Cómo llegó tu gato a tu regazo: un libro desafía la historia de la domesticación del felino más popular
El arqueólogo y antropólogo Jerry Moore repasa los hallazgos que explican una relación marcada primero por el miedo y, después, por el interés y la admiración mutua


Cuenta Jerry Moore que la duda le asaltó una noche cualquiera, en su sala de estar. Este arqueólogo y escritor tenía a su gato en su regazo, le miró fijamente, y reflexionó: “¿Cómo diablos ha llegado esto aquí?”. La respuesta a su inquietud es Cat Tales: A History (Thames & Hudson), por ahora sin traducción al español. Es un libro muy amplio y ambicioso, escrito desde la arqueología y la antropología, donde Moore nos lleva a un viaje que dura desde el Plioceno de los terroríficos gatos dientes de sable hasta los vídeos de gatitos en Instagram. Es una historia de miles de años de convivencia, desde la depredación mutua hasta la feliz domesticación, que demuestran que la pregunta que se hizo Moore tiene una respuesta muy compleja.
Durante décadas, la narrativa era incuestionable: los antiguos egipcios domesticaron a los gatos hace aproximadamente 4.000 años. Como depredadores de roedores, los gatos protegían los silos de grano y eran protegidos y admirados. Las familias lloraban su muerte, las momias de gato se guardaban con reverencia y Bastet, la diosa felina, era venerada y aparecía en esculturas y pinturas como protectora del hogar y de la familia. De ahí a la sala de estar de Moore, el salto parece lógico: el gato es un animal útil y hermoso que fue domesticado por la conveniencia humana y acabó robando nuestros corazones, y nuestros regazos.
Sin embargo, la arqueología tiene el hábito de arrebatar las narrativas de las manos de los historiadores. Moore, de hecho, decidió explorar el vínculo humano-felino a través de la arqueología porque “gran parte de la evidencia de esas relaciones no se encuentra en historias escritas ni entre culturas vivas, sino bajo tierra”, dice. Y bajo tierra, en una excavación en la aldea neolítica de Shillourokambos, en Chipre, se encontró en 2004 algo que desafiaba la historia convencional: una tumba conjunta de 9.500 años de antigüedad, donde un ser humano y un gato habían sido enterrados juntos, rodeados de ofrendas, como conchas marinas y piedras pulidas. El gato, de solo ocho meses de edad, descansaba a menos de medio metro del difunto humano. Sus huesos estaban dispuestos con cuidado y atención.

Esa tumba chipriota ha redefinido la historia felina. Para Moore, la importancia va más allá de las fechas. Lo que Shillourokambos revela es algo más fundamental: la naturaleza misma de cómo los gatos y los humanos aprendieron a vivir juntos.
“El concepto de domesticación, como selección artificial por características específicas y el control reproductivo, es muy valioso”, explica Moore, también profesor emérito de antropología en la Universidad de California, en conversación con este diario. “Sin embargo, no parece ser relevante para entender las interacciones más tempranas entre poblaciones sedentarias y gatos salvajes atraídos a los ratones y roedores que vivían en los graneros y almacenes de los asentamientos neolíticos”. El autor explica que, para él, el mutualismo es un concepto mejor: “Tanto las personas como los gatos se beneficiaban de estas nuevas interacciones, durante el Neolítico y posteriormente”. Los humanos obtuvieron control de plagas, y los felinos consiguieron una fuente de alimento y refugio. Los gatos se convirtieron, como explica Moore, en “compañeros [de los humanos] por voluntad propia”.
Lo fascinante es que la domesticación de gatos no sucedió en todas partes. Aunque la agricultura se propagó globalmente, los gatos domésticos modernos descienden todos de una única especie: Felis silvestris lybica, el gato salvaje africano. Los gatos fueron atraídos por los roedores (particularmente el ratón doméstico invasor, Mus musculus) que infestaban los graneros humanos en Europa. Sin embargo, Moore explica que en Mesoamérica no tenían la especie específica de ratón y, por lo tanto, el mutualismo nunca se desarrolló.
Los gatos fueron los últimos animales en domesticarse, mucho después de los perros (hace unos 30.000 años) y el ganado (hace 10.000 años). Esta domesticación es única porque los gatos no contribuyen al sustento, la vigilancia o el trabajo humano, y el proceso no implicó inicialmente el control de la reproducción por parte de los humanos, como sí ocurrió con otras especies. Los gatos fueron compañeros de viaje habituales en barcos (desde trirremes griegos hasta galeones españoles) para proteger las reservas de alimentos de las ratas. Esto, sin embargo, llevó a que los gatos se convirtieran en especies invasoras en islas remotas, diezmando la fauna local, lo que sigue siendo un problema gigantesco a día de hoy, con 400 millones de gatos domésticos haciendo su voluntad por todo el mundo.
Enemigos íntimos
Sin embargo, durante miles de años, humanos y gatos fueron enemigos. En las cavernas paleolíticas de Chauvet, hace 32.000 años, artistas primitivos grabaron imágenes de leones en la roca. Los grandes felinos y los humanos eran depredadores mutuos, y lo siguen siendo, incluso en entornos urbanos; el libro cita peligrosos pumas en Los Ángeles y los tigres en Bombay. Pero lo extraordinario, cuenta Moore, es que somos los únicos primates que viven activamente con depredadores felinos. Nuestra relación con ellos, además, es distinta a la que tenemos con la otra gran mascota, los perros; es menos jerárquica, menos dependiente del entrenamiento y más basada en un equilibrio extraño entre independencia y proximidad.

¿Por qué es así? ¿Qué tienen los gatos que han enamorado a millones de humanos a lo largo de la historia? Moore dedica un capítulo entero a explorar lo que denomina el “carisma” de los felinos; ese magnetismo que, simultáneamente, nos atrae, nos genera respeto y, a veces, nos aterroriza. “Creo que esa fascinación es profunda y universal”, dice Moore. Aunque comúnmente aplicamos el término “carisma” a otros seres humanos, como estrellas de cine, músicos de rock y, no tan a menudo, políticos, “el término se aplica a no humanos fascinantes, como leones, tigres y otros felinos. Que existiera un reconocimiento tan generalizado entre personas modernas de diferentes culturas y naciones sugiere un origen profundamente evolutivo”. De hecho, un estudio de 2018 encontró, efectivamente, que los grandes felinos fueron considerados los animales más carismáticos.
Un reflejo histórico de esa fascinación ocurrió en el año 525 a.C. El general persa Cambises II sabía del amor que los egipcios sentían por los gatos, así que capturó cientos de ellos y los ató a los escudos de sus soldados. El ejército egipcio se rindió sin luchar en la ciudad de Pelusium para no dañar a los gatos. Es la primera rendición por amor a un animal documentada en la historia.
Lo más curioso es que la evidencia científica recogida en el libro, desde ADN antiguo hasta estudios modernos de comportamiento, muestra que el gato doméstico es apenas diferente de su ancestro salvaje. Moore lo resume así: la domesticación felina es tan leve que “el gato doméstico es prácticamente una versión dócil del Felis silvestris lybica”.
“He vivido con varios gatos y no he entendido a ninguno”, confiesa el escritor, en un sentimiento compartido, posiblemente, por cientos de miles de humanos que también tienen en estos momentos un gato en su regazo. “¿Cómo sucedió esto?”, se preguntaba Moore al observar a su gato doméstico. Ese misterio es, en sí mismo, el eje del libro. La respuesta, aún contradictoria y llena de matices, está en cientos de miles de años de evolución compartida, de depredador a aliado, de aliado a dios, y de dios a compañero.
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