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Sally Ride, la astronauta pionera que tuvo que ocultar que era lesbiana para llegar al espacio

El documental ‘Sally’ redescubre la historia de armarios, sexismo y amor de la primera mujer estadounidense que salió de la Tierra

Sally Ride astronauta
Javier Salas

“Ah, por cierto, Sally Ride era gay”. Así tituló la revista New York Magazine su historia sobre la muerte de la primera astronauta estadounidense el 23 de julio de 2012. Ese titular pretendía enfatizar la forma discreta y casual con la que el mundo conoció a la vez que la pionera había muerto —por un cáncer de páncreas— y que era lesbiana. Una palabra en una nota de prensa, elaborada a conciencia por ella y su pareja, en la que solamente se citaba de pasada “Tam O’Shaughnessy, su compañera durante 27 años”, supuso una noticia casi más grande en EE UU que el fallecimiento de su primera mujer en el espacio, un hito logrado en 1983 (dos décadas después de Valentina Tereshkova con la URSS). National Geographic estrena mañana martes 17 de junio un documental (Sally, Disney+) que redescubre su figura y la doble dificultad de la pionera para conseguir su logro: llegar al espacio como mujer y lesbiana en una época tan machista como homófoba. Un documental que, al repasar las penurias de la pionera, interpela especialmente a la sociedad de hoy, ahora que muchos, como Donald Trump en la NASA, quieren borrar todo rastro de diversidad o empoderamiento de las minorías en su camino hacia la igualdad real.

“Todos los críos soñaban en algún momento con ser astronautas, pero como el programa espacial era solo de hombres, ni siquiera se me ocurrió que pudiera ser astronauta”, arranca diciendo Ride en la película, construida con grabaciones de su época en la agencia espacial y testimonios actuales de personas muy cercanas, como su viuda Tam O’Shaughnessy.

Afortunadamente, en 1976 la NASA abrió las puertas a la primera promoción que aceptaba mujeres y minorías raciales y Ride, nacida en Los Ángeles en 1951, no dudó en presentarse. Era astrofísica en la Universidad de Stanford y tenista aficionada con aptitudes para haber sido profesional, por si alguien se pregunta por la meritocracia. En la presentación de aquella promoción de 35 candidatos, solo 10 se llevaron todos los focos y las horas de insoportables preguntas de la prensa: las seis mujeres, tres hombres negros y uno de origen asiático. Ellas se llevaron la peor parte. “No querían saber sobre nuestras esperanzas sobre la exploración espacial o lo que queríamos hacer, tomaron la perspectiva estereotipada: lo romántico, el maquillaje, la moda… La perspectiva que solían usar cuando informaban sobre mujeres”, recuerda ahora una de las candidatas de ese grupo, Kathy Sullivan.

La astronauta Sally Ride sonríe a bordo del transbordador espacial Challenger durante la misión STS-7 en junio de 1983.

“Los únicos malos momentos del entrenamiento tenían que ver con la prensa”, recuerda Ride. Y es fácil de creer viendo las lamentables preguntas que le hacían a ella y a sus compañeras a finales de los setenta y principios de los ochenta. Maternidad, embarazo o si “llora” bajo presión —eso ya a punto de volar al espacio—. Como muestra bien el documental, aquellas mujeres querían encajar en el programa, pero al mismo tiempo eran valientes y profesionales de éxito que no se arrugaban a la hora de hacer frente al machismo de la época. “Ni siquiera deberías hacer esa pregunta, bórralo”, le dice Judith Resnik a una reportera. “O me llamas doctora Ride o Sally”, le dice la astronauta a otra periodista que la llama “señorita Ride”.

Competitiva y ambiciosa, como cualquier otra persona que aspira a ser elegida para ir al espacio, Ride sabía qué decir delante de las cámaras para no meter la pata. “¿Hay gente en la NASA que no cree que las mujeres estén listas?“, le cuestionan. ”Creo que hay alguna gente que está esperando a ver cómo lo hago, deja que lo plantee de esa forma”.

Pero lo cierto es que la presión era máxima, en unas instalaciones, el Centro Espacial Johnson, en el que había 4.000 hombres y cuatro mujeres. Un lugar nombrado en honor a Lyndon Johnson, el hombre que cortó de raíz en los sesenta el programa Mercury, que pretendía entrenar a mujeres astronautas en los albores de la carrera espacial. Esa que ganaron cuatro veces los soviéticos con el Sputnik, con Laika, con Yuri Gagarin y con Tereshkova. Y también con Svetlana Savitskaya, la segunda mujer en el espacio, en 1982.

