para abordar retos sociales complejos, como la pérdida de lugares compartidos o la falta de políticas de industria

La urbanista estadounidense Jane Jacobs publicó en 1961 el libro Muerte y vida de las grandes ciudades americanas, tan influyente e inspirador. Reivindicaba la importancia de la mezcla de usos (comercial, residencial, industrial), la convivencia de población diversa en lugares públicos, y la concentración de pequeñas empresas en los barrios. Defendía así la vida social de las ciudades, frente a la muerte que trae consigo el crecimiento descontrolado, las grandes carreteras y la segregación de usos y grupos sociales. Hoy, cuando la adaptación al cambio climático y la renaturalización se han convertido en los nuevos paradigmas de intervención urbana, podríamos hacer una analogía con la muerte y vida de los pequeños ríos y arroyos españoles.

En la segunda mitad del siglo XX, el crecimiento de las ciudades trajo consigo muchos cambios. Los ríos pasaron de ser espacios de sociabilidad a ser vertederos sociales fruto de la contaminación de las fábricas, la circulación y aparcamiento de coches y la construcción de viviendas. Este cambio social legitimó las canalizaciones de ríos y arroyos en su tramo por ciudades, que se hicieron sin grandes controversias porque el foco de interés estaba puesto en otro lado. En general, en términos sociales, las canalizaciones no mataron a los ríos, sino que los ríos ya estaban muertos.

¿Cuál es el equivalente actual a la ortodoxia del urbanismo a la que se enfrentaba Jacobs? Los agentes y discursos movilizados en torno al consenso científico del cambio climático están cuestionando las canalizaciones y defendiendo la renaturalización de los ríos y arroyos urbanos. Es decir, quieren recuperar los cauces con elementos naturales y piensan en los ríos como sujetos vivos, como ecosistemas con derechos a los que la ciudad, la sociedad, hace daño. Pero, ¿esta forma de pensar e intervenir está avalada por un cambio social con suficiente fuerza? En nuestras investigaciones sociales estamos viendo que no. Se trata más bien de una minoría activa, defendiendo desde la ecología y el lenguaje técnico-científico unas soluciones (basadas en la naturaleza) que no conectan con necesidades, imaginarios y discursos de la población más precaria o humilde de los municipios.

Se habla mucho de la muerte ecológica de los ríos, pero no de su muerte social. Cada vez hay más propuestas, la mayoría apoyadas por fondos europeos a través de la Fundación Biodiversidad en alianza con ayuntamientos, para recuperar la vida ecológica de los ríos y arroyos, pero no para dar sentido a su vida social. Y sin vida social, estas inversiones y obras sencillamente no interesan a una parte importante de la población (a una mayoría social) que vive preocupada con la incertidumbre que ocasiona el desempleo juvenil o la precariedad laboral, la dificultad de acceder a una vivienda digna, o el vaciamiento de los lugares públicos (calles, ríos, praderas, bosques, equipamientos) y con ello la pérdida de vínculos sociales.

La muerte social de los ríos trae degradación y una percepción de inseguridad. La investigación social cualitativa nos muestra que esta percepción no es sólo o siempre una inseguridad física, ni asociada a la delincuencia y la suciedad, sino más bien o también una inseguridad vital. Se han debilitado tanto las relaciones sociales y la vida en los lugares públicos, que la respuesta es replegarse en el mundo privado, los parques interiores o las viviendas. Esta pérdida de vida social compartida es problemática sobre todo si distorsiona el diagnóstico y la intervención. En muchos casos, la gente reclama policía y limpieza, o segregación, es decir, vivir separados, pero el problema de fondo no se soluciona sin fortalecer la vida en la calle. El vaciamiento de las orillas de los ríos ha llevado a esto: la ruptura de las redes vecinales, el fin de la confianza cultural que permitía gestionar los conflictos cotidianos entre sus protagonistas, la desaparición de los “ojos en la calle” (como decía Jacobs) de comerciantes y vecinas.

Ni la canalización acabó con la vida social de los ríos ni la renaturalización los hará resucitar. Las llamadas “soluciones basadas en la naturaleza” son técnicas de ingeniería que no abordan problemas sociales. Tanto la población de clases sociales populares, como la población migrante, reivindican una aproximación diferente a los proyectos urbanos y ambientales. Estos grupos sociales pueden ser grandes aliados de estos proyectos si se plantean políticas socioeconómicas y participativas que respondan a diferentes problemas locales interrelacionados. Se trata de trabajar a orillas del río para remediar su muerte social, apelando a la sociabilidad de los lugares públicos. Y para ello, es preciso reconocer la función fundamental que cumple el pequeño comercio, las asociaciones de barrio y el emprendimiento local.

Los proyectos de renaturalización podrían servir como palanca para abordar retos sociales complejos, considerando la percepción de inseguridad (o inseguridad vital), la pérdida de lugares compartidos y vida social, el decaimiento del pequeño comercio y el empleo local, o la falta de políticas de vivienda e industria. El cambio social necesario para avanzar en el abordaje del cambio climático implica escuchar y responder a estos retos interconectados. Pasemos a entender la adaptación climática también como una cuestión de empleo, comercio, y cultura.

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