El normalizado país de Boric
Luego del ciclo Bachelet-Piñera, los chilenos han entregado el poder a las agrupaciones más variopintas. Ninguna ha logrado su cometido, y luego de victorias embriagantes, todas han recibido indiferencia y repudio

¿Cómo será evaluado el gobierno de Gabriel Boric y el ingreso de su generación al Poder Ejecutivo? Para poder hacerlo, es bueno tomar distancia de la inmediatez electoral. Bien sabemos que las oposiciones tienen ventaja con respecto a quienes detentan el poder, y que esa tendencia global escapa de las manos del gobernante. Pero ¿por qué la candidata oficialista pierde en todos los escenarios de segunda vuelta? ¿Qué dice de un Gobierno el que su candidata de continuidad necesite distanciarse de él para tener alguna posibilidad?
Es claro que la Administración Boric es evaluada negativamente. Lleva cuatro años bordeando el 30% de aprobación y está bajo sospecha permanente. Por algo la izquierda chilena sufrió la derrota electoral más dura de su historia en el plebiscito constitucional de 2022, cuando tuvo todo el poder y recibió el portazo más contundente en las urnas. Por algo solo pudo aprobar una gran reforma en su mandato—al sistema de pensiones—y bastante lejos de lo que aspiraba hacer cuando asumió.
Hay una sensación extendida de que por fin acaba este mandato. La frustración con Boric puede entenderse desde dos caminos distintos, y cada uno revela algo diferente sobre lo que han sido estos años.
El primer camino es la decepción por promesas incumplidas. A Boric le entregaron la responsabilidad de conducir una crisis inmensa y le quedó grande. Pese a la grandilocuencia inicial, se hizo poco. Poco cambio responsable, poca capacidad de gestión, indicios fuertes de corrupción que erosionaron la confianza. Los nuevos políticos resultaron no ser distintos a los de antes; solo eran más jóvenes y no habían tenido todavía la oportunidad de sacar su tajada del poder. Hubo poco respeto por el Estado de parte de quienes pensaban que era la llave para resolver los problemas de Chile. Incluso en asuntos simbólicos para un gobierno de izquierda—la compra de la casa de Salvador Allende, los indultos a ‘los presos de la revuelta’—se manejaron con tal negligencia que cada uno provocó su propia crisis: ministerios descabezados, explicaciones pobres que revelaban improvisación donde debía haber estrategia. De la conmemoración de los 50 años del Golpe, en la que el presidente Boric tenía todo para alzarse como estadista, nadie se acuerda. Hicieron poco para que fuera recordable.
El segundo camino para evaluar al Gobierno, muestra una contradicción más profunda. Dado que el estándar transformador tuvo que ser abandonado —por las malas decisiones y el cambio de circunstancias—, el Frente Amplio adoptó el discurso de la normalización de Chile. Con Boric se volvió a la senda de los gobiernos anteriores, se retomó aquello que había quedado en el aire con Bachelet II, otro Gobierno con aspiraciones transformadoras que envejeció mal. El discurso fue que Chile estaría, ahora, más estabilizado que en 2021, que tendría mejores perspectivas, que al fin algunos brotes verdes comienzan a aparecer.
Aquí está la trampa: si Chile está normalizado es porque volvimos al país que el Frente Amplio decía que había que echar abajo. Pero es precisamente ese Chile de 2019 el que era descrito como un infierno neoliberal, como un país que debía acabarse de inmediato, tan terrible que sus instituciones no merecían ni la menor lealtad. Si hoy el logro es haber vuelto a eso, ¿qué tan correcto era el diagnóstico original? ¿Qué tan necesaria era la refundación que se exigía?
Pero llamar a esto ‘normalización’ es generoso. Chile no progresa; apenas no colapsa. Es cierto que no hay protestas de la magnitud de 2019, pero ha crecido una sensación de desesperanza, hastío e incluso cierta indiferencia respecto a la política institucional. Por eso triunfan los outsiders: porque la única oferta deseable para muchos hoy es desmontar el sistema, no reformarlo. La solución, para buena parte del electorado, no vendrá desde adentro.
El Frente Amplio hoy se aferra a un discurso que intenta esconder su fracaso. Si los evaluamos según sus propias promesas, fracasaron. Si los comparamos con otros gobiernos, no destacan. Si los medimos ante la esperanza que despertaron, hay una confianza debilitada que tardará años en recuperarse.
Nada de esto es baladí. Luego del ciclo Bachelet-Piñera, los chilenos han entregado el poder a las agrupaciones más variopintas. Ninguna ha logrado su cometido, y luego de victorias embriagantes, todas han recibido indiferencia y repudio. Pero las alternativas no son infinitas, y la paciencia tiene límites. Nuestra democracia seguirá trastabillando si hay otro gobierno que prometa cambios para terminar entregando mediocridad.
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