La incógnita de Kast en Chile: ¿quiere gobernar como Meloni, Bolsonaro, Milei o ser una mezcla de todos?
La relación con la institucionalidad es una de las dudas que rodea al fundador del Partido Republicano, de extrema derecha, que se enfrenta con la comunista Jara en la segunda vuelta de las presidenciales


En el mapa político global, el domicilio ideológico del republicano José Antonio Kast es la ultraderecha, una etiqueta de la que el candidato presidencial chileno reniega. A los pocos días de que Donald Trump asumiera en enero pasado por segunda vez la presidencia de Estados Unidos, Kast sostuvo: “Nuestras ideas ya ganaron en EE UU, en Italia, en Argentina [...] y en Chile también vamos a ganar”. Son todos países liderados por perfiles que comulgan entre ellos, pero con estilos diferentes. Uno de las interrogantes que sobrevuelan un posible triunfo del abanderado de las derechas en la segunda vuelta de las elecciones este domingo es qué tipo de líder será y cuál será su apego a la institucionalidad. Tomando su mismo listado de gobiernos de referencia, la duda es si, de ganar en las urnas, será un Donald Trump, una Giorgia Meloni, un Javier Milei o un cóctel que aglutine un poco de todos estos perfiles.
En los primeros días tras su paso a la segunda vuelta ―detrás de la candidata de la izquierda, la comunista Jeannette Jara―, Kast sostuvo conversaciones telefónicas con distintos líderes internacionales, entre ellos Meloni y Milei, sobre las “oportunidades” para potenciar las relaciones bilaterales correspondientes. El hecho de que las tres candidaturas de las derechas -la tradicional, la de Kast, y la libertaria- sumaran 50% de los votos en la primera vuelta ha inyectado una buena dosis de optimismo en el entorno del ultraconservador, que figura como favorito en las encuestas publicadas antes de la veda, hace 15 días.
Tras su fracaso en los comicios de 2021 ante el izquierdista Gabriel Boric, Kast presidió el Political Network for Values (2022-2024), una red ultraconservadora que conecta políticos y activistas de Europa, América Latina, EE UU y África, contraria al “feminismo radical”, a lo que califican como “ideología de género”, a los homosexuales y, sobre todo, al aborto. Su antecesora en el cargo fue Katalin Novák, la expresidenta de Hungría que se vio forzada a dimitir en 2024 por el escándalo que generó un indulto concedido al encubridor de un pederasta.
Kast ha participado en cumbres de líderes de la ultraderecha global, como la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) de EE UU, o la convención de Vox en Madrid, donde ha coincidido con el español Santiago Abascal, con el mandatario argentino Milei, el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, o el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, todos países que ha visitado durante su campaña para adoptar sus ideas en Chile. En uno de sus cierres de campaña antes de la primera vuelta, Kast adelantó que integrantes de su formación van a volver a El Salvador, a Italia, “a ver las cárceles y cómo encierran a los mafiosos”, y a Hungría y República Dominicana para “ver cómo cerraron sus fronteras”.
La principal preocupación de los chilenos es la delincuencia y Bukele, por ejemplo, es el segundo líder internacional mejor valorado (71%), según la encuesta Cadem, por detrás del canadiense Mark Carney (76%). El propio Kast dijo la semana pasada en un debate, hablando de combatir los homicidios y feminicidios, que si el salvadoreño estuviese en la papeleta, “todos los chilenos elegirían a Bukele”.
Los expertos, sin embargo, han visto en la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, una posible brújula para un eventual Gobierno de Kast. La líder del partido postfascista Hermanos de Italia lo recibió en Roma el pasado septiembre y, hace unas semanas, cuando el republicano pasó a la segunda vuelta, conversaron por teléfono. El politólogo Alfredo Joignant sostiene que ese encuentro revela que Kast se está quedando con la líder global ultraconservadora, que no se ha metido, “al menos de manera relevante, en esta guerra cultural” contra las universidades, como lo ha hecho Trump, “ni en el cuento iliberal de Orbán”.
Ahora, advierte Joignant, si el candidato de las derechas gana por mucho margen a Jara, puede que se tiente en entrar a la guerra cultural con casas de estudio, medios de comunicación y fundaciones. Eso si, puntualiza el académico, Kast “no es fascista, sí es el último pinochetista”. El periodista y escritor chileno Ascanio Cavallo tampoco ve en Kast a un Trump ni un Milei: “Es, más bien, un conservador, un tradicionalista cuyo proyecto es reponer los valores que a su juicio han sido atropellados por la irreflexión de las izquierdas o las perversiones de la ideología”. Existe consenso en que el estilo de Kast no es excéntrico ni un outsider de la política, como el grueso de los líderes de la ultraderecha americanos, sino que es un espejo de las figuras del fenómeno que se ven en Europa.
