Conservación y exploración, una relación simbiótica
La exploración es mucho más que recorrer un territorio. Es una invitación a entenderlo, a cuidarlo y a ser parte de su historia

Se suele pensar que el turismo y la conservación avanzan por caminos separados, e incluso opuestos. Sin embargo, la experiencia en terreno nos ha mostrado lo contrario: cuando se explora con conciencia, se convierte en una poderosa herramienta para proteger la naturaleza. Caminar junto a otras personas, detenerse a observar la flora nativa, explicar el comportamiento de un ave o mostrar cómo el viento y el agua moldean el paisaje abre un espacio único para sensibilizar sobre el valor de lo que estamos viendo.
Hablar de cómo el calentamiento global afecta a los glaciares o cómo la sequía modifica los ecosistemas se vuelve real cuando se observa con los propios ojos. Ahí surge entre las personas una conexión más profunda, emocional y duradera con la naturaleza. La exploración se transforma así en una vía directa hacia la conciencia ambiental y, por lo tanto, hacia la conservación. De esa manera, las compañías de turismo tienen una gran oportunidad y responsabilidad en educar a los viajeros sobre la importancia que tiene proteger el medioambiente y los paisajes que recorren.
En ese contexto, las reservas de conservación, áreas públicas o privadas destinadas voluntariamente a la preservación de ecosistemas, especies y recursos naturales, tienen un gran potencial en nuestro país. Al mismo tiempo que se protege, se puede impulsar el crecimiento del turismo de conservación, el cual es cada vez más demandado por los viajeros.
Pero conservar no solo implica proteger un territorio delimitado: también requiere cuidar el entorno que lo rodea, los corredores biológicos, las fuentes de agua y las comunidades humanas que habitan esos espacios. Además, este esfuerzo no puede hacerse desde una mirada aislada. La conservación es más efectiva cuando se construye de la mano con la comunidad. No solo se trata de preservar la naturaleza; también es esencial proteger la cultura que la rodea, la memoria de quienes han habitado esos territorios por generaciones, sus prácticas, su relación con la tierra y sus historias. La comunidad no es un actor externo: es parte del ecosistema que se busca resguardar.
La exploración puede inspirar esa sinergia. Un ejemplo concreto es Puritama, en San Pedro de Atacama, donde la compañía de turismo de lujo Explora administra más de 7.000 hectáreas. Allí, 95% del territorio está protegido y solo un 5% se destina al turismo y la exploración. En el caso de nuestra Reserva de Torres del Paine, administramos 6.000 hectáreas, de las cuales 97% están protegidas y 3%, destinada a turismo.
Sin embargo, este modelo no solo permite conservar, también impulsar el financiamiento, una de las principales problemáticas que enfrenta hoy la conservación. En la reserva de Torres del Paine, las visitas no solo permiten que más personas conozcan el lugar, sino que inspiran a inversionistas a invertir directamente la conservación del inmenso territorio que permanece intacto. Es un círculo virtuoso: la exploración bien gestionada genera recursos, conciencia y protección a largo plazo.
Este enfoque debería guiar el futuro del turismo en Chile y en la región: experiencias profundas, respetuosas y educativas, que no exploten la naturaleza, sino que la sostengan. Nuestro país ofrece paisajes únicos y diversos que, sin conservación, son finitos. He ahí la importancia de conservarlos, no solo porque es lo correcto, sino que también porque así protegemos una fuente de gran relevancia para el crecimiento del país, como lo es el turismo.
La exploración es mucho más que recorrer un territorio. Es una invitación a entenderlo, a cuidarlo y a ser parte de su historia. Porque entre conservación y exploración, hay una íntima relación de mutuo beneficio.
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