La “cultura masculina” de la NASA se mostró en un episodio ya mítico, narrado por la propia Ride en el documental. Ella fue la primera mujer que revisó lo que llamaban “equipamiento de la tripulación”, el neceser espacial. Ya sabían qué meter en el de los hombres, pero ¿qué meter en el suyo? “En su infinita sabiduría, los ingenieros de la NASA diseñaron un estuche de maquillaje”, dice Ride sin cortarse: bolsillitos para pintalabios, lápiz de ojos, cremas desmaquilladoras… “Luego preguntaron cuántos tampones debían llevar en un vuelo de una semana. ‘¿Cien es el número adecuado?’. Le dije que no, que no era el número adecuado”.

Imagen del neceser para mujeres astronautas de la NASA, en un instante del documental 'Sally'.

“Sally coge uno de esos neceseres, una funda de lona con cierres, y sigue sacando tampones como esas serpientes de broma que saltan en los trucos de fiesta”, recuerda Sullivan. “Ni las seis juntas, en medio año, habríamos usado todos los tampones que había allí dentro”.

Cuando se le pidió a la madre de Sally que comentara el cambio histórico que había permitido a su hija ser astronauta, exclamó “¡Dios bendiga a Gloria Steinem!”, en referencia a la histórica feminista, que además asistió como VIP a su lanzamiento al espacio en 1983. Pero Ride fue ante todo discreta y defendió su lugar como mujer sin declararse abiertamente feminista (aunque mantuvo una histórica conversación con Steinem). Al regresar a Tierra, siendo la mujer más famosa del mundo, sintió la ansiedad, el peso de ser un modelo a seguir —“las mujeres lloraban al verme”—, y tuvo que ir a terapia para manejarlo.

Sally Ride monitorea los paneles de control desde la silla del piloto en la cubierta de vuelo, frente a un cuaderno de procedimientos de vuelo.

Conoció a Tam en clases de tenis siendo adolescente, con quien mantuvo una gran amistad que se convirtió en amor declarado en 1985, poco después de regresar del espacio. En 1982, antes de ser elegida para esa misión, se había casado con un compañero de promoción, Steven Hawley, que aparece en el documental reconociendo: “Fuimos más compañeros de piso que compañeros de vida”. Ride se divorció en 1987 a la vez de su marido y de la NASA, al descubrir tras el accidente del Challenger (en el que murió su amiga Resnik) que la agencia no hacía todo lo que debía para proteger a su tripulación.

La astronauta ocultó su homosexualidad hasta su muerte —“tenía miedo y eso me rompe el corazón”, cuenta ahora su viuda— y no le faltaron motivos para ello. Su amiga y famosa tenista Billy Jean King explica en la película el impacto ejemplar que debió suponer para Ride cuando a ella misma la arrastraron a principios de los ochenta por el paseo de la vergüenza al descubrirse que era lesbiana, perdiendo el favor del público y millones en contratos.

Tam O'Shaughnessy y Sally Ride en Sydney, Australia, en 2004.

Al final del documental, una amiga de Ride lamenta: “Me enteré [de que era lesbiana] casi al mismo tiempo que el resto del mundo: al leer su obituario. Me entristeció que la sociedad pudiera hacer que alguien a quien admiramos, queremos y respetamos sintiera que debía ocultar algo de sí misma”.

“Sally tuvo que reprimir una gran parte de su identidad para poder romper el techo de cristal más alto”, dice Cristina Costantini, guionista y directora del documental, quien advierte, citando a la actual Administración Trump, de que “muchos de los derechos conquistados con tanto esfuerzo vuelven a estar amenazados”. Hace unas semanas, la NASA borró de su web la intención expresa de que una mujer pise la Luna en el próximo viaje tripulado al satélite, alejando el último techo de cristal que le quedaban a las mujeres astronautas. Hasta que la próxima Sally Ride logre romperlo.

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Sobre la firma

Javier Salas
Jefe de sección de Ciencia, Tecnología y Salud y Bienestar. Cofundador de MATERIA, sección de ciencia de EL PAÍS, ejerce como periodista desde 2006. Antes, trabajó en Informativos Telecinco y el diario Público. En 2021 recibió el Premio Ortega y Gasset.
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