Los creadores de la gran saga del cine de naturaleza en España se despiden desvelando los secretos de Doñana
“Hemos querido que la gente se enamore y pelee por el parque”, dice Carmen Rodríguez, la directora del documental. “Nunca habíamos tenido un desafío tan grande”, cuenta sobre el rodaje el naturalista y cineasta Joaquín Gutiérrez Acha


La charla al pie de la playa de Bajo de Guía, en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), comienza con una mala noticia, sobre todo, para el medio ambiente. Doñana. Donde el agua es sagrada será la última entrega de la saga del trío más reconocido del cine de naturaleza español: el productor José María Morales y la pareja de cineastas Carmen Rodríguez y Joaquín Gutiérrez Acha.
Desde que hace 17 años se asociaron para la película Entrelobos, han sido los grandes retratistas de la biodiversidad de España. Y han llevado hasta los cines a cientos de miles de espectadores con sus largometrajes documentales. Primero fue Guadalquivir (2013), luego Cantábrico (2017) y más tarde Dehesa (2020). Ahora cierran la aventura desvelando los secretos de Doñana, la joya de la corona de los espacios naturales de España y uno de los ecosistemas más emblemáticos del continente.
“Esta es la última de la saga que vamos a hacer”, afirma Rodríguez, quien en esta ocasión se ha situado al frente del proyecto y ha ejercido como directora. “Estamos cansados de este trabajo, es muy duro”, admite a su lado Gutiérrez Acha. De fondo, en la otra orilla de la desembocadura del Guadalquivir, asoman los pinos, matorrales, marismas y dunas en las que este naturalista ha pasado muchos meses tirado con su cámara para grabar espectaculares planos de escarabajos expertos en camuflaje, cangrejos violinistas, míticos camaleones, bellas clavellinas, ingrávidas arañas...
Porque este documental —que se estrena el viernes 30 en seis decenas de salas del país— retrata a los personajes más conocidos del parque, como los linces y flamencos, pero también muestra una fauna y flora más pequeña e ignota. Para conseguir mostrar esa cara oculta hacen falta muchas horas de campo. En esta ocasión, 31 meses de rodaje.
“Es un trabajo que no tiene fines de semana y los animales no te dan tregua. Cuando hay un fracaso en el campo, que es muy habitual, te vuelves a casa con las manos vacías, sin ni siquiera haber arrancado la cámara. Y si encima el tiempo no acompaña, como nos ocurrió con Doñana y la sequía... Estás haciendo una película sobre el gran humedal, posiblemente el más importante de Europa, sin agua. Nunca habíamos tenido un desafío tan grande”, recuerda Gutiérrez Acha, que ha grabado la mayoría de secuencias del documental.
El agua, y su ausencia, marca los ritmos en Doñana. Es también la que ha marcado el rodaje, que en principio iba a durar dos años. “Tuvimos que pedir permisos para seis meses más”, cuenta Morales. “Los dos primeros años fueron los más secos, fue una sequía brutal”, recuerda Gutiérrez Acha.
“Entonces, la estrategia de trabajo cambió, y empezamos por los animales que no tenían tanta dependencia del agua. Doñana tiene una biodiversidad tan espectacular que es un error pensar que es solo patos y un parque de agua. Por eso empezamos por la fauna más oculta”. Y, en algunos casos, microscópica, como los sorprendentes triops, unos crustáceos, y los verdes gusanos de Roscoff.
Tras dos desastrosos años de sequía, la lluvia volvió. “Y la respuesta fue espectacular, no nos lo creíamos. En cuatro días empezaron a aparecer peces, ranas y garzas por cientos que no sabíamos de dónde salían”, rememora Gutiérrez Acha. “Era un vergel”.
—Es una película bella de verdad —dice la directora sobre el documental—, y eso es lo que hemos pretendido poner en valor, la belleza. Hemos querido que la gente se enamore y que pelee por Doñana.
—Eso es lo que suele decir Miguel Delibes: “los que os dedicáis a esto del cine documental lo que tenéis que hacer es ayudar a enamorar”— añade el productor.

No es gratuita la llamada que hace este trío a pelear por el espacio natural. Porque la última sequía hizo que saltaran las costuras del parque. “Doñana está siendo acosada por todos los lados”, advierte Gutiérrez Acha. “Pero todos conocemos cuál es verdaderamente el problema: el cambio climático y la sobreexplotación del acuífero”. Es decir, el robo del agua para alimentar a una potente industria agrícola de las fresas y los frutos rojos.
El documental también aborda brevemente ese problema. Gutiérrez Acha se explica: “hay una secuencia entera en la que se muestran las fresas y se explica el robo del agua porque nosotros no nos podíamos poner de perfil”. Además, el título —Doñana. Donde el agua es sagrada— es una declaración de intenciones. Pero no es una película de denuncia. “Nosotros no hacemos ese tipo de documentales, nunca lo hemos hecho”, expone Rodríguez.

“Lo que tiene que ser es una herramienta para los ecologistas de primera fila, porque ellos son los que entienden verdaderamente cuál es el problema”, abunda Gutiérrez Acha. “Ahora, organizaciones como WWF pueden coger la película y decir: todavía tenemos esto, pero lo vamos a perder como no vayamos en otra dirección”.
Esperanza
Eso sí, los tres rechazan abonar el discurso derrotista. “He oído varias veces una frase: Doñana está en la UCI y la han desconectado. Si es así, apaga y vámonos. Pero esta película demuestra que está viva, por eso es un documental importante, porque es el mejor momento para ayudar a Doñana”.
Morales —el responsable de la productora Wanda Natura que está detrás de la saga— aboga por un cine de naturaleza que ofrezca “algo de esperanza” en mitad de la crisis medioambiental global. “Al final esto es un libro que escribimos todos, y me parece importante transmitir a la gente que el cuidado de cada uno de nosotros es fundamental, que está muy bien que haya científicos, gente con más poder que actúe, pero todos nosotros somos responsables de lo que está pasado”.

De los cuatro documentales de la saga este último es, seguramente, el más diferente. Primero, por cómo está estructurado: no a través de las cuatro estaciones del año, sino a partir de bloques —los viajeros, la tradición, la seducción, la familia...—. “Nos gusta mucho lo que hace Tarantino, al presentar bloques dentro de sus películas que luego tienen un sentido”, argumenta Rodríguez.
La segunda gran diferencia es la presencia del ser humano en este documental de naturaleza. Además de las alusiones al robo del agua, los cineastas dedican un buen espacio a dos tradiciones ligadas al espacio natural: la romería de El Rocío y la saca de las yeguas.
“Al principio me daba miedo meter ambas cosas porque la saga siempre ha sido de naturaleza pura sin el ser humano”, admite el productor. “Pero está bien añadido, Doñana no se entiende sin el elemento humano”, advierte Gutiérrez Acha.

Una de las razones que han llevado a que el documental se estrene en las salas de cine es la espectacularidad de las imágenes y la calidad de su sonido. Esto último vuelve a estar a cargo de Carlos de Hita, quien también ha redactado los textos que lee la narradora de la película, Odile Rodríguez de la Fuente, hija del gran naturalista y pionero en España de este tipo de documentales.
“Una de las claves de la saga ha sido la continuidad, acabábamos una película y empezábamos otra”, detalla Morales. “Y hemos estado juntos prácticamente con el mismo equipo desde el principio”, recalca. Pero ahora ha llegado el momento de estrenar el capítulo final de una historia de amor con la naturaleza de la que tantos espectadores han gozado.

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