Para el antropólogo Pablo Ortúzar, intelectual de derecha, Kast no pertenece a ese grupo de los líderes de ultraderecha que, de alguna manera, señala, estarían vinculados con las ideologías de vanguardia de los años veinte y su posterior evolución. El académico es de la idea que Kast no, ya que no pretende clausurar el Congreso, “ni desarticular los balances y contrapesos que son esenciales en la operación de la República”. Y argumenta que su propio partido, Republicanos, se ha dividido hacia más a la derecha, como es el caso del Partido Nacional Libertario, de Johannes Kaiser, dando cuenta de que sus planteamientos se pueden extremar.
El interrogante sobre la relación que tendrá Kast con las instituciones ha sido materia de análisis de parte de la academia en esta segunda vuelta. Intelectuales como Carlos Peña han sugerido que el republicano encarna un pensamiento “iliberal”, en el sentido que descree “realmente que los principios de una democracia liberal sean incondicionales, intransables”, mientras que el investigador José Joaquín Brunner sostuvo que, al ocultar las aristas más cortantes de su agenda de valores, Kast busca obtener “el mandato democrático necesario para implementar un programa que, en sus fundamentos, es iliberal”.
La trayectoria democrática de Kast es algo que también se ha destacado en el debate. El republicano, por ejemplo, llamó a felicitar a Boric en 2021, cuando estaba el 55% de los votos escrutados. “Merece todo nuestro respeto y colaboración constructiva”, dijo entonces en redes sociales. Y sus propuestas actuales no esquivan las potestades administrativas que le corresponderían a su cargo.
El politólogo Cristóbal Bellolio ha planteado que quizá el republicano sea “iliberal” en otro sentido, uno menos procedimental. El liberalismo político descansa en “la convicción de que el Gobierno no está llamado a determinar cuál es la forma de vida correcta para todos los ciudadanos en el marco de una sociedad pluralista”, dijo Bellolio en Ex-Ante, y añadió: “El entorno intelectual de Kast no parece compartir ese supuesto. Por el contrario, sostiene que ha llegado el momento de volver a hablar abiertamente de Dios y de reimpregnar la vida pública de valores cristianos”, añadió. Cristóbal Rovira, profesor del Instituto de Ciencia Política de la Universidad Católica, y especialista en el fenómeno de la ultraderecha, va más allá y cree que el respeto a la institucionalidad puede estar en riesgo si triunfa Kast.
“Sabemos que hoy la democracia muere en cámara lenta, no es que quiebre la institucionalidad de la noche a la mañana”, apunta Rovira. Para argumentar, pone el ejemplo de cómo el republicano le ha solicitado a Boric que renuncie a las asignaciones económicas que le corresponderá cuando sea expresidente. “Cuando se rompe un acuerdo tácito del sistema no pasa nada, pero es distinto si rompes 10, que es el temor de que llegue Kast a La Moneda”, señala. “En el caso del aborto en tres causales, por ejemplo, podría dificultar que se brinde el servicio, sin pasar por el Congreso. A través de reglamentaciones del Ejecutivo puedes avanzar e ir restringiendo derechos”, añade.
Aunque Kast, a diferencia de sus dos intentos anteriores, no ha hecho explícita sus posturas contrarias a los derechos reproductivos de las mujeres, el matrimonio homosexual, la adopción homoparental o la identidad de género, entre otros, sí ha dicho que mantiene las mismas convicciones de siempre. En el ala más radical de la derecha ya hay voces que abogan por, además de los tres pilares de la campaña (seguridad, economía y migración), discutir en el Congreso los asuntos de la batalla cultural. Dicha bandera que sí enarboló el libertario Kaiser, quien quedó en cuarto lugar (13,9%) en la primera vuelta, y ha condicionado su ingreso a una eventual Administración de Kast a un acuerdo de “mínimos comunes”.
El Partido Republicano nunca ha gobernado y su poder de negociación ha sido débil en el Congreso. Está por escribirse la historia de, si ganan el domingo, cómo gobernarán con la derecha tradicional, a la que en el pasado llamaban “derechita cobarde”, y con la libertaria, del ala más extrema, que ha dicho no estar dispuesta a renunciar a sus convicciones.